“Gracias, Ada Colau, Mónica García, Mónica Oltra y Yolanda Díaz por incorporar a vuestras filas el símbolo de nuestra opresión. Será que las moras españolas no somos mujeres y nuestra libertad puede esperar. Será que nuestro feminismo es de segunda y podéis hundirnos un poco más para que podamos seguir encerradas en las cárceles del islam y el islamismo”. Así de tajante se mostraba el pasado 15 de noviembre la escritora Najat el Hachmi, premio Nadal 2021, en su cuenta de Instagram. El origen de su indignación era el evento organizado en Valencia al que asistió la portavoz del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía en Ceuta, Fátima Hamed Hossain, ataviada con el pañuelo islámico. “Poner el hiyab en un evento así es legitimar su uso, y con él, todo el entramado de normas sobre los cuerpos de las mujeres musulmanas —afirma El Hachmi—. El velo es la parte visible de una infinidad de reglas que nos dicen cómo tenemos que vestir, comportarnos, con quién podemos relacionarnos y con quién no, con la cuestión de la virginidad…”.
Tras el post de Instagram, aplaudido o citado, entre otras, por la cineasta Isabel Coixet, por la escritora Mimunt Hamido y por la periodista de origen saharaui Ebbaba Hameida, muchas voces se alzaron para reivindicar la libertad que asiste a toda mujer para llevar hiyab, si así lo decide, o su importancia como signo de identidad. Entre ellas han estado la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana Mónica Oltra, Mar García Puig (Unidas Podemos) o Loreto Arenillas (Más Madrid). “¡Pero es que lo que defienden es la libertad que tienes para someterte, para esclavizarte, y eso no existe! —asegura El Hachmi—. Y tampoco existe ese supuesto escenario de libertad en que las mujeres musulmanas eligen llevar el pañuelo. Es algo que nos imponen. Decir que no es así, que no hay una opresión contra nosotras, es ponerse un poco del lado de los que nos discriminan, en lugar de alinearse con las víctimas. Y sí, es verdad que eso es discriminar el pañuelo: pero es que esa discriminación de la discriminación a mí me parece razonable y pertinente. No se trata de señalar o perseguir a las mujeres que llevan pañuelo, sino de cuestionar su introducción en las esferas de representación”.
Y esta introducción, asegura, tiene mucho de estética. “Las políticas de origen musulmán que no van veladas se quedan en segundo plano, nunca se las llama a estos eventos porque no resultan visibles como ”diversidad“. Así que, por un lado, tenemos a la extrema derecha instrumentalizando el discurso feminista cada vez que una mujer musulmana habla de la discriminación; ya sabemos que lo que diga la extrema derecha en términos de feminismo no tiene ninguna validez. No deberíamos darle ninguna legitimidad a esa instrumentalización, y mucho menos responder con otra instrumentalización diferente, recurriendo rápidamente al velo para dar esa imagen de inclusividad”.
Una presión o una prisión
Los comentarios de Mónica Oltra (“Hay muchos símbolos de opresión en el mundo y solo nos preguntamos por ese [el hiyab]. No nos preguntamos por qué íbamos maquilladas o con tacón”) le han indignado especialmente. “Yo le diría: ¿cuántas niñas son obligadas a llevar maquillaje y tacones, a cuántas niñas se les dice que si no llevan tacones no las van a querer porque no son buenas mujeres? Es un argumento demagogo, que confunde una presión estética con una prisión cuyo símbolo principal es ese pañuelo”.
La escritora lamenta la poca comprensión que ha encontrado su postura entre las políticas y entre las feministas. Sobre las primeras, afirma: “Me duele muchísimo que estemos tan solas en esta lucha. Muchas hemos tenido que sobreponernos a situaciones muy dolorosas, y esperábamos encontrar apoyo en unas políticas que supuestamente están a favor de la igualdad y que están poniendo un cortafuegos muy importante a la lucha feminista en contextos musulmanes”. En cuanto a la postura ambivalente de muchas feministas respecto al pañuelo, asegura: “Creo que la interseccionalidad del feminismo, en relación al islam, se ha interpretado completamente al revés. Lo que se le pide es que incorpore a su lucha las luchas de las mujeres que no pertenecen al grupo mayoritario; y eso significa incorporar la lucha de las mujeres musulmanas contra el islam, no incorporar el machismo del islam, que es lo que se está haciendo y que es algo tremendamente racista”.
La escritora, que llegó con su familia a España desde el norte de Marruecos cuando tenía ocho años, señala que la presencia del hiyab, lejos de atenuarse, está yendo a más. “Cuando yo era niña, en mi pueblo llevaban pañuelo las mujeres casadas, y no era ni de lejos el que vemos ahora, dejaba al descubierto parte del pelo. Mis abuelas, rifeñas, ni siquiera lo usaban: llevaban una pañoleta. Este hiyab es un invento de los fundamentalistas”. En cierto momento de su vida ella también lo llevó. “Entré en contacto con una familia fundamentalista,por eso los conozco tan bien, y me convencieron para convertirme en una 'buena musulmana'. Tenía 12 años. Cuando aparecí con el pañuelo en la escuela, la directora me dijo que así no podía entrar. Y la verdad es que me hizo un favor enorme, porque no sabía dónde me estaba metiendo. Ponerse el hiyab es muy fácil; quitárselo, muy difícil”.
Conciliación entre fe y feminismo
El Hachmi ha dedicado prácticamente toda su obra literaria a explorar ese conflicto entre sus raíces y su identidad y libertad: El último patriarca, La cazadora de cuerpos, La hija extranjera, Madre de leche y miel, El lunes nos querrán y el ensayo Siempre han hablado por nosotras (todos, en Planeta y Destino) abordan distintos aspectos de la opresión de la mujer musulmana y sus dolorosos mecanismos de huida. Para hacerlo, Najat tuvo que enfrentarse a su familia y romper con su padre. ¿No es posible esa vía intermedia que parecen prometer las mujeres progresistas con pañuelo, como Fátima Hamed? “Me habría gustado, y a muchas de las chicas y mujeres con las que hablo, también. Claro que nos habría gustado poder conciliarlo todo, que las familias aceptaran a sus hijas tal como son, que no tuvieran que romper con todo; porque romper es romperse, te amputas una parte muy importante de tu propia persona. Pero eso vendrá el día que cambiemos la mentalidad de nuestros padres y de nuestras familias. Lo que no podemos es, para evitar ese conflicto y esa ruptura, perpetuar que las mujeres tengan que disimular, esconderse, hacer cosas en las que no creen. ¿Cuántas generaciones de niñas vamos a sacrificar así?”.
Entonces, ¿no es posible conciliar fe y feminismo? “A mí no me ha sido posible”, reconoce. “Por coherencia con el feminismo, tuve que dejar de ser creyente. Entiendo que es un paso muy doloroso y que habrá personas que no lo den; eso forma parte de su libertad y de su deseo de conciliar ambas cosas, o de asumir sus propias contradicciones. Yo tengo mi itinerario, y si otra mujer escoge otro, adelante. El problema viene cuando intentamos introducir la religión en las esferas políticas, porque entonces le damos un poder que no debería tener, y más aún si tenemos en cuenta que la agenda del islamismo va en esa dirección”.
El ascenso del fundamentalismo en Europa es, de hecho, una de las preocupaciones de la escritora. “Creo que no podemos seguir actuando como si no existiera: está aquí, y tiene una influencia muy importante entre los más jóvenes. Hace 20 o 30 años a nadie se le habría ocurrido defender el pañuelo como algo que elegías libremente. Pero personajes como [el controvertido teólogo musulmán] Tariq Ramadan difundieron la idea de que el islam está perseguido en Europa, y que los musulmanes tenían que 'salir del armario' y lograr representación en todas las esferas de la vida, incluida la política. Los fundamentalistas quieren que el islam tenga un peso político, que vaya mucho más allá de una creencia privada. Y ahí está el gran peligro: convencernos de que las mujeres no somos víctimas por culpa del islam, que es machista, sino por culpa de la sociedad, que nos discrimina por llevar pañuelo”.
Refugiarse en los libros
El Hachmi asegura que “marcar” a las mujeres como musulmanas forma parte de esa agenda islamista. “Ellos son muy conscientes de que a una mujer con hiyab le va a ser mucho más difícil progresar en la sociedad europea. Así que hacer que lo lleven es una forma de frenarlas. Y de verdad que se me rompe el corazón al ver a mujeres que están en situaciones tremendas, que buscan trabajo y que no lo encuentran y que, sabiendo que se les abrirían más puertas si se quitaran el pañuelo, no lo hacen. Y el hecho es que, entre la migración de origen marroquí, son las chicas las que más avanzan, las que más acceden al bachillerato y a la universidad. Pero yo creo que el fundamentalismo es una reacción contra ese avance, precisamente: no son tan distintos la extrema derecha y el islamismo político, ambos son una reacción contra la igualdad”.
Debatir sobre estos temas en las redes sociales resulta, a menudo, frustrante, como la escritora sabe bien. “Por ejemplo, si critico el pañuelo me alinean con la extrema derecha, cuando llevo toda la vida escribiendo contra ella. Pero es que ahora mismo la extrema derecha está condicionando el discurso: puedo hablar en mis columnas de la violencia que ejerce cualquier hombre contra cualquier mujer; pero no puedo hablar de la que ejercen personas de mi mismo origen. Entonces ¿dónde me tengo que ir yo para denunciar las violaciones y el acoso que llevan a cabo los hombres de origen musulman? Porque es necesario educarlos en el feminismo o nos encontraremos en un escenario terrible”.
Esa polarización y simplificación del debate en las redes le hacen plantearse, en ocasiones, expresarse solo a través de sus libros. “Muchas chicas me dicen que mis libros las ayudan, que sienten que alguien está contando su historia. Lo que no se cuenta no existe, no está presente en el imaginario, y es importante que en ese imaginario estemos nosotras. El discurso público es más directo, pero la ficción permite una complejidad y unos matices que no tienen las redes. A veces me planteo limitarme a escribir, porque en la literatura me siento muy tranquila y muy libre. Pero también considero que estoy en una situación privilegiada, a la que no me ha sido fácil llegar, es verdad, con un entorno que me apoya y donde ya no me pasan las cosas de las que escribo; y siento la necesidad de echar una mano a las que todavía están ahí. No puedo hacer mucho por ellas excepto escribir. Y eso es importante: contarnos y poder vernos en el espejo de la representación”.