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Auschwitz a través de filtros de Instagram: la memoria del horror lucha por no caer en la frivolización

Una persona mantiene el equilibrio sobre las vías del tren. Una vez retocada con el filtro Oslo y subida a las redes, en la imagen se ve descansar al fondo el campo de concentración de Auschwitz, en el que los nazis asesinaron a más de un millón de personas. Se trata de la peor masacre cometida por el Tercer Reich y la más cruenta de la historia moderna de Europa.

Pese a ello, en la actualidad el recinto se ha convertido en un lugar muy diferente: el hueco de los prisioneros ahora lo ocupan carteles explicativos y el terror queda diluido entre rutas guiadas, voces y aglomeraciones. También en uno donde los visitantes realizan sesiones fotográficas con posados imposibles y sonríen a su cámara frontal en busca del selfi perfecto.

De hecho, estas publicaciones en redes sociales no han pasado inadvertidas para los encargados de preservar la memoria del antiguo campo de exterminio. “Hay mejores sitios en los que aprender a andar sobre una barra de equilibrio que en el lugar que simboliza la deportación y la muerte de cientos de miles de personas”, recriminó el Memorial de Auschwitz a través de su cuenta oficial de Twitter la semana pasada.

Aun así, no es la primera vez que el icónico lugar se convierte en escenario de Instagram. En 2015, los mismos responsables criticaron el autorretrato de una pareja frente a una montaña de los zapatos usados por los presos. Y, en 2016, el instagramer Rubén Domínguez tuvo que retirar unas fotos en las que posaba como si el complejo fuera una pasarela de moda.

También ocurre con el monumento del holocausto de Berlín, cuyas grandes losas de hormigón para recordar a los judíos asesinados sirven de atracción para algunos turistas. En respuesta a la falta de empatía, el artista Shahak Shapira lanzó Yolocaust, una web (que acabó cerrándose) donde combinaba estas instantáneas con imágenes de las víctimas del nazismo.

Aunque todavía quedan supervivientes, la cultura es en parte responsable de cómo se configura el pasado por las generaciones del presente. Pero ¿es también culpable pervertir los hechos?

Según la base de datos de IMDb, y sin incluir documentales, hay cientos de películas que tratan sobre el Holocausto nazi. No todas sitúan la acción en Auschwitz ni en otros campos de exterminio, pero son el telón de fondo de muchas de las historias que han desfilado por nuestros cines desde que en 1940 Charlie Chaplin estrenara El gran dictador.

Los raíles de los trenes que cargaban a miles de personas hacinadas en dirección a las duchas de gas o, en el mejor de los casos, a sus diminutas colmenas nos resultan familiares. Son los de La vida es bella, los de Shoah o los de El hijo de Saúl. La dureza de los trabajos forzados la hemos leído a través de la trilogía de Primo Levi, en El diario de Helga o en las horribles memorias del judío Shlomo Venezia en Sonderkommando. La cultura no permite que caigamos en el olvido.

Quien no prestase demasiada atención a las clases de Historia, por lo menos haría los deberes con La lista de Schindler, ¿Vencedores o vencidos? o El pianista. Pero, ¿ha influido esa sobrecarga de ficción sobre la Segunda Guerra Mundial en que percibamos los escenarios reales como un plató de Hollywood?

“Es normal que los hechos pasen de ser algo sensible que nos afecta directamente a la piel y al corazón, a fríos y lejanos momentos de la historia”, opina Carlos Hernández, investigador de los campos de concentración del nazismo y el franquismo y colaborador de eldiario.es.

Sin embargo, considera necesario “que se genere este debate en el caso de Auschwitz porque hay víctimas que siguen vivas”. El tránsito puede resultar doloroso para ellas y para sus familiares directos, pero es el curso natural de todas las tragedias de este mundo. Una vez aceptado, el siguiente paso es inmortalizarlo, y para eso el cine y la literatura han resultado ser unos excelentes transmisores de la memoria -en algunos casos más que en otros-.

En 1993, un director francés cargó contra Spielberg y La lista de Schindler por representar el Holocausto en clave hollywoodiense. “¿Qué uno llora viéndola? Por supuesto. Pero las lágrimas son una forma de gozar, una catársis”, escribió. No obstante, Hernández discrepa y cree que el “90% de los libros y las películas que se han hecho sobre el tema responden más a un espíritu divulgativo que a un fin comercial”, incluida la de Spielberg.

Pero el séptimo arte no es la única referencia. Según Hernández, las redes sociales también pueden servir para lo contrario, ya que “una fotografía e incluso un selfi, puede ayudar a difundir esa historia”. De hecho, el propio Memorial comparte instantáneas a través de su cuenta de Instagram. Entonces ¿cuál es la línea para marcar qué se publica? “El respeto, la sensibilidad, el ser consciente de lo que allí sucedió”, recalca el periodista.

“Hay formas más o menos apropiadas de hacer esto dentro de un lugar histórico. Andar sobre los raíles de la plataforma por la que miles de personas fueron enviadas a cámaras de gas no es una de ellas”, respondieron a un usuario los encargados del museo de Auschwitz.

Sin embargo, el peso de la culpa no solo recae en los asistentes. “El propio Memorial debería reflexionar sobre la forma de exhibir el propio museo. Quizás, si lo hiciera de otra manera, si no tuvieras la sensación de estar en un parque temático debido a la gran cantidad de gente y el alboroto que hay dentro de las salas, la gente tendría otra actitud a la hora de retratarse”, critica Hernández, que anima tanto a la reflexión de los visitantes como de la institución. Lo importante, como añade, es no perder la perspectiva de que “te encuentras en un sitio real que no es un plató ni un museo preparado como tantos de los que hay por el mundo”.

Hacer noche en el campo de concentración

Carlos Hernández reconoce que es complejo diseñar una estrategia para musealizar los centros del horror sin caer en la explotación. Sin embargo, España se sitúa en el plato contrario de la balanza, el que se olvida total y absolutamente de las cárceles y los campos de concentración de la dictadura.

“Nos han secuestrado y robado nuestra historia, no solo durante la dictadura sino en estos 43 años desde la muerte de Franco. Estamos mucho peor vacunados para este momento terrible en el que estos movimientos de extrema derecha vuelven a resurgir”, lamenta Hernández y añade que somos el único país europeo que no tiene museos dedicados a sus tragedias recientes.

Defender la memoria histórica no es la vacuna definitiva para protegerse del auge de los nacionalismos, los grupos neonazis y la extrema derecha, como está quedando patente en cada cita electoral. Hernández lo achaca a la naturaleza primigenia del ser humano, quien cree que es egoísta de forma innata. “Es políticamente incorrecto decirlo, pero en una situación de dificultad, si tiene que pisar a alguien para vivir mejor o conservar su estatus, lo va a hacer siempre”, opina el periodista.

Pero además, en el caso de España “está claro que esa falta de musealización de lugares clave junto a la falta del relato histórico en los libros de texto, ha contribuido a aceptar ese discurso”. Para el experto, el lugar ideal habría sido la cárcel de Carabanchel, demolida, para más inri, por un gobierno socialista. “Esa sí que podría haberse resignificado como un gran museo de la memoria y no el Valle de los Caídos”, asegura.

En su opinión, aún peor es la reutilización para fines lúdicos como la del Parador de San Marcos, en León, que inauguró el propio Franco. “Dentro de lo que he podido investigar, fue el campo de concentración más sanguinario del franquismo, el lugar en el que murieron más prisionero y por el que pasaron decenas de miles de hombres y mujeres”, recuerda.

Allí no solo acude la gente a sacarse selfis sonrientes o a caminar por vigas, sino que celebran bodas, bautizos y noches románticas sin conocer su pasado como campo de concentración. El horror convertido en complejo turístico. La banalidad hecha cartelito minúsculo con letras minúsculas donde un alemán leyó por despiste que había dormido en antiguas celdas de tortura y paseado por patios que fueron paredones. Fue él, y no un español, quien puso el grito en el cielo. Una pequeña muestra de que la cultura del respeto a la memoria no depende únicamente de las fotos que se publican en Instagram.