Lejos de los hombres adapta el cuento de Albert Camus El huésped, publicado en 1957 dentro de la antología El exilio y el reino. Los seis relatos que forman dicha antología se vertebran en torno a la idea de la fraternidad humana, entendida como un postulado ético y existencial. En ellos, Camus reflexiona sobre los dos grandes temas de su bibliografía, premiada con el Nobel de Literatura en 1957: la humanidad y la dignidad.
Viggo Mortensen, actor principal del filme, además de productor ejecutivo, reflexiona sobre el relato para eldiario.es: “En francés, la palabra huésped (hôte) es 'janusiana', tiene dos caras. Quiere decir anfitrión y también quiere decir huésped. Camus lo hizo a propósito. Llega un momento en que nos preguntamos quién es el anfitrión: ¿lo es mi personaje o el de Reda Kateb? Los dos son huéspedes cuando los ves en el contexto de un paisaje gigantesco, son inconsistentes. Son hormiguitas que sobreviven juntas, sin importar sus diferencias”.
La película tiene por personaje principal a Daru (Mortensen), un profesor de escuela cuya única meta en la vida es enseñar a leer y escribir a sus alumnos árabes. Daru, un trasunto del propio Camus si se hubiera quedado en su Argelia natal en vez de haber emigrado a Francia, tiene un pasado de acción, que le perseguirá durante la coyuntura que servirá de detonante a la trama: un gendarme francés dejará bajo tutela de Daru a Mohamed (Reda Kateb), un presunto homicida. El profesor se verá obligado a entregarlo en el puesto de Tinguit, a kilómetros de distancia de su aislada escuela, como demanda su obligación ciudadana. Pero lo hará a regañadientes, y sólo tras haber sopesado que es la mejor de sus opciones posibles. Por el camino, ambos crecerán en humanismo. En dignidad.
David Oelhoffen, director y guionista de Lejos de los hombres, quedó conmovido por la lectura de El huésped. La búsqueda de las causas de esa conmoción está en el origen del proyecto. Al cineasta, hacer la película le sirvió para entender a su padre, profesor en Argelia como Daru. Durante años, el padre guardó silencio sobre todo cuanto había pasado durante su época argelina. El hijo supo por qué tras el rodaje.
Oelhoffen le pasó el guión a Mortensen y éste aceptó de inmediato. “Lo leí y lo comparé con el cuento; era una adaptación genial, muy buena. David se benefició de otros textos de Camus. No dudé nada. Conforme leía más de Camus, más me gustaba el guión”, refiere.
El actor se volcó de tal manera en el papel que aprovechó el tiempo anterior al inicio del rodaje para prepararse. Quería perfeccionar un francés que hablaba y entendía “más o menos”. Tuvo un preparador; también para el árabe, el otro idioma (junto con el castellano) que habla en el largometraje. Con esta lengua, Mortensen lo tuvo más fácil, ya que empezó desde cero: primero aprendió los rudimentos y luego contrató a un profesor argelino para potenciar los matices de su árabe: debía sonar distinto del de Marruecos u otras zonas colindantes. El resultado es espectacular.
Mortensen, además, es un rendido y declarado admirador del franco-argelino Albert Camus. Lo considera un autor muy moderno cuyas ideas sirven para entender la realidad actual, pero que por desgracia no es profeta en su tierra: “Sabía que había cierta reticencia de una parte del mundo literario en Francia, cierta tensión hacia Camus. En Francia había sido tratado injustamente por una parte de la izquierda francesa, la liderada por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, debido a celos profesionales, creo yo; sacaron de contexto mucho de lo que dijo. Camus no se apegaba a una ideología. Sartre, por ejemplo, le reprochaba que criticara a Stalin, al que no consideraba mejor que Hitler. Nunca tuvo miedo de hacerse enemigo de sus amigos o amigo de sus enemigos por buscar la verdad”.
Hacer las cosas bien
“Camus me entusiasma. Lo que aprendí de él es a no tener miedo a no encontrar respuestas para todo. Dudo que vaya a llegar a entenderlo todo; sé que nunca voy a encontrar respuesta a todos los problemas. Porque a veces no hay solución, y no importa, pero vale la pena. Lo que importa es el proceso de intentar aprender”. El actor ve en esta enseñanza del escritor una analogía con la siniestra realidad europea: “Es posible que no lleguemos a entender al otro, pero hagamos por lo menos el esfuerzo de escuchar, de tomarlo en consideración. Seguramente acabemos llegando a algún lado con la intención. Camus no tenía miedo a no entender”.
La película se abre prácticamente con una escena de Daru jugando al fútbol con sus alumnos. A Mortensen, hincha declarado del San Lorenzo de Almagro, como el papa Francisco, se le ilumina un poco la mirada cuando recuerda que Albert Camus jugaba al fútbol, que era un gran portero. De hecho, asegura que Camus solía decir, en contra de lo que suele ser habitual en un literato, que sus mayores lecciones sobre la vida y el comportarse como persona se las debía al fútbol. Como portero, “nunca sabes por dónde va a venir la pelota y tienes que estar preparado, ser flexible, listo, rápido y prestar mucha atención todo el rato”. Como en el día a día.
Lejos de los hombres, rodada en Marruecos en un plazo de siete semanas y media y con un presupuesto aproximado de cinco millones de euros, es una película muy introspectiva, de bella fotografía y con una música muy melódica, que corre a cargo de los músicos australianos Warren Ellis y Nick Cave. Ellis fue contactado en París, su ciudad de residencia, por Oelhoffen. Le propuso sacar al filme del nicho francófono; no quería la enésima película sobre la guerra de Argelia sino fabricar un cuento universal. La música sólo suena cuando los dos protagonistas, Mohamed y Daru, padecen en soledad: resalta la relación entre ambos, ayuda en la percepción de lo que les pasa.
Para poder ver cumplidos sus deseos, el director encontró un aliado valiosísimo en su productor Mortensen. Alejado de los hábitos tradicionales de los productores europeos, que ostentan un poder absoluto tras el rodaje, y apenas dejan que los directores tomen decisiones, Mortensen veló por todos los aspectos del filme. Lejos de los hombres es su tercera producción tras Todos tenemos un plan (Ana Piterbarg) y Jauja (Lisandro Alonso, 2014).
“Mi propósito es hacer lo que hago de todos modos como actor. Tengo derecho legal a opinar y a exigir ciertas cosas: dónde quieres rodar, con quién, cómo... Quiero que se respete todo lo que viene después, las cosas sutiles, como los carteles en todos los territorios, la traducción, los doblajes, los subtítulos. Vigilo la presentación, cómo se distribuye. Como actor me interesa mucho cómo se construye la película de principio a fin de la película. Por lo tanto, si soy un buen productor, me voy a meter en todos esos lados, respetando la opinión del director”.
Ese mismo respeto es el que caracteriza su labor como editor. Perceval Press, su editorial bilingüe, ayuda a compartir y a difundir las visiones de artistas, fotógrafos, músicos. “Es mucho más fácil ayudar o respetar lo que hace el artista que uno mismo”. Su sensibilidad es la del lector de Camus: atento, humano, digno.