La primera novela de la periodista y colaboradora de eldiario.es Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) no es exactamente una novela: es un libro de viajes, un viaje iniciático, que enlaza con la búsqueda de la identidad de una hija de emigrados. Pero, sobre todo, es una historia reciente de la Argentina contada desde el prisma de Mario Montaruli y Roberto Gribodo, una pareja gay que salió de una villamiseria para construir un imperio improbable con ropa importada de Europa.
Casi nada que ponerte es tu primer libro y ya transita entre la biografía, la novela, la memoria y la tragedia griega sin que se noten las costuras. La han llamado novela de no ficción. ¿Tú qué querías hacer cuando llegaste?
La idea inicial era hacer un reportaje tradicional de una historia que me parecía fascinante: dos tipos exóticos que construyeron un negocio más exótico aún. Un reportaje de viajes como todas las de la ley: en tercera persona, como observadora más o menos neutral. Después, todo cambió.
Al principio era una historia en tercera persona, después entraste tú. ¿Qué te hizo cambiar de rumbo?
Costó un poco, pero me di cuenta de que no estaba siendo honesta con el lector. Mario y Roberto no eran desconocidos para mí, de la misma manera que el país no era un país cualquiera. Tenía un peso, y me empecé a plantear contar de qué se trataba. Cuando introduje la primera persona -primero en el viaje a Pozo del Molle y después en todo lo demás-, el libro funcionaba solo. Aún así, me chirrían los dientes si pienso en la exposición íntima.
Cuando llegaste, tenías cinco personajes y dos fotos. ¿Me enseñas esas dos fotos?
Dice Gabriela Wiener que a los escritores de ahora les cuesta la ficción. ¿Te cuesta la ficción? Gabriela Wiener
Creo que la ficción nos cuesta depende del momento. La génesis de este libro fue muy difícil precisamente por lo contrario: yo tenía mucho miedo de no transmitir exactamente cómo eran esas dos personas, no quería faltar a la realidad. El compromiso con la realidad que exige un reportaje me parece mucho más angustiante que la ficción. Para escribir ficción hay que estar loco, es decir, tomar como real un mundo imaginario, pero es mucho más disfrutable, o al menos lo era para mí cuando tuve que enfrentarme a la no-ficción.
¿De qué libros sale este libro?
Este libro tiene muchas referencias: el trabajo de Marcos Ordóñez por su narración de vidas curiosas, sus historias orales, además, están construidas con muchísima orfebrería, es un maestro. Sin duda, la trilogía de Manuel Puig Boquitas Pintadas, La traición de Rita Hayworth y Pubis angelical, la obra de Truman Capote para describir cómo es el campo y los reportajes de Terry Southern donde siempre hay extrañamiento.
Tu entrada en la casa es intrigante, tiene ese aire de ruina gótica de la casa de Norma Desmond en Sunset Boulevard. ¿Cuál fue tu primera impresión al conocer a Mario Montaruli y Roberto Gribodo? ¿Cuántas veces te dijiste me he equivocado, qué hago aquí, esta no es una historia que nadie quiera leer?Sunset Boulevard
Mi primera impresión fue de absoluta fascinación. Me quedé mareada con la charla, las referencias, la casa enorme y extraña. Además, no tenía la certeza de que en esa casa hubiera una buena historia, y eso es aterrador. No hay nada comparable con la sensación de cruzar el océano y pensar que te has equivocado, especialmente cuando tienes tantas ganas de que algo salga bien. Durante muchísimo tiempo pensé que era así, después me di cuenta de que no era un problema de la historia. Si te cuentan algo bien te interesa hasta una tortilla. El otro día leí un reportaje de quince mil palabras sobre cómo se hace el okonomiyaki, las tortillas japonesas, y era estupendo.
¿Han leído ellos tu libro?
El libro les acaba de llegar. Espero que les guste. Creo que entenderán de dónde sale.
Cuando vas a su pueblo de origen, Pozo del Molle, dices que te enseña a correr sin mirar atrás. Mario también te dice que quieres una historia tipo magdalena de Proust y que no la vas a conseguir. ¿Es esa la clave de su éxito, la falta de nostalgia?
Sin duda. Hay quien tiene “la épica del barrio” o “del pueblo”, ellos no la tuvieron nunca. Tampoco desprecio, ojo. Pero imagino que el desclasamiento “hacia arriba” exige no mirar atrás.
Hay también una cierta frialdad: ellos se hacen ricos con la dictadura, cuando tus padres (y los míos) escapan del país. ¿No hay un cierto resentimiento?
Ese es el quid de toda la historia. El que se exilia queda suspendido temporalmente en un pasado y es muy fácil ser maniqueo, me parece. Pero ¿qué pasa con el que se queda? Siempre me han fascinado las comedias “de situación” del franquismo, o la televisión argentina durante la dictadura porque narran ese presente, esa cotidianidad que se escapa a la historia. Durante mucho tiempo pensé que el que se quedaba y vivía era culpable por defecto, después me di cuenta de que simplemente vivían. ¿Cómo iba a juzgarles yo?
Descubrir que Mario y Roberto se enriquecieron durante la dictadura fue sorprendente, pero sobre todo por mi propia ingenuidad: ¿de dónde iba a salir el dinero si no? Pero no hay juicio ni resentimiento. Ellos vendían ropa y sueños, y no olvidemos, eran también muy frágiles en un sistema en el que, por ser homosexual, podías acabar muerto de una paliza en cualquier esquina.
La portada del libro es Carmen de Deus, actriz de Jess Franco que se casa con el astro del balón Hector Yazalde (Chirola) y acaba siendo su modelo en Buenos Aires. Entonces se llamaba Britt, ahora Carmencé. ¿Quién es ella ahora en Argentina? ¿No sigue siendo famosa?
Carmen ejerce de imagen para algunas marcas, como muchas otras modelos semiretiradas. Yo diría que es famosa, sí, como otras musas de los setenta que han seguido en el candelero. Como Barbara Rey, por ejemplo.
Fuiste en 2008 para investigar la novela. ¿Has vuelto desde entonces? ¿Mantienes contacto con alguno de ellos?
No he vuelto, fue un viaje largo y me vino bien la distancia. Con Mario nos escribimos hasta que decidió dejar de lado el correo electrónico por alguna razón que me explicó pero que era larga y rocambolesca. Lo último que sé de ellos es que han conocido de manera completamente aleatoria a una de las musas de Ingmar Bergman. No me han dicho a cual.
Has dicho que ser hija de emigrantes “te convierte en una isla en medio del Pacífico”. ¿Este libro es más de aquí o de allá?
Jajajaja, ¡eso es como preguntar a quién quieres más!
Investigaste mucho la burbuja inmobiliaria y la industria de la moda argentina de los 70 y 80. ¿Qué material goloso te dejaste fuera?
Una de las cosas que más me impresionó al investigar sobre la moda a finales del siglo XIX y principios del XX es cómo funcionaban las licencias de las marcas. En un momento en el que Argentina importaba moda de lujo, y personas que la confeccionaban, darte cuenta de que todo era una copia fue fascinante. Todo está unido por el mismo hilo.
Me dejé fuera cotilleos estupendos sobre modelos y el mundo del cine de los setenta. Pero si lo incluía alguien me demandaba, seguro.
¿Cómo es tu próximo libro? (He leído que es una novela de amor y locura y quiero saber más).
Es completamente ficción. Llevo tiempo con esa novela, tiene muchas capas. Me fascina pensar por qué hay gente que se hunde y gente que, en las mismas circunstancias, flota en la vida. Es la historia de una chica que está atada a una silla y tiene que reconstruir cómo ha llegado hasta allí. Está situada en la Barcelona preolímpica y durante el apocalipsis de la crisis.