Mata Mua de Paul Gauguin volverá en los próximos días al Museo Nacional Thyssen–Bornemisza con la aprobación del Consejo de Ministros del pacto firmado en enero entre Carmen Cervera y el exministro José Manuel Rodríguez Uribes. La responsable de la Fundación Thyssen que gestiona el museo público se beneficiará de un contrato de alquiler de 130 millones de euros, por orden del Gobierno de Pedro Sánchez, a razón de 6,5 millones anuales durante 15 años prorrogables durante 5 años más. Se trata de una operación inédita en las políticas culturales españolas, tanto por la cantidad como por la naturaleza del acuerdo. Con Mata Mua alojado en la cámara acorazada de un banco de Andorra, la dueña de la pintura postimpresionista valorada en algo más de 40 millones de euros ha logrado cerrar un acuerdo que perseguía desde que en 2004 se inauguraran las 16 salas para exponer su colección particular.
El contrato de esta operación sin precedentes sigue sin cerrarse seis meses después del anuncio del acuerdo, pero tampoco existe la justificación del desembolso de una cantidad como esta. Hace una semana este periódico consultó al entonces secretario General de Cultura, Javier García Fernández, si existía un informe técnico de expertos en el que se justificaran los 130 millones de euros que se pagarán por el alquiler de esta colección privada. Su respuesta fue clara: “No existe y no se hará porque no es necesario”. Además, García Fernández añadió que la valoración que existe de la colección está mencionada en la Garantía del Estado –la cantidad con la que se aseguró por última vez la colección de 425 cuadros–, que asciende a 330 millones de euros, sin Mata Mua de Gauguin. Cervera asegura que vale por lo menos 1.300 millones de euros.
El Estado alquilará una colección sin haberla valorado. Ninguna comisión de expertos ha analizado la necesidad de incluir este fondo a las colecciones que ya se exhiben en los museos públicos. “Cuando el Estado paga por una colección la operación siempre va acompañada de un informe técnico de expertos que informan sobre la necesidad del pago. En este caso, la gran mayoría de la colección es costumbrismo español del siglo XIX y esta parte está muy bien representada en el Museo del Prado, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao”, indica la catedrática en Historia del Arte y comisaria de exposiciones Isabel Tejeda. Añade que la colección de Cervera “no es una colección excelente”, porque no tiene una “línea de fuerza”. Carece de sentido de colección.
“Un escándalo”
La crítica habitual a esta colección, que en su cesión original tenía 655 obras y que la propietaria ha ido esquilmando para repartir por otros museos como el que lleva su nombre en Málaga, es que carece de unidad y de hilo conductor. Los mejores cuadros son islas, episodios aislados. De hecho, los expertos consultados por este periódico coinciden en que lo único interesante del conjunto es la colección internacional que ella hereda. Máximo un centenar de obras. “Es el capital que ella tiene como lo fue en su día Villa Favorita”, indica una de las fuentes que conoce a la perfección la colección y prefiere permanecer en el anonimato, en referencia a la mansión en Lugano (Suiza) donde vivió el matrimonio y que Cervera vendió por unos 65 millones de euros (20 menos de los que pretendía).
El núcleo más sobresaliente del fondo Cervera es una escisión de la colección Thyssen, que se desgajó en el año 1993, cuando el barón entregó en herencia a su esposa 125 pinturas (además de muebles, tapices, alfombras y esculturas). La parte más destacable de los fondos de Cervera la componen el impresionismo y el postimpresionismo, con dos gauguin excepcionales, Idas y venidas, Martinica (1897), y el señalado Mata Mua. Tal y como informó este periódico, ha vendido Charing Cross de Monet –que ya se exhibe en el Museo Louvre de Abu Dabi– y en 2012 La esclusa, de John Constable, por 27,9 millones de euros. Cervera ahora quiere que sus cuadros (427) se mezclen con los de su difunto marido (775), el barón Hans Heinrich Thyssen–Bornemisza, que el Estado adquirió en 1993 por 350 millones de dólares (288 millones de euros).
La cantidad que el Gobierno pretende pagar por el alquiler anual de estas obras de arte es similar a la que invierte el Estado en el Museo Nacional Thyssen Bornemisza, que en el año 2021 es de 7,99 millones de euros (en 2020 se quedó en 5,6 millones de euros). Quizá lo más llamativo sea la inversión que se destina a los museos estatales, cuya carestía es endémica y denunciada por los sindicatos desde hace años ante la falta de incremento presupuestario.
Tal y como se desvela en los Presupuestos Generales del Estado para 2021, los 16 museos de titularidad estatal se mantienen con 1,1 millones de euros. De esta cantidad, por ejemplo, 96.000 euros son para el plan de seguridad de los centros y 77.000 euros en suministros varios. Por otro lado, el Museo del Prado tiene presupuestados 500.000 euros en adquisición de obras de arte para 2021, que en el caso del Museo Reina Sofía son 1,2 millones de euros.
El catedrático de Historia del Arte José Manuel Cruz Valdovinos considera la operación “un escándalo”. “Es de locos, no tiene ni pies ni cabeza. Y en el Congreso de los Diputados no se ha escuchado a nadie en contra de esto. Es una decisión política, sin justificar e injustificable”, explica Valdovinos sobre el llamativo silencio de la oposición en un acuerdo muy polémico. Jaime Brihuega, ex director General de Bellas Artes, se pregunta quién ha puesto este precio si no se ha realizado una valoración objetiva por una persona de relevancia científica y ajena al interés particular.