“La poesía se hace más necesaria que nunca cuando te lo ponen tan difícil”
Nacho Vegas presenta su nuevo libro, Reanudación de las hostilidades (ESPASAesPOESÍA), susurrando. De alguna forma, una compilación de poemas, pensamientos y relatos dividido en tres partes -Los términos del conflicto, La contienda y Capitulación- le ha quitado todo el grito de su música. Quizá porque hay un aire bélico y sus verdades son tan duras que ya no hace falta decirlas en alto.
Tampoco necesita ya el megáfono final de El hombre que casi conoció a Michi Panero. Su discurso lleva manchado el calcañar de barro de trinchera: habla del colectivo, del sistema, de derrotas, de la clase obrera ilusionada como sus compañeros y de los señores con traje como enemigos. Y sin embargo, en su segunda incursión en la literatura, Nacho Vegas ha vuelto al intimismo de quien ya lo ha visto todo y prefiere regresar a Xixón a descansar. Pero sin claudicar.
Porque a juzgar por sus palabras, no se da por vencido aunque pueda hacerse el muerto. Y así no corromperse y estar en la brecha todo el tiempo posible. O quizá está tirado en el fango para poder recargar la canana con nuevas canciones que pidan revolución. Y solo así volver al grito.
El libro está planteado como una guerra, como una batalla, ¿contra quién es esa contienda? ¿Contra el mundo o contra usted mismo?
Es una metáfora de la vida entendida como una batalla diaria en la que se suceden las victorias y las derrotas, donde hay que ser consciente de que ninguna victoria es definitiva pero también de que ninguna derrota lo es. Así se avanza, a base de resistir y combatir. Es una batalla contra uno mismo y con las cosas que sentimos opresoras. Toda relación de poder en donde somos la parte oprimida -también aquellas donde somos la parte opresora, que conviene que revisemos estos privilegios- son las que trato de poner sobre la mesa a la hora de escribir y enfrentarlas con los poemas.
¿Por qué se ha pasado de una editorial independiente a una gran compañía como ESPASAesPOESÍA?
No fue una decisión consciente. No pensé en ese momento que Espasa perteneciera al Grupo Planeta, fue algo más humano, la presión de mi editora.
¿No tiene miedo de corromperse?
La corrupción que hay alrededor tiene que ver con una posición de poder que no ostento ni ganas que tengo, demasiado que ver con una élite que acumula riqueza y creo que yo formo parte de la gente de más abajo. No pienso que corra ese riesgo.
Hay un discurso que encierra una postura profundamente reaccionaria, la de esa gente que te dice que no puedes criticar la mala praxis de una multinacional o de una gran corporación como, por ejemplo, El Corte Inglés, porque fabrique su ropa en algunos países en condiciones de explotación laboral y si compras allí estás siendo cómplice. Si tiras de ese hilo, todos somos cómplices por tener un móvil y tienes que mirar cada paso que das. Ese discurso interesa mucho y quien lo sostiene es gente que acaba diciéndote que precisamente comprar en Zara te hace cómplice de la explotación laboral y ya no tienes derecho a cuestionar nada, por tanto cállate la boca y vamos a dejar que las cosas sigan como están.
Es la gente que no cree que se puede cambiar. Creo que no debemos sentirnos culpables de los crímenes de otros simplemente por hacer algo cotidiano como comprarte una camiseta. Aunque por supuesto hay gente que toma esas decisiones, acciones que tienen que ver con tu vida privada, con los compromisos que tú estableces. Pero hay un sistema que te empuja a vivir de determinada manera y a participar de él. Una de las cosas del capitalismo es que crea unas relaciones comerciales en las que el mercado está presente en nuestras vidas de una manera de la que es imposible sustraerse.
Cuando te dedicas a publicar discos y dar conciertos, no sabes por qué unos artistas tienen más éxito que otros. Son caprichos del mercado que tienen que ver con cómo durante años la música popular y la poesía se difundían de una manera más horizontal y sin el mercado metiendo sus garras en ellas. Ahora cada vez el mercado está más omnipresente. Por eso la escritura da fe de aquellas cosas que se escapan un poco al capitalismo. Pero por eso también es posible combatirlo.
¿Pasando de lo individual a lo colectivo?
Sí, la escritura siempre tiene ese viaje. Lo importante a la hora de escribir poemas o relatos, en la escritura de todo tipo, algo más palpable quizá en la música, es tener una voz propia en la que esté representada nuestra individualidad que se proyecta a lo universal, que nos pone en común y que testimonian lo que nos necesitamos unos seres a otros. Una individualidad que hace gala de la individualidad, pero donde no está representado el individualismo.
¿Se siente entonces como un caballo de Troya dentro del sistema?
¿En plan trotskista? [Risas] Sí, la escritura es un acto de resistencia. Yo entiendo que cuando escribes tienes que ser muy permeable a la realidad. La cultura popular de un tiempo tiene que ver con los procesos sociales en esos momentos. Aunque no los combatan, los reflejan. Pero puedes hacer una resistencia más activa y que realmente sean armas poderosas porque parece que el sistema nos obliga a vidas excesivamente prosaicas y a veces la poesía se hace más necesaria que nunca cuando te lo ponen tan difícil.
Como en las hostilidades del título, donde casi se presagia un retorno: ¿ante qué es hostil o ante qué lo volvería a ser?
Las hostilidades son las que hacen mucho más difícil las cosas que deberían ser naturales, que la gente se quiera o se cuide, en un capitalismo salvaje como este. Nos obliga a competir. Veo gente que tiene trabajos tan alienantes que no se pueden permitir ni ponerse enfermos, te despiden, y tienes que seguir haciéndote daño para seguir formando parte del engranaje.
Antes no sucedía. Creíamos que habíamos ganado ciertos derechos laborales y al final han conseguido desmovilizar de tal manera a la clase trabajadora que nos convertimos todos en egoístas, en competidores, y eso afecta a nuestra vida privada y a nuestras relaciones afectivas. Y las pudre. Hostilidades que vienen dadas de un sistema que nos dice que somos seres autosuficientes. Y aprender a lidiar con esas hostilidades, vencerlas, ilusionarse con que puedan cambiar las cosas y desilusionarse porque pueden volver a reanudarse es de lo que trata el libro.
¿Se ha desengañado?
Sí. Es verdad que en estos últimos años muchos nos ilusionamos mucho, pero es que yo vengo de una juventud en Asturias donde vi de cerca muchas derrotas obreras y esta ilusión la tomaba con cierta distancia. Pero cuando te ilusionas te dejas llevar. No sabíamos que nos íbamos a desilusionar tan rápido. Veíamos el horizonte de cambio mucho más cercano y luego se fue alejando. Pero estos ciclos de ilusión/desilusión son necesarios y no conviene perder la fe. Aunque sí ha habido desencanto. Con una parte de la política, pero con una parte muy concreta que no es la única. En los últimos años, yo he encontrado espacios culturales, sociales y políticos en los que las cosas son muy diferentes a como eran hace diez años y eso me hace pensar que se va cambiando poco a poco.
¿Por eso ha pasado de ser más revolucionario en los últimos discos a un Nacho Vegas más íntimo en el libro?
En aquel momento, cuando hice el ciclo de disco desde Cómo hacer crac hasta el último, las canciones estaban imbuidas por ese clima social que se creó después del 15M. Un posicionamiento político que a mí no me importó que formara parte de mi trabajo. Digamos que era el momento: estaba tan presente en las conversaciones de cualquier sitio...
Mucha gente que no había militado o no se había preocupado porque consideraban que la política era cosa de cuatro señores con traje y que no les apelaba y que no podían hacer nada por cambiarlo, de repente se dieron cuenta de que podían empoderarse y cambiar las cosas y eso de manera natural se coló en las canciones. Y desvió mi mirada más confesional a lo colectivo.
Uno escribe lo que vive. ¿Cómo escribe esta revolución o cómo la escribiría?
No ha sido una revolución realmente, solo ha sido una revuelta y un cambio de clima. Se tendrían que volver a revolver las cosas. Incluso cuando escribo de experiencias vitales, no escribo en caliente. No sabes lo que ocurre hasta que no tomas perspectiva. Las canciones forman parte de un momento, pero nunca son punta de lanza de nada. No sé cómo contaría esto, necesitaría perspectiva para ver qué es lo que está cambiando. Las cosas han pasado muy rápidas en los últimos cinco o seis años, pero a la vez, al hacer balance, te das cuenta de que no han cambiado tantas cosas como creías que podían cambiar. Y de hecho has visto cómo se repetían viejos errores. Y a veces eso te desazona.
¿Quizás porque la política actual sí que se hace más en caliente que con perspectiva?
Sí, probablemente una de las cosas que más factura le pasó a Podemos en concreto se enfrascó en una máquina de guerra electoral por unas elecciones que se le venían encima y esto hizo que cometieran ciertos errores de los que les está costando despojarse. Les faltó un poco de mirada larga. Aunque ahora es el momento para volver a recuperarse.
¿Cómo?
Supongo que quitando el foco en algo que parece que es lo único que importa hoy en día en política, que es la parte institucional de ella. Y si algo aprendimos en estos últimos años es que la democracia en la que vivíamos era tan deficitaria precisamente porque la habías consagrado a las instituciones y además se las habíamos entregado a la derecha. Y habíamos olvidado el poder popular.
No solamente los partidos que estaban en las instituciones lo habían olvidado, sino que las clases populares se habían desmovilizado y necesitaban volver a tomar consciencia y volver a ser una parte fundamental de la democracia. Y eso que está en la calle es lo que debería presionar a esta política más institucional que está teniendo sus luchas intestinas que a veces son puros Juegos de Tronos y que realmente no hablan de los problemas de la gente.
Pero es que ves los titulares de los grandes periódicos y hablan de las primarias del PSOE y no de los desahucios que hubo la semana pasada. Hay una maquinaria muy fuerte en los grandes grupos editoriales que están al servicio del sistema y que siguen teniendo poder. A pesar de que hayan surgido alternativas en los últimos años en cuanto a medios de comunicación, no esperaba que se pusiera en marcha una maquinaria tan poderosa y que a veces lo arrollara todo de una manera tan salvaje.
Voy a usar ciertas partes del libro para hablar de temas muy concretos:
La infancia ha muerto: no hay posibilidad de ser feliz.
La felicidad es algo que cuando lo sientes o cuando lo eres no eres consciente. Es lo que les pasa a los niños. A los niños que no están, claro, en situaciones de pobreza o de explotación o en una situación jodida. Una infancia normal. Los niños no han perdido la inocencia y ni siquiera son conscientes de que lo son. Conforme te haces adulto la felicidad cada vez se vuelve más difícil y te haces más consciente de lo que es la infelicidad. Pero en el libro intento rebatirlo.
Creo que [el suicidio] tiene más que ver con estar cansado, muy cansado, demasiado.
He tenido algunos casos muy cercanos y lo primero es preguntarte por qué lo ha hecho. El suicidio es uno de los grandes tabúes. Se habla mucho menos y es algo que de forma consciente se evita en los datos de causas de muerte. Igual que se habla de las muertes en accidentes de tráfico para concienciar, resulta que no sabemos nada sobre el suicidio. Como no sabemos enfrentarlo, se evita. Es un tema que incomoda.
Leí un artículo de Santiago Alba Rico que hablaba de una compañía privada de transportes de ferrocarril catalana que en su publicidad se jactaban de ser la compañía más puntual, con un 98,5% si no recuerdo mal. Resulta que el 1,5% que no eran puntuales se debía a los suicidios, a la gente que se tiraba a las vías y se perdía tiempo en llamar al juez que levantara el cadáver. Y el director de la compañía logró presionar a la Generalitat para que agilizaran los trámites y lo que se tardaba 40 minutos se hiciera en 10 ó 15, de forma que fueran más puntuales. Y él decía con todo el cinismo del mundo que “sus clientes eran los vivos, no los muertos”. Este es el desprecio hacia la vida y el suicidio, simplemente un estorbo en una vía del tren, y no algo que resulta de carencias afectivas y que debería hacernos pensar mucho más.
La poesía es un acto inútil.
Puede ser inútil, pero depende de lo que entiendas por inutilidad. La poesía no es útil en el sentido funcional de la palabra, tiene un porqué muy poderoso pero no escribes para algo, no sirve para algo. Hay una urgencia que te empuja a escribir poesía, pero porque tiene un valor: no es útil, es necesaria.
Así acaban todos, tarde o temprano, todos los amores: podridos.
Bueno, el amor es algo precisamente que requiere algo tan importante como el compromiso. En uno de sus ensayos, César Rendueles habla de que lo opuesto al egoísmo no es el altruismo, como normalmente se piensa, porque en el altruismo conseguimos un beneficio -sentirnos mejor, una conciencia más limpia-, sino el amor y dentro de este, el compromiso: aquello que haces porque tienes que hacerlo. Hay que hacer las cosas porque tengas que hacerlas, no porque obtengas un rédito personal. Y cuando te enamoras, no lo haces por nada. Te enamoras y lo percibes como lo más importante y te olvidas del dolor, porque el amor, como la poesía, también es algo inútil: tiene vida y como todo lo que tiene vida, acaba muriendo y pudriéndose.
Hemos sido derrotados, pero no del todo.
La derrota tiene que ver con una relación de poder desigual en la que pasan por encima de ti. Cuando realmente existe una revolución, la parte débil consigue plantar cara. Y quizá no salir victorioso, pero por lo menos resistir. El mundo se articula en base a demasiadas relaciones desiguales de poder: no solo políticas, también afectivas, como el patriarcado. Y para cambiar esos términos, solo queda empoderarse.
En el libro incluso llega a relatar una violación de la forma más abrupta posible. La revolución de la que hablábamos antes, ¿será feminista o no será?
Una de las cosas que ha traído buenas el 15M ha sido que el discurso feminista se colocara en el centro del discurso político de la izquierda. Hay una parte de la vieja izquierda que hablaba de que la verdadera emancipación era la de la lucha de clases y que el feminismo era una lucha secundaria. Pero hoy en día se ha puesto de manifiesto un patriarcado en el que las relaciones de poder no solo provocan desigualdades, sino crímenes todos los días. Si no se combate, no tiene sentido la revolución. La revolución no es solo contra el capitalismo, sino también contra el patriarcado. Las mujeres tienen, además, esa doble lucha. Los hombres, como mucho, podemos ser agentes dobles, pero siempre estamos en la parte privilegiada.
Lo que hay que tender es al igualitarismo, pero lo que pasa es que cuando estás en un sistema patriarcal y quienes están al mando son hombres que tienen esa cultura tan metida en los genes hay que meter cuotas como paso intermedio. No estoy en contra de las cuotas en ciertos aspectos, pero porque no me fío de ciertos señores blancos, de mediana edad y con un poder adquisitivo importante.
¿A la igualdad se llegará después del feminismo?
Sí, claro. Como hombres blancos estamos cargados de privilegios y hay que revisar estos privilegios. El igualitarismo llevará muchas luchas y una revolución donde no se pueden olvidar los derechos, que vivimos en un patriarcado y que las fronteras protegen privilegios, no naciones ni personas. Tenemos que derribarlas, pero costará. Las fronteras justifican las desigualdades, solo protegen privilegios.