A cinco kilómetros del lugar de los hechos las señales indican el camino para llegar al Santuario de Misericordia. A quinientos metros los carteles no se andan por las ramas: “Ecce Homo”. Junto a la flecha, otra indicación avisa de que en lo alto del monte hay parking. Al año pasan 11.000 personas por este santuario, que dicen es la hospedería más antigua de Europa, del siglo XVI. Hoy las 36 estancias en alquiler son la segunda residencia de los que huyen del verano aragonés y del jaleo de la ciudad. Eso también cambió el verano de 2012: la paz no volvió a este mirador desde el que se otean los campos de labranza, la sierra del Moncayo y las cumbres nevadas de los Pirineos.
Hace ahora diez años Cecilia Giménez subió por la carretera que cruza el imperio de la garnacha. Unos campos de vid con denominación de origen protegida que dan trabajo en el pueblo a 600 personas. El otro foco de empleo es el polígono, con un millar de trabajadores en fábricas como Mondo Tufting, líder mundial de césped artificial para uso deportivo. Ese día de calor extremo parecía perfecto para acabar con el rostro deformado de Cristo, maltratado por las torturas de los romanos en Judea y por las humedades que se comen las paredes encaladas de la iglesia del santuario de Borja. Antes de acabar el repinte que cambiaría el destino de su pueblo para siempre, Cecilia se marchó de vacaciones. Dejó el trabajo pendiente y a su regreso Borja ya no era el mismo.
Primero subieron los del pueblo a comprobar lo que habían leído en el periódico y visto en la televisión. Luego llegó el resto del mundo. En pocos días había 4.000 personas a la puerta de la iglesia del santuario, guardando cola para reírse y fotografiarse junto con el cristo que se había montado. El primer año de vida del nuevo Ecce Homo de Borja, el templo al que el pueblo de 5.000 habitantes marcha en romería el día de san Bartolomé tuvo 45.000 visitas.
Al trayecto que hizo Cecilia para revivir el rostro pintado 80 años antes por Elías García Giménez (1858-1934), otro vecino ilustre de Borja, le han seguido más de 300.000 visitantes. Una romería turística en la que no faltan autobuses cargados de japoneses y de ciudadanos de otro centenar de países, que han convertido al Ecce Homo de Borja en La Gioconda del pueblo. Y que genera más de 40.000 euros al año en venta de entradas, a tres euros. Los ingresos son gestionados por el Ayuntamiento, a través de una fundación pública que los invierte en el mantenimiento del santuario, en el salario de las dos guías que muestran con orgullo la obra de Cecilia y en ayudas para personas mayores sin recursos. “Hemos hecho de un fenómeno social, un fin social”, repite con acierto Eduardo Arilla, alcalde de Borja desde 2015.
Un poco de ayuda
Hoy Cecilia Giménez está postrada en una silla de ruedas, en la residencia de ancianos que el Instituto Aragonés de Servicios Sociales tiene en la localidad. Tuvo una caída fuerte y ha perdido mucha movilidad. Los primeros síntomas de la demencia senil le han sacado de su casa y ahora vive junto con su hijo mayor, con parálisis cerebral. Su hijo pequeño murió muy joven, por la distrofia muscular. Cecilia se refería a ellos como “mis ecce homos”. Muy cerca de donde reside la autora del Ecce Homo más famoso de la historia está el Hospital Sancti Spiritus, una residencia de unas sesenta personas que es gestionada por el Ayuntamiento con precios más asequibles para pensiones bajas. Dos de los ancianos que residen allí viven gracias a la pintura de Cecilia.
La taquilla que genera la aberración convertida en obra de arte involuntaria, y protegida por un metacrilato, permite al consistorio costear con 15.000 euros la residencia de los ancianos más necesitados. Hubo años en los que ayudaron a hasta cinco personas. En este momento el dinero asiste a un campesino que trabajó en el campo de Borja toda su vida sin cotizar. Ahora tiene una pensión de 500 euros. También ayudan a una mujer que al enviudar se quedó sin recursos económicos. “Aquí los cuidan, los dan de comer y están felices”, cuenta el alcalde, orgulloso del bienestar de sus vecinos.
Esta línea de auxilio es posible gracias a que Cecilia ha renunciado a la mitad de los beneficios que le corresponden por la propiedad intelectual del Ecce Homo. No fue una decisión sencilla. Antes hubo que acabar con la guerra que se había creado entre las dos familias enfrentadas por el caso del Ecce Homo: las herederas de Elías García Giménez y las de Cecilia Giménez. El éxito de una sucedió a costa de la destrucción de la obra del otro. “No se dirigían la palabra”, asegura el alcalde, el socialista Eduardo Arilla. Lo cuenta y respira con alivio. Era un asunto pendiente que tenía dividido al pueblo. “Fue lo primero que hicimos cuando llegamos a la alcaldía. Nos reunimos con ellas en el ayuntamiento para darle la vuelta a una situación, que parecía no tener solución”, dice Arilla.
El milagro de Cecilia
Después de tantas entrevistas y desprecios arrojados en las páginas de los periódicos entre ambas familias, la nieta de Elías y la sobrina de Cecilia debían perdonarse demasiados años de disgustos. “La cuestión es que se había destrozado una pintura que llevaba años destrozada. Así que pusimos en valor la obra del artista Elías García Giménez con una exposición que reconocía su trayectoria. Se hizo la paz y se pidieron perdón”, explica el alcalde a la puerta del santuario.
“Al principio hubo amenazas y abogados”, cuenta Marisa Ibáñez Giménez, la sobrina de Cecilia. Las disputas se han olvidado y lo que ha quedado de estos diez años es “el cariño de la gente por Cecilia”. No sólo de los borsaonenses. El santuario es el centro de su vida. Allí se casó, comulgaron sus hijos, allí ha sido muy feliz. Y ahora forma parte de ese lugar. “Le ha dado la vuelta a la historia. Ahora dice que lo que ha hecho es una obra de arte y que el mundo entero la conoce por ella. No piensa que lo estropeó. Dice que la Virgen de la Misericordia se le presentó y le pidió ayuda. Por eso lo hizo. Yo no creo en los milagros, pero ella sí”, cuenta Marisa.
La sombra de unos árboles inmensos refrescan los primeros días de un verano que apunta sofocante. También cobijan una comida de casi 200 vecinos jubilados. Han hecho “rancho” y están comiendo por un euro un generoso plato de patatas con carne. El escenario está vacío, pero los altavoces escupen a todo volumen un pasodoble. Tras el postre habrá bingo. Cecilia Giménez todavía no tiene calle en Borja, pero ya hay quien piensa que esta plaza sería un buen reconocimiento a su obra.
“Estamos en el límite de convertirnos en una ciudad grande donde la gente pierde el contacto entre sí”, comenta el alcalde, que antes trabajó en la alimentación y en la automoción. Para tener una población de 5.000 habitantes dice que es una de las más grandes de Aragón. Y subraya con un gesto la lacra de la despoblación que sufre la provincia. En los 90, Borja tocó fondo y desde entonces la población ha crecido un 20%. Los hospitales están en Zaragoza, a 40 minutos, y al parecer el pueblo ha recuperado las tiendas de ropa. “Es un síntoma de buena economía”, asegura. Su apuesta es por el turismo cultural que mueve el Ecce Homo de Cecilia.
“La gente ya no viene a reírse de la pintura. Vienen a ver un fenómeno social y nosotros tenemos que vender el patrimonio cultural de Borja”, dice el alcalde, que quiere más. “Nos hemos convertido en un hito, en una parada turística”. ¿Cómo hacer para que los billetes vayan más allá de la hostelería? ¿Cómo evitar que coman un bocadillo y se marchen sin conocer Borja? A eso le da vueltas. El día que los japoneses descubran esa judería que se conserva en perfecto estado tendrán que pernoctar en Borja. Cómo retener a los visitantes de la restauración fallida. Quiere que visiten el Museo Arqueológico o el de Arte Sacro. Arilla ha invertido un millón y medio de euros del erario público en la restauración de la Casa de las Conchas, un inmenso palacio renacentista en el centro de Borja, que albergará una biblioteca, una sala de lectura, además de salas de congresos y una bodega para catas. Incluso ha encargado un Ecce Homo en relieve para los invidentes... para ser líder del “turismo accesible”.
Un éxito del verano
A Cecilia también le corresponde la mitad de los beneficios del merchandising. A estos no ha renunciado. Camisetas, tazas, dedales, marcapáginas, chapas, neceseres, lapiceros, bolígrafos, un vino, pendrives… Por estas ventas Cecilia se embolsa poco más de 2.000 euros anuales. A la entrada hay una máquina que hace medallas de cobre por un euro con cinco céntimos. Puedes elegir entre cuatro imágenes para estampar en el momento, entre las que figura la de la Virgen de la Misericordia. “Imagínate cuál es la más impresa”, responde María José, una de las dos guías que se encargan de explicar la obra de Cecilia.
A María José no le gusta que le llamen Pepa, aunque en el pueblo nadie lo respeta. María José cuenta que antes trabajaba en una cooperativa textil. Prefiere esto. “Porque hablar me gusta mucho”, dice. Explica a las visitas lo que sucedió aquel verano de hace diez años. Cuenta que el milagro pagano que colocó a Borja en el mapa sólo podía ocurrir en agosto. Entonces la sequía inunda los periódicos y las páginas apenas beben de las fiestas y verbenas. “En otro momento, no le habrían hecho caso”, dice María José. Calcula que este julio y agosto atenderán a unas 5.000 personas.
La guía de la visita guiada más breve por un museo o una iglesia recuerda a un sabio del marketing que llegó para entender qué es lo que había pasado. Le dijo que para convertir un desastre de la restauración en un icono pop, el pueblo tendría que haber pagado “una millonada” por la campaña. “Jajajajaja”, se ríe María José. “¡Nos ha salido gratis!”, añade apoyada en uno de los últimos bancos de la pequeña iglesia. El efecto que provoca este rostro indeterminado es similar al de La Gioconda en la sala del Louvre donde se muestra: Las bodas de Caná, del Veronés, el Concierto campestre y El hombre del guante, de Tiziano, se vuelven invisibles. La fama del meme mural oculta el resto de la nave, devorada por las humedades que provoca un acuífero cercano que da fama al agua de sus fuentes.
Cada dos años, un equipo de conservadores y restauradores del gobierno de Aragón viaja con su instrumental hasta el edificio para comprobar la salud del Ecce Homo de Cecilia. Han logrado cortar la capilaridad del muro en el que estaba la obra de Elías García Giménez y que tapó Cecilia Giménez con la suya. Las especialistas han frenado la humedad retirando de la parte inferior del muro el cemento que no permitía respirar la pared. Cuidan con mimo la pintura de una vecina que suplantó su oficio con más voluntarismo que conocimiento. La noticia movilizó al sector de la conservación y restauración como nunca había sucedido. “Es verdad que fue un punto de inflexión decisivo”, indica Rosa Tera, restauradora y presidenta entonces de la Asociación de Conservadores y Restauradores de España (ACRE).
Esta asociación se fundó unas semanas antes de que se diera a conocer la catástrofe y desde entonces han reivindicado con fuerza su papel imprescindible para mantener a salvo el patrimonio artístico español. “La indignación fue muy importante para la conciencia social de nuestro oficio y para que nuestro oficio tomara conciencia de su papel en la sociedad y que se reivindicara”, añade Ana Galán, conservadora y ex presidenta de ACRE. De aquella indignación surgió la redacción de un manifiesto en apoyo de un oficio ninguneado. Sin embargo, Galán cree que también hubo un efecto llamada y cuando llegaba el verano se echaba a temblar ante un nuevo Ecce Homo. “Reivindicamos mucho, pero no se ha cumplido nada. Seguro que hay más conciencia, pero no hay leyes: la restauración sigue sin estar regulada. Se interviene sin cuidado y sin profesionales al cargo, y tenemos los mismos problemas en las licitaciones públicas. Diez años después no tenemos nada que celebrar”, lamenta Rosa Tera.
El alcalde abre la puerta de una de las salas del Ayuntamiento. Es el salón de plenos y en este también se ofician las bodas civiles. Está presidido por un retrato de Felipe VI, realizado por otro vecino pintor de Borja. Es un cuadro inquietante por ese rostro de misterioso color verde con el que ha representado al hijo de Juan Carlos I. Un rey reptiliano es lo que le faltaba a este pueblo.