Creemos que es una cuestión actual, pero los debates en torno al lenguaje inclusivo se remontan al Antiguo Testamento y al Mío Cid. Así se lo hicieron saber a Percival Manglano cuando el concejal del PP criticó con sarcasmo a Podemos por usar el lenguaje no sexista en sus intervenciones y en las redes. Efectivamente, “antes de la toma en Granada” ya se usaba el “todos y todas”, aunque para Manglano fuese algo inverosímil.
Plantear este debate en nuestro país significa tocar hueso en la Real Academia. Pero no somos los únicos. La Academia Francesa respondió con dureza hace unos días ante un manual escolar redactado en lenguaje igualitario por la profesora Sophie Le Callennec. “Ante esta aberración inclusiva, la lengua francesa se encuentra, a partir de ahora, en peligro mortal”, declaró el organismo.
A orillas del Sena parisino, se encuentra el palacio dorado que alberga a los cuarenta académicos galos, más conocidos como los inmortales. Como ocurre en la española, los miembros de la Académie Française se nombran entre ellos y en la actualidad la forman 29 hombres y cinco mujeres, con seis puestos vacantes. Aunque se han posicionado siempre en contra de estas modificaciones por “inducir a un lenguaje desunido y dispar en su expresión, lo que crea una confusión que raya en la ilegibilidad”, el Gobierno no les da la razón.
En 2015, el Consejo Superior para la Igualdad publicó una “guía de comunicación pública sin estereotipos de sexo”, en la que se basó Le Callennec para redactar el volumen de la discordia. El Gobierno recomendaba citar siempre los dos géneros, ordenados alfabéticamente, y feminizar los sustantivos que se refirieran a oficios y cargos públicos.
La prensa conservadora y algunos filósofos e intelectuales clamaron al cielo por ese “galimatías” que proponen las feministas francesas. Pero no es la primera vez que se acusa al lenguaje inclusivo de atentar contra las normas gramaticales, defendidas por los académicos como si fuesen edictos divinos más que una guía orientativa.
Ese “peligro mortal” ha acechado desde hace décadas a cualquiera que haya sugerido una forma menos machista, racista u homófoba de expresarse. Ejemplos no faltan, y las reacciones ante los cuatro siguientes son solo una muestra del largo camino que aún queda por recorrer.
El 'macarthysmo' de Princeton
Hace un año, de cara al nuevo curso, la prestigiosa Universidad de Princeton publicó una guía de recomendaciones que “reflejan la cultura y política inclusiva de la institución”. Aunque se trataba de no usar palabras asignadas a géneros al dirigirse a un grupo mixto, la polémica se desató en las redes españolas por una columna de El Mundo que afirmaba que “algunas universidades de EEUU prohíben la palabra hombre por miedo a ofender”.
Como quedó demostrado más tarde, lejos de prohibir la palabra “man”, Princeton sugería la opción neutra, también en el caso de las mujeres. Por ejemplo, cambiar “policewoman” por “police officer” (agente de policía) o, cuando fuese posible, el uso de “she/he” (ella/él) por “el individuo”.
La sugerencia que partió de una universidad asociada a 41 premios Nobel y 17 Medallas Nacionales de Ciencia de Estados Unidos fue relevante, pero no pionera. En España, varios centros de estudios superiores ya habían recomendado el uso de los epícenos (“ciudadanía” en lugar de “ciudadanos”) en sus dependencias y documentos. Aquella vez, el “peligro mortal” fue sustituido por “el nuevo macarthysmo disfrazado de políticamente correcto”, como describió el columnista confundido.
“Female or woman”
También en Estados Unidos se generó una de las primeras polémicas en torno al lenguaje no sexista, planteada por la lingüista norteamericana Robin Lakoff. Todo comenzó con el artículo El lenguaje y el lugar de la mujer, publicado hace más de cuarenta años en la revista Signs. En él, la profesora de la Universidad de Berkeley reflexionaba sobre la inequitativa relación entre hombres y mujeres en la lengua inglesa.
Uno de los grandes debates que planteó en 1975 fue el uso peyorativo de “female” (hembra) frente a “woman” (mujer). “Female puede ser cualquier especie, pero solo un ser humano puede ser mujer”, por lo que referirse a ellas con el primer término “es degradarlas sutilmente a un estado mamífero inferior, como llamar a un hombre mono”, opinaba Lakoff.
Sus argumentos han sido acusados, incluso por las propias feministas, de desviar el debate, aunque según ella este uso del lenguaje sirve para normalizar otros términos ofensivos como “cow” (vaca), “viper” (víbora) o “vixen” (zorra) relacionados con animales y de un uso muy frecuente en inglés para referirse de forma despectiva a las mujeres.
Miembros y miembras de la RAE
Parecido a lo que ocurrió la semana pasada en París, en 2008, varios miembros de la Real Academia Española se apresuraron a clamar contra la incorrección del lenguaje inclusivo. La por entonces ministra de Igualdad socialista, Bibiana Aído, se atrevió a referirse en una comparecencia en el Congreso a los “miembros y las miembras”, una variación femenina que no se recoge en el diccionario de la RAE y que tiene cierto uso en Latinoamérica.
Desde Jiménez Losantos, que la tildó de “analfabeta” en su programa de radio, hasta vicerrectores de la RAE que se refirieron al doble término como “una estupidez” y a Aído como “defensora esas mandangas”, nadie perdió la oportunidad de despellejar esa querencia de las feministas por mancillar el lenguaje. Casi diez años más tarde, el doble término es usado por partidos políticos, empresas y recomendado por escuelas superiores, como hemos visto más arriba.
Es un tema que divide en canal a los ciudadanos y las feministas, pero en el bando contrario siempre se erige la RAE como defensora de la tradición. Ya sea a través de las definiciones ofensivas (que poco a poco han ido perfilando), como de columnas socarronas de Pérez Reverte, la posición de nuestro templo lingüístico es por norma inmovilista.
Es así como, desde hace ocho años, se mandan Golondrinas a la RAE en abril: una iniciativa llevada a cabo por voluntarios para animarles a promover un lenguaje no machista e incluso a revisar su composición “abrumadoramente” masculina.
Un Microsoft Word inclusivo
En su última actualización, el procesador de textos de Microsoft ofrece alternativas para ciertas palabras que se consideran “exclusivas, despectivas o estereotipadas”. Estas novedades no solo se aplicarán en el caso de los términos separados por género, sino en otros que ya han sido considerados ofensivos como “invidente”, “discapacitado” o “indio americano”, para los que la compañía ofrecerá cambios como “persona con discapacidad visual”, “persona con limitación funcional” o “nativo americano”.
No se trata de una imposición, sino de una categoría que se puede seleccionar como el idioma. Lo que busca Microsoft es que la estigmatización en el lenguaje sea poco a poco percibida como un error. Aunque de momento ofrecen los ejemplos en inglés, un idioma con muchas menos distinciones de género, la idea es que el editor de textos más famoso del planeta vaya perfilando sus herramientas para sumarse a la causa.