La cineasta francesa Agnès Varda, una de las pocas figuras femeninas de la nouvelle vague y galardonada con el Oscar de honor en 2017, falleció este viernes a los 90 años, informaron medios locales. Nacida en Bélgica, aunque de nacionalidad francesa, era uno de los rostros más conocidos del cine francés, autora de películas como Cléo de 5 à 7, L'une chante, l'autre pas o, más recientemente, el documental Varda par Agnès, estrenado este mismo año.
“Me llamaban la abuela de la nouvelle vague, pero ahora digo que soy su dinosaurio”. La directora demostraba mantener intacto su sentido del humor al recibir el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián de 2018. Y no fue el único tributo de la temporada que recibió.
En marzo, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concedió el Oscar honorífico, convirtiéndose así en la primera directora en hacerse con el prestigioso galardón. Subió a recibirlo bailando, y se metió a todos en el bolsillo cuando confesó que “soy un poco tímida, pero me encanta escuchar todas estas lindas palabras sobre mí”.
También estuvo en el festival de Cannes, donde presentó fuera de competición su documental Caras y lugares. En este mismo certamen, pero tres años antes, se alzó con la Palma de Oro honorífica, de nuevo convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo. Hasta entonces, solamente la habían recibido Woody Allen en 2002, Clint Eastwood en 2009 y Bernardo Bertolucci en 2011.
Rompiendo techos de cristal desde la década de los 50
Bien podría haberse apellidado “Pionera” la cineasta y fotógrafa belga, pues también lo fue de la nouvelle vague y del cine feminista. Muchos identificarán en seguida a François Truffaut, Jean-Luc Godard o Claude Chabrol como los grandes referentes del movimiento francés de finales de los 50. Pero antes de que ellos filmaran Los 400 golpes (1959), Al final de la escapada (1960) o El bello Sergio (1958), Agnès Varda ya había rodado en 1954 su ópera prima La Pointre Courte, auténtica precursora estilística del movimiento.
En ella se combinan el retrato puramente neorrealista de la zona del suroeste de Francia con la triste historia de una pareja que debe decidir si seguir o no juntos.
La directora, hija de padre griego y madre francesa, había estudiado Historia del Arte en la École du Louvre antes de conseguir trabajo como fotógrafa oficial del Teatro Nacional Popular. Claramente interesada en la fotografía, no dio el salto al cine hasta que pasó unos días grabando la pequeña ciudad pesquera de Séte en el barrio La Pointe Courte, que coincide con el título de su debut.
Allí recogió imágenes para un amigo con una enfermedad terminal que no podía visitar por sí solo la zona. Fue entonces cuando decidió que debía y podía hacer una película. La primera de una trayectoria de más de seis décadas.
Entre ficción y documentales
Agnès Varda comenzó a hacer cine en una época y en un movimiento en el que la representación femenina quedaba prácticamente relegada a la de ser la musa del director. Además de ser precursora del cine feminista, también lo fue en la apertura de la dirección cinematográfica a las mujeres: “Les sugerí que estudiasen cine. Les dije, salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas”.
Su filmografía la habitan películas de ficción, documentales y numerosos cortos. Los relatos sobre la vida de personas cotidianas caracterizan su obra, al tiempo que adquieren valor y magnetismo por su habilidosa puesta en escena y su dominio del pulso narrativo.
Así lo demostró igualmente en su segunda película, Cléo de 5 á 7 (1961). Con ella se ganó el reconocimiento internacional y fue nominada a la Palma de Oro en Cannes. En sus dos siguientes cintas La felicidad (1965) y Las criaturas (1966) pareció contagiarse del espíritu optimista del Mayo del 68.
En su posterior documental Daguerréotypes, de 1975, recogió el transitar de la calle Daguerre, en París, donde ha vivido durante décadas. Sus habitantes, pequeños comerciantes y artesanos sirven como reflejo de la vida en Francia en este homenaje a la cotidianidad de las ciudades.
Lo personal es político
La cineasta fue prolífica en la realización de cortometrajes. En 1975 presentó el filme Respuestas de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo. Ese año fue designado como el Año de la Mujer por la ONU. Para celebrarlo, el canal francés Antenne 2 invitó a siete cineastas a realizar cortometrajes de siete minutos en los que se respondiera a la pregunta: ¿qué es ser mujer? Agnès Varda fue una de ellas.
En su pieza, son ellas quienes toman la palabra mirando a cámara, contestando, entre otra afirmaciones: “Ser mujer es vivir en el cuerpo de una mujer. Nuestra forma y características físicas son parte de nuestra estructura corporal, no puntos aislados que resaltan nuestra sexualidad como objeto de goce masculino. Ser mujer también es tener una cabeza de una mujer”.
Los siete minutos de discurso abordan las preocupaciones de las mujeres de entonces, con sus cuestionamientos sobre sus cuerpos, sexualidad, maternidad o deseo. Y, paradójicamente, se corresponden con las de hoy. Reclama en su final: “si la mujer se reinventa, entonces el amor tendrá que ser reinventado”.
La directora situó su siguiente película Una canta y la otra no (1976) en el mismo contexto feminista, que estaba en auge en Francia. En ella se cuenta la relación entre dos amigas en los años que transcurren desde 1962 a 1979.
Otra de sus obras más destacadas es Sin techo ni ley, de 1985, con la que se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia. En forma de flashback, se muestran los últimos días de la vida de una vagabunda.
El también cineasta Jacques Demy, fue su esposo desde 1962 hasta que, en 1990, falleció por sida. La directora le rindió homenaje en las películas Jacquot de Nantes (1991), en la que relató su infancia y su amor por el teatro y el cine; Les Demoiselles ont eu 25 ans (1993) y L'Universe de Jacques Demy (1995).
La última ha sido considerada como el mejor homenaje posible al director, ya que de las decenas de tributos que llevaron a cabo otros admiradores, nadie consiguió retratar su figura de forma tan fiel como Varda. En él combinó los mejores momentos de la carrera del artista con testimonios de actores que trabajaron a sus órdenes.
La curiosidad no tiene edad
El documental Los espigadores y la espigadora recoge a un amplio grupo de personas que recuperan la tradición de espigar y con los que ella misma se compara a la hora de recolectar imágenes. Podría pensarse que, en un mundo industrializado, nadie se agacha entre los campos a recoger los frutos de una cosecha, pero la película demuestra lo contrario.
Hay entre los recolectores gitanos que por necesidad toman objetos desechados. Igualmente en las grandes ciudades persisten aquellos que buscan entre la basura lo que podría convertirse en su comida del día. Los que recolectan recuerdos tienen también cabida en el documental. Dos años después, en 2002, recuperó a los mismos protagonistas para ver cómo había cambiado sus vidas desde entonces.
Finalmente, en 2008, abrió sus puertas de forma definitiva con otro documental, Las playas de Agnès. Un relato autobiográfico en el que reconstruye su pasado al tiempo que camina por las playas de Francia. Mediante el humor, invitaba al espectador a compartir sus grandes emociones, ansiedades y desgracias de toda una vida.
Pionera de la nouvelle vague, del cine feminista, de la Palma de Oro y el Oscar Honorífico. Dada la vitalidad, energía, ternura y curiosidad que mantuvo Agnès Varda hasta sus últimos días parecía lógico plantearse que, a sus 90 años, aún le quedase tiempo para ser la primera en lograr un nuevo hito. Por desgracia, habrá que conformarse con el legado irrepetible de esta genia y figura del cine francés.