Hans Ruedi Giger nació en la localidad suiza de Chur en 1940, una región montañosa e idílica que se reconoce por ser de las más bellas de la Tierra. Sin embargo, algo oscuro inspiraba el subconsciente del pequeño Hans, que se materializaba en pesadillas y ataques de pánico. Más tarde, tras estudiar arquitectura en Zurich, toda esa inspiración se convirtió en el germen de lo que es y será la marca de la casa HR Giger.
Algunos le definían como el Miguel Ángel de lo esotérico y lo alienígena, pues se prodigó en todas las disciplinas donde le fue posible plasmar sus diseños. Desde las láminas en tinta y óleo, hasta una arquitectura insecta, pasando por la ebanistería más tétrica y varias colaboraciones con el cine y la música. Todos le conocerán por ser el artífice de uno de los monstruos más célebres de la gran pantalla, la criatura Alien. Pero el universo HR Giger abarca mucho más y su imaginario ha generado una corriente que impregna toda la cultura popular y que algunos académicos llaman gótico contemporáneo.
Su obra es perturbadora y mixta: entre lo tecnológico y lo erótico, entre el metal y la anatomía humana. Comenzó a sentar precedentes con muestras y libros recopilatorios de sus dibujos -realizados con la técnica del aerógrafo- en los que exponía sus tan famosos paisajes biomecánicos, Los niños atómicos y especialmente su Necronomicón, una versión ilustrada del libro de pesadillas de uno de sus escritores favoritos, HP Lovecraft. Así lo descubrió el visionario chileno Alejandro Jodorowsky mientras intentaba adaptar Dune a la gran pantalla.
Aunque el ambicioso proyecto no prosperó, el jefe de efectos especiales Dan O'Bannon se guardó los bocetos de Giger como inspiración para una historia sobre un mónstruo alienígena que convive con una tripulación espacial terrícola con resultados desagradables. Así acabó el extraño suizo trabajando con Ridley Scott en Alien: el octavo pasajero. El extraterrestre había surgido en la mente de Giger muchos años antes de que el fenómeno se volviese mundial en 1979. Scott sólo le puso la cámara delante y lo convirtió en una estrella.
Cine, Giger y Rock&Roll
Una de las patentes de Giger fueron los perennes detalles fálicos que introducía deliberadamente en sus obras. Muchos de estos símbolos provocaron algún que otro desencuentro con los pesos pesados de sus colaboraciones, como con Ridley Scott. Los huevos 'vagina' de Alien o la lengua -como no, fálica- del extraterrestre fueron censuradas de los bocetos iniciales, lo que provocó un profundo descontento en el artista y su consiguiente negativa a muchos de los proyectos sucesivos.
La otra razón escondida, pero conocida a voces, es que Hollywood le ofreció una cantidad ínfima de dinero por su colaboración en las secuelas, por lo que David Fincher, James Cameron y Jean Pierre Jeunet eligieron contratar a un imitador barato que continuara la saga sin molestar. El único que le recuperó del olvido en la Meca del cine fue de nuevo Scott que, quizá reconcomido por su deuda insatisfecha, contó con el suizo en la -supuesta- precuela de la saga, Prometheus. Aún así, Giger ha fallecido dejando una gran deuda con los bancos. Como en el caso de muchos otros artistas visionarios, su relación con la industria no fue ni justa, ni feliz.
Pero antes que Alien, HR Giger ya era un artista de referencia en la sombra a través de los diseños de las portadas algunos de los mejores discos de la cultura pop como el Brain Salad Surgery de Emerson Lake & Palmer. Sin embargo, siempre se le recordará por su colaboración con Debbie Harry, la cantante de Blondie. Corrió a su cargo el boceto del álbum KooKoo y el rodaje de algunos de sus angustiosos y fantásticos videoclips, además de prepararla para su papel en la más gigeriana de las películas donde no colaboró: Videdrome, de Cronenberg
Un universo en 3D
El imaginario de HR Giger incluye, como el suizo admitió en varias ocasiones, obras de Francis Bacon, Salvador Dalí, El Bosco o incluso de Francisco Goya. También encontraba su fuente de inspiración en la literatura de J.R.R Tolkien, en su serie El señor de los anillos, y en la mitología de Lovecraft, que inspiró su bellísimo Necronomicón. Tras de sí deja una colección de más de 700 dibujos en la que le sacó todo el jugo humanamente posible a la pistola pulverizadora que era su pincel. Fruto de este trabajo laminado surgieron algunas de sus mejores colecciones: Li I, Hexetanz, Li II, la serie de trípticos The Shell, Aleph, El maestro y Margarita o New York City.
Modernista y tecnófilo, tampoco se resistió al universo entonces más experimental, el de los videojuegos. A los gamers de los 90 les sonará Dark Seed, uno de los primeros juegos en usar gráficos de alta resolución para representar el mundo oscuro de Giger.
Contra todo pronóstico, su gran proyecto no realizado -para entendernos, su Dune- fue una estrambótica línea subterránea de cinco trenes (el principal medio de transporte en su región) que el gobierno suizo rechazó. Tuvo que conformarse con la supervisión, gracias a sus estudios en Arquitectura de Interiores y Diseño Industrial, del Museo Ginger en el Château St. Germain, Gruyères. Un universo barroco y vertebral donde se expone buena parte de su legado pictórico.
Otro de los proyectos fue el bar Giger de Tokyo, cuyo diseño tuvo que acondicionarse ante la alta probabilidad de terremotos y que, por supuesto, no tuvo su beneplácito. El padre del gótico moderno ya contaba con las suficientes canas para no dejarse corregir. Estos días se empezaba a gestar una gran retrospectiva de su obra que ha quedado tristemente en el aire.