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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Jane Fonda, la actriz antisistema que hizo la revolución en mallas y calentadores

Jane Fonda en la imagen de la ficha policial de 1970, tras ser arrestada acusada de dar una patada a un policía cuando iba camino a una manifestación pacifista por la guerra de Vietnam

Carmen López

Que las apariencias engañan es uno de los topicazos más certeros de nuestra cultura y si no que se lo pregunten a aquellos que una vez pensaron que Jane Fonda era sin más “la chica de al lado”. Ese es el primero de los papeles que la actriz representó en la vida real y no siguiendo un guion. Así empieza el relato del documental Jane Fonda en cinco actos dirigido por Susan Lazy -hasta ahora conocida principalmente por American Masters- y que HBO ha estrenado en España.

La película, como bien indica su nombre, se divide en media decena de capítulos de los cuales cuatro están titulados con el nombre de cada uno de los hombres importantes de su vida. Aunque de entrada parece que ese planteamiento la reduce a una mujer gobernada por “ellos”, en realidad retrata a una persona que ha conseguido sus objetivos pese a las trabas que le plantearon.

Rebelde, valiente y más que inteligente, Jane Fonda ha sido y es una bomba de energía dispuesta a gritarle al sistema aunque sea en mallas y calentadores.

La “hija de”

El primero fue su padre. Megaestrella del cine en Estados Unidos, Henry Fonda y su familia eran la pura representación del ideal americano de los años 50 pero sólo de cara al público. En la realidad, el actor era una persona incapaz de comunicarse con sus hijos y que le era infiel a su mujer. Ella, que tenía serios problemas psicológicos, se rebanó el cuello con una cuchilla de afeitar en una de sus estancias en un sanatorio mental dejando de herencia a Jane y su hermano Peter un buen trauma.

El primer objetivo de la vida de Jane Fonda fue complacer a su progenitor mientras lidiaba con la culpabilidad por la muerte de su madre y el odio a su cuerpo incitado por su propio padre. Cuando él la metió en un internado, comenzó su relación con la bulimia, una de las más sólidas de su vida.

Sin imaginárselo, su madrastra fue la primera impulsora de su carrera cinematográfica cuando a los 18 años la echó de casa de su padre. Buscando una manera de ganarse la vida, se presentó en la casa del profesor de interpretación Lee Strasberg (lo tenía fácil, era su vecino). Escogió bien: por sus clases pasaron Marilyn Monroe, Paul Newman, Marlon Brando y muchos más nombres célebres de la industria de Hollywood.

Ahí comenzó su exitosa fase como The Girl Next Door, que la llevó a Francia en donde conoció al director de cine Roger Vadim, quien da nombre al segundo capítulo del documental. Exitoso, vividor y rebosante de charme se convirtió en el primer marido de Jane Fonda. Con él tuvo a su primera hija, Vanessa y se convirtió en Barbarella, el mito sexual de los 60 (des)vestido por Paco Rabanne. Un papel que previamente habían rechazado Brigitte Bardot y Sofia Loren y que ella interpretó gracias al vodka que la ayudó a olvidar que no quería hacerlo.

Su necesidad de agradar le permitió a Vadim llevar a la cama conyugal a otras mujeres, muchas de ellas prostitutas. Lo que él no esperaba -y que ella cuenta en sus memorias publicadas en 2005 tituladas My Life So Far- es que esas experiencias y sus conversaciones de “el día después” con esas mujeres la ayudasen a construir su papel en la película Klute con el que ganó su primer Oscar, un Globo de Oro y un BAFTA.  

Puño en alto

Mientras Vadim seguía su vida hedonista y derrochadora -preocuparse por el dinero era de burgueses-, Fonda se cortó su melena rubia y dejó crecer la semilla de rebeldía que llevaba dentro. Ante el desconcierto de su primer exmarido, cogió los bártulos y volvió a Estados Unidos con Vanessa y sus ganas de rebelarse ante las injusticias.

Ahí comenzó una etapa de activismo que aún continúa. Entró en contacto con los Panteras Negras, fue una de las lideresas de las protestas pacifistas y viajó a Vietnam del norte a conocer la situación en el frente. Ahí le hicieron el más desafortunado retrato de su vida, sentada y sonriente en un arma aérea que los vietnamitas usaban contra el ejército estadounidense. Los sectores más conservadoras de la sociedad estadounidense pidieron que se la procesase por traición, la apodaron Hanoi Jane y la persiguieron allí a donde iba para pedir su cabeza.

Sus declaraciones sobre la matanza de civiles que el gobierno de Estados Unidos estaba perpetrando en el país asiático y la invitación a los soldados americanos a pensar lo que iban a hacer allí no ayudaron a calmar la situación (sus problemas alimenticios y la dexedrina tampoco). Jane Fonda era un torbellino imparable e imposible de silenciar, el icono de la lucha. Y en ese momento conoció a su tercer capítulo: el intelectual y activista Tom Hayden.

Juntos tuvieron a su hijo, Troy, que cuenta en la cinta la -según su recuerdo- estrafalaria vida que llevaban. Vivían en una casa que más bien parecía una comuna, viajaban a zonas de conflicto y montaban campamentos de verano como Laurel Springs. Ahí conocieron a Mary Luana “Lulu” Williams, hija de un integrante de las Panteras Negras encarcelado, a la que acabaron adoptando y que actualmente es una activista social.

Mallas y calentadores contra el sistema

A finales de los 70, Hayden y ella formaron la Campaña por la Democracia Económica tras llegar a la conclusión de que el principal enemigo de la población eran las grandes empresas. Pero para ello necesitaban dinero y después de sopesar diferentes posibilidades de negocio a Fonda se le encendió la bombilla del dinero: el ejercicio.

“Si algo sé en esta vida es como entrenarme”, explica en el documental. Después de abrir un gimnasio en Los Ángeles, lanzó su primer vídeo doméstico casi sin saber qué era eso ni que llegaría a ser una de las principales impulsoras de esa industria. No tenía reproductor ni idea de cómo funcionaba ese negocio aún incipiente. Pero su En forma con Jane Fonda se convirtió en el más vendido de la historia con 17 millones de copias y el libro que escribió con el mismo título se mantuvo como número uno en la lista de más vendidos durante dos años.

Todo este éxito golpeó duro al ego de Hayden, que ni de lejos había conseguido con sus libros el reconocimiento de su mujer, a la que tachaba de superficial. Pero todo ese dinero había ido a parar a los fondos de la CDE y Fonda seguía produciendo películas sobre historias que creía que debían de ser contadas como El síndrome de China (1979), sobre los peligros de la energía nuclear o Cómo eliminar a su jefe (1980), sobre los problemas de acoso y machismo que sufrían las mujeres trabajadoras. Podría considerar superficial el aeróbic, pero ella había hecho mucho más por el activismo en mallas que él sentado en su escritorio.

Los vídeos de Fonda no sólo sirvieron para hacer dinero, sino que ayudaron a muchas de sus seguidoras a ganar seguridad en sí mismas gracias al ejercicio y a la propia protagonista a superar su problema con la bulimia. Acabó divorciándose de Hayden en 1990 aunque según ella no se imaginaba su vida sin él. Si hubiese podido hacerlo seguramente se habría ido antes.

La pausa

Al día siguiente de anunciarse públicamente su divorcio Ted Turner, el millonario fundador de la CNN y cuarto título del documental, la llamó por teléfono para pedirle una cita. Ella le contestó que se encontraba en medio de una crisis nerviosa y que la llamase en seis meses. Cuando pasó ese tiempo, él volvió a aparecer y en 1991 ya se habían casado.

Durante diez años fueron felices - “mi exmarido preferido”, le llama en la película- pero después de un padre y tres maridos que no la dejaban ser, Fonda ya no estaba para historias. Aunque se había apartado del cine, su activismo seguía en marcha aunque ya no fuese viajando a Vietnam, pero sí visitando lugares en los que se desarrollaban causas a las que apoyaba y enarbolando banderas a favor de la justicia social.

Cuando Tuner empezó a reclamar su presencia en casa (y de hacerle algunas cosas éticamente reprobables a sus espaldas), ella decidió que su nombre iba a ser el título del último acto del documental: Jane.

“La edad es sólo un estado mental”

La frase es de la propia actriz, que en 2005 volvió a la gran pantalla con la película La madre del novio, para su propia sorpresa. Con 68 años no pensaba que nadie la iba a llamar para trabajar, pero ese fue sólo el primer paso para el resurgir de su carrera. Desde entonces ha participado en diez películas y protagoniza la serie de Netflix Grace & Frankie junto a su amiga Lily Tomlin, una comedia que trata temas tan silenciados como la sexualidad de las mujeres de la tercera edad.

Si con 20 años tenía pocos pelos en la lengua a la hora de defender las ideas en las que creía, ahora con más de 80 no tiene ni uno. Especialmente en lo relacionado al feminismo, causa en la que empezó a involucrarse activamente después de su último divorcio, arremetiendo contra de las políticas de Donald Trump cada vez que tiene ocasión o apoyando a la marea verde de Argentina. Y también explicando las cosas que tuvo que hacer en el pasado por su carrera profesional y las que ha tenido que hacer más recientemente por la misma razón, como someterse a operaciones de cirugía estética para seguir trabajando, todo con la misma sinceridad. Jane Fonda sigue con el puño en alto.

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