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'El amante germano': crítica del amor romántico entre dioses y espectros de la Antigua Roma

''El amante germano' incluye amores locos, magía y herejías del orden olímpico

Ignasi Franch

Pilar Pedraza vive varias vidas dedicadas a la cultura. Es docente, ensayista y autora de narrativa fantástica. Ha ambientado varias de sus novelas en la antigüedad grecolatina. Tras La perra de Alejandría y Lobas de Tesalia, ha llegado el turno de El amante germano (Valdemar, 2018). En ella, trata la historia de Valeria, una caprichosa hija de familia bien situada que cae enamorada de un joven germánico. La muerte separa los destinos de los jóvenes antes de que lleguen a desposarse, pero eso no detiene a la protagonista.

El amor más allá de la muerte que han cantado poetas y poetisas toma una forma consecuentemente tétrica. Y el desarrollo del libro puede remitir a diversos monstruos clásicos de la cultura occidental. Valeria se ve poseída por una pasión destructiva. El deseo de reunirse con su amado a través de las acciones de una bruja germina en una aberración: un doble de cera que remite tanto al golem hebreo como al vampiro o a una versión animista del monstruo de Frankenstein.

En su libro Máquinas de amar, Pedraza había analizado los cuerpos artificiales concebidos en la literatura, el arte y el cine. Aquí, la autora crea su propia ficción: “Empecé el libro con el mito de Pigmalión y Galatea en mente, pero he ido trabajando sobre una masa de referencias, como Frankenstein o El Golem, sin que ninguna se imponga a los demás. También está el amante de cera, una figura misteriosa que aparece en varios escritos, sobre todo en Grecia”.

En paralelo a las acciones de los personajes humanos, aparecen Eros, Plutón, la Medusa o Hécate: un amplio número de fuerzas sobrenaturales en tensión. Los dioses olímpicos, con sus respectivos celos y conflictos, conviven con otros seres más antiguos. “Están las Gorgonas, las arpías... En el inframundo coinciden los dioses Ares y Perséfone pero también Hécate. Al atraerme lo complejo y lo irracional, este terreno me parece muy fértil”, explica la escritora. Asimismo, aclara que, cuando escribe, se deja llevar por su “propio inconsciente y el inconsciente de la cultura” con la que trabaja. 

Una mirada (también) política

En El amante germano, lo narrativo manda sobre lo discursivo. Aún así, a lo largo del relato aparecen chispazos de una mirada política, frases que hablan del expolio cultural de Grecia, de la xenofobia, del clasismo...

Su autora no ve ninguna contradicción entre partir de la literatura de género e incorporar pinceladas de crítica, cuestionamiento o análisis de la historia: “Para mí lo fantástico no es lo maravilloso, sino que convive con lo cotidiano y con la realidad. Hago coincidir la presencia de ciertos dioses con cuestiones sociales, jurídicas y políticas que estaban ahí, como las diferentes situaciones de los esclavos”, declara.

El grueso de los personajes principales son mujeres: la enamorada Valeria y sus doncellas, la hechicera Próxima Nigra... También aparecen de forma secundaria gladiadoras y heroínas de acción. Este protagonismo se resuelve con naturalidad, sin grandes subrayados.

Pedraza procura “trabajar la literatura de una manera no sexista, pero cuidando que los personajes femeninos tengan voz e iniciativa”, porque “al fin y al cabo, son situaciones históricas reales”. Además, la autora considera que “no todas las mujeres de la historia han sido burguesas decimonónicas recluidas en el hogar”, y que en algunas épocas “hemos tenido más poder, menos poder, y el mundo grecolatino es un vivero de diversos tipos femeninos que gozaban de estatus diferentes”.

Por el camino, la ensayista se escapa de algunas convenciones de la literatura militante. Su obra Brujas, sapos y aquelarres analizaba las representaciones de la hechicería desde la preocupación feminista. En El amante germano, Pedraza incluye una hechicera, pero no la dibuja precisamente como un modelo a seguir. Se trata de una maga “que sigue su camino, como la Celestina y otras magas de la literatura, con sus razones, sin ser exactamente buena ni mala”.

Pedraza reivindica la diversidad, la complejidad, las contradicciones: “Quiero poder escribir sobre una gladiadora del circo, figura que era frecuente en Roma, y rescatarla del anonimato. Y quiero concebir personajes femeninos que tengan sentimientos y deseos que no siempre sean positivos”.

A lo largo de la trama emerge otro chispazo de mirada política. En el libro se relata un amor a primera vista y un duelo intensísimo por alguien casi desconocido. De alguna manera, a través del devenir de los personajes, se acaba castigando esa idealización de lo sentimental. “Aunque este libro no se hizo con esa intención, acaba siendo una historia antiromántica”, explica la autora.

Para Pedraza, se trata de una cuestión “muy contemporánea”, porque las mujeres están “revisando esta noción del amor romántico, que ha sido una construcción burguesa muy nefasta”.  Es esta misma la que, según la escritora, “a veces deriva en una supremacía viril y puede acabar en el maltrato”.

Por una parte, la novelista incorpora esta crítica implícita a lo que ahora es lo establecido, que es el amor romántico. En paralelo incluye otra idea: la transgresión del orden como práctica no necesariamente positiva. “Ir al otro lado de la frontera que te marcan las normas te puede llevar a una mayor libertad, pero también te puede llevar al crimen”, considera.

Buscando el efecto cuadro

La escritora toledana toma algunas decisiones estilísticas arriesgadas. No regala al lector ningún personaje con el que pueda sentirse plenamente identificado, ni que acompañe cómodamente a la audiencia en su viaje por un mundo histórico-fantástico. No aparecen heroínas ni antiheroínas, sino seres con motivaciones diversas que suelen ser más bien mezquinas.

Pedraza ha optado por construir personajes “que no son ni buenos ni malos, sino mezcla de ideologías, intereses y deseos”. La autora de La pequeña pasión, además,  confiesa que ha ido creciendo en ella una cierta misantropía: “Cada creo menos en lo que pensaban los ilustrados. No veo una inclinación natural de los humanos a la bondad, sino al propio beneficio, al propio placer, al poder...”.

El amante germano es una ficción que aborda un buen número de acontecimientos: incluye profanaciones de cadáveres, magia negra, conspiraciones... Curiosamente, todo se explica con un cierto distanciamiento.

No se detecta un gusto por el efectismo ni ningún deseo de generar experiencias inmersivas. Al contrario: la novelista declara que ha buscado “lo que llamaría un efecto cuadro, que se lea la novela como si se mirase una pintura de la Antiguedad, sin rechazar a los personajes que aparecen ni simpatizar con ellos”. Se trataría, entonces, de observar solo aquello que les sucede. “No facilito una adhesión con alguien en concreto, ni emito una moraleja, sino que busco el placer de la lectura narrativa”, menciona.

Su nueva publicación llega en un momento de auge de los estudios culturales con perspectiva de género. Pedraza sigue esta nueva situación con atención: “No soy una feminista de la diferencia, no pongo muy de manifiesto una esencia de lo femenino, pero estoy atenta a las aportaciones de estas autoras quizá más radicales que firman obras muy provocadoras”.

Sin embargo, la ensayista dice pertenecer “a otra tendencia”, que sería “ un feminismo socialista o socialdemócrata de la igualdad de derechos y salarios, en el ejercicio del poder y en la gerencia de las cosas”.

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