Hace unos días un artista hizo desaparecer un toro de Osborne, en una carretera gallega. En la larga lista de ejecuciones sobre esas 'pizarras' negras que vigilan los viajes en automóvil, nunca antes se había borrado del mapa, metafóricamente, uno de estos casi 100 anuncios metálicos de cinco toneladas de peso, 54 planchas de acero, 350 tornillos y casi 45.000 kilos de hormigón que lo anclan al suelo. El artista no quiso firmar la acción para evitar la multa por cambiarle el color al famoso toro del grupo gastronómico y pasarlo del negro bragado al azul del cielo. “Artista fue Salvador Dalí o Keith Haring. Esos, sí. Los otros son oportunistas que actúan con nocturnidad. Lo que han hecho estos pseudoartistas es un atentado contra la propiedad privada”, al otro lado del teléfono contesta Iván Llanza, actual director de la Fundación Osborne que trabaja para la empresa desde hace más de 20 años.
Llanza asegura que el toro es la perfecta imagen de España, que es capaz de atraer a turistas al país como destino cultural, que el toro debería unir a los españoles porque “somos una industria de la paz”. ¿Cómo? “Sí, nadie discute con la gastronomía”, añade el responsable de la Fundación Osborne, que este año celebra la colocación del primer toro hace 65 años. Lamenta estas intervenciones, que prefiere llamar vandalizaciones, porque son “una merma de nuestros recursos económicos, que podría dedicar a otros asuntos culturales”. Llanza prefiere no hacer público el presupuesto que destina anualmente a mantener la manada de toros al pie de las carreteras. Tampoco si lo cubre todo el seguro. “Depende de los años: además del vandalismo están los temporales que tumban los carteles. Por ejemplo, el toro de Tarifa requiere mucha atención”, indica. Acaban de terminar de restaurar uno de Mallorca y cuenta que para evitar los daños del aire a estos grandes colosos hay que colocarlos cortando el viento predominante. Porque si se enfrenta al temporal, parte el cuello.
Y luego hay que llamar a los Tejada para que lo resuciten. Félix, Jesús y Pedro son los hijos que mantienen viva la forja que fundó Félix. “Si no fuera por las reparaciones del toro este negocio no habría sobrevivido”, comenta Jesús. Empezaron hace casi seis décadas a reparar los cartelones y se han recorrido el mapa de carreteras de España varias veces. “Tenemos tantos kilómetros encima, que tenemos conocidos en todas partes”, dice. Ya no construyen nuevos, aunque han levantado uno en Valencia recientemente y han ido a Japón y Francia a colocar otros. En Toledo lo cambiaron de sitio, desmontaron uno de Cádiz. En Cabanillas de la Sierra (Madrid) se instaló el primero, en 1957, con cuatro torres traseras y casi 14 metros de altura. “Es como un mecano. Podemos quitar la cabeza de uno y montarla en otro”, explica Jesús desde la forja familiar, en El Puerto de Santa María (Cádiz).
Artista fue Salvador Dalí. Los otros son pseudoartistas oportunistas que actúan con nocturnidad
Brocha gorda
El óxido es otro de los elementos que ponen en peligro la criatura que inventó el diseñador Manolo Prieto, con la que cambió la historia del diseño en España. Los Tejada hacen campañas anuales de repaso. Revisan por zonas el estado de conservación de los anuncios, que se salvaron de la Ley General de Carreteras de 1988 borrando la marca del brandy del cuerpo del toro. Con la silueta basta. “Este año nos toca revisar todos los toros de la Nacional IV. Están en sitios que no hay ni caminos para llegar. En Trujillo (Cáceres) hay uno colocado en un monte de peñascos, sin acceso. Alguna vez tuvimos que usar mulos. Ahora lo solucionamos con grúas”. Es posible que les toque viajar a la carretera de Xinzo de Limia (Ourense) para devolver el negro al cielo.
“Pintar a brocha gorda con un color no es ser artista. Esto es una gamberrada, a mí que no me la argumenten. Nos reservamos el derecho de actuar contra este acto vandálico, aunque me daría mucha pena meter a alguien en la cárcel por un gamberrada”, explica Iván Llanza, que asegura que hay unos cuantos toros declarados Bien de Interés Cultural en Andalucía, pero no sabe cuántos. “El toro es la imagen de una empresa familiar de gastronomía española, que exporta a 70 países y genera empleo en el mundo rural a más de 1.000 personas”, añade el responsable de la Fundación Osborne.
¿Símbolo español? “No”, responde Alberto Nanclares, fundador de Basurama y miembro de la Red Ibérica de Defensa del Patrimonio Gráfico. “Es el símbolo de la España colonizada, que ilustra una empresa extranjera que llegó hace dos siglos a España a explotar el campo”, indica. La historia de Osborne se remonta a finales del siglo XVIII. Entonces el comerciante inglés Thomas Osborne Mann llegó a tierras de Cádiz para comercializar los vinos de la zona y fundó su propia bodega en El Puerto de Santa María.
Un homenaje al toro
Nanclares tampoco cree que sea una vandalización la alteración del color del toro de Osborne porque “el patrimonio debe estar vivo y para que no muera debe estar intervenido”. Cree que el arte muerto es para los museos. También piensa que el toro de Osborne es una de las intervenciones de Land Art “más bonitas del mundo”, y que precisamente el “toro-cielo” es un homenaje a esa dimensión paisajística del toro. “¡No es un ataque al toro! Es un homenaje, una defensa de la idea de que el toro forma parte de nuestro patrimonio”, sostiene Alberto Nanclares. Para el diseñador Emilio Gil, fundador de TAU y Medalla de Oro al Mérito a las Bellas Artes, el toro es famoso porque “es cañí y se identifica con el tópico español”. Es la idea de la España romántica propia de aquellos primeros colonizadores británicos.
De hecho, muchos de ellos están colocados en campos de cultivo y los Tejada aguardan a que los agricultores recojan los frutos para acceder a los colosos. “¿Usted ha estado debajo de uno alguna vez?”, pregunta Jesús para explicar que son estructuras gigantes, que las chapas son como un muro enorme de ladrillo y que por debajo de la panza puede pasar un camión. “Mira que los molinos son grandes, pero esto más”. También que lo más vandalizado son los testículos. A lo Jamón, Jamón (Bigas Luna, 1992). Tienen un diámetro de 80 centímetros. Otros se decantaron por la punta del rabo.
Este año nos toca revisar todos los toros de la Nacional IV. Están en sitios que no hay ni caminos para llega. Alguna vez tuvimos que usar mulos, hora lo solucionamos con grúas
“Es una obra que impone, pero nosotros lo tenemos familiarizado. Ha estado en nuestra casa desde que nací y tengo 60 años. Cuando a mi padre le dieron un premio por su vida laboral, al recogerlo dijo que el toro era un miembro más de la familia. Para nosotros es un negocio, pero también un familiar”, cuenta Jesús. Cuando se jubilen ya no habrá más tejadas al frente. Los hijos de los tres hermanos no quieren seguir, han estudiado y tienen otras inquietudes, dice lacónico Jesús que ve cómo se acaba una relación que empezó con el entonces presidente del grupo y amigo de su padre, Rafael Osborne McPherson. Fue quien encargó a Prieto la campaña de publicidad.
“Lola, te quiero”
Jesús Tejada ha vivido y sufrido la historia de este símbolo, las alteraciones de su significado, las interpretaciones y reinterpretaciones. Porque un símbolo nunca afianza su significado. “La gente se confunde con el ecologismo”, dice para explicarse. “No se muestra un animal atacado, sino libre. El ecologismo debería defender el toro. Tampoco es una defensa de la tauromaquia. La verdad es que se ha usado para reivindicar cualquier cosa”, cuenta. También para declararse. “Lola, te quiero”. Recuerda una de las miles de pintadas que han tenido que borrar en estos años. Se ríe al contar aquel tipo que se dedicó a escribir “BOYER”, en mayúsculas, en todos los toros de la N-IV. Según publicó El Mundo en 2014, fue una idea de Javier Sáinz Moreno, abogado de José María Ruiz-Mateos, para dar a entender que el ministro de Economía y Hacienda del primer Gobierno de Felipe González era “un cornudo”.
Hubo en Cádiz quien se dedicaba a vestirle cada vez que lo restauraban. El que más gracia le hizo a Jesús fue el traje de lunares que le puso. “Lo decoraba por la noche. Se le respetaba dos o tres días y lo repintábamos”, cuenta. “Otro lo pintó como la vaca de Milka, lila y blanco. Aquel le echó bien de paciencia”. En Catalunya, no queda ni uno en pie. En La Jonquera (Girona) había uno que le cortaban las patas y lo tiraban cada año. El dueño de la finca lo defendía, pero terminó renunciando.
Noaz es artista y es uno de los decanos de la intervención urbana y explica que en un momento en el que las calles han sido ocupadas por la publicidad no está mal que alguien nos haga reflexionar sobre lo que es el espacio público. “Intervenir sobre el toro es un acto de contrapublicidad para definir la vida que queremos y la que nos tenemos que comer”, explica Noaz. “Es vandalismo hasta que el mercado le pone un precio. ¿Qué es Okuda?”, se pregunta el artista. Jesús Tejada habla de la sensación que tenía al cruzar la frontera española y encontrarse con un monumento de estos. “Ya estoy en casa”, pensaba. En Andalucía, en la N-IV, recuerda que se llevaban la palma: “¡La gente que venía de vacaciones se lo comía todo!”.