Corría el año 2005 y en Fanzara, una aldea de Castellón de poco más de 300 habitantes ubicada al abrigo del parque natural de la Sierra de Espadán, su entonces gobierno del PP había impulsado la construcción de un vertedero. La planta debía procesar 30.000 toneladas métricas anuales de residuos peligrosos y otras 20.000 toneladas de residuos sin tratar.
El proyecto, en un entorno natural protegido, dividió a un vecindario ya de por si escaso, que pasó de saludarse a esquivarse y de evitarse a llevarse mal. Los más combativos y contrarios a un tóxico impacto ambiental del que sólo Ecologistas en Acción presentó en su día un listado de 20 alegaciones, formaron una plataforma ciudadana que acabó tomando las riendas del Ayuntamiento y frenando el proyecto.
Hoy, su consistorio, en manos del PSOE, lo ha descartado definitivamente. Aunque entonces acababa de nacer, casi sin darse cuenta, el festival de streetart más insólito y estimulante del mundo: el MIAU.
“Nos rondaba por la cabeza acercar el arte a nuestro pueblo”, cuenta Javier López, un delineante que junto a Rafa Gascó –otro de los cabezas visibles de la iniciativa- formó aquella plataforma ciudadana al rescate de una localidad rural descuidada y envejecida. “Pero jamás pensamos que llegaríamos a vivir dentro de un museo al aire libre”, confiesa.
Arte para la convivencia
La idea inicial, cuenta Javier, era invitar a algún artista urbano que “como mucho se animase a pintar un mural”. Algo que revitalizase, con trazos de colores, un par de tapias a punto del derribo y de paso –o sobre todo-, los ánimos de un vecindario enfrentado desde hacía casi un par de lustros por el dichoso vertedero. Convencer a una población que en su mayoría ronda entre los 70 y 80 años de edad de que cediesen sus fachadas para que las pintarrajeasen unos desconocidos no fue lo más difícil para un Ayuntamiento muy pequeño “y sin un duro” de presupuesto.
“A los vecinos les dijimos que si no les gustaba el resultado siempre podíamos volver a pintar de blanco por encima”. La sorpresa vino cuando 21 artistas aceptaron el reto –entre ellos algunos de los más reconocidos de este país; Escif, ‘el banksy valenciano’, Deih, Julieya Xlf, Hombrelópez o la polaca afincada en Madrid, Susie Hammer, entre otros-, y en lugar de dos fuesen 44 los espacios intervenidos. Y todo ello sin cobrar.
“La única condición que pusimos a los artistas es que debían de alojarse en las casas de los del pueblo, involucrar a los residentes de alguna manera en el proceso creativo, bien compartiendo ideas, bien organizando talleres”. El objetivo, forzar de nuevo la convivencia, limar asperezas en las relaciones de un censo demasiado exiguo. Un mes de septiembre de 2014 todo se puso en marcha. “Al principio era como para grabar las conversaciones que se daban al final de cada jornada”, cuenta entre carcajadas.
“El diálogo entre un artista acostumbrado a moverse entre Nueva York, Londres o París y un paisano que no ha salido en su vida de la Sierra de Espadán, aderezado por la noche, en la terraza del bar, con varias cervezas, puede acabar siendo surrealista. Pero lo más curioso es que se entendían”.
De hecho, muchos de esos sexagenarios y octogenarios, que cocinaban para los artistas y a quienes llevaban amorosamente tarteras si es que la hora de la comida les pillaba trabajando -como en una escena de la película Pride-, son hoy “expertos en grafiti”, asegura Javier en la tienda oficial del MIAU, que además opera exitosa on-line. Lo corrobora Elisa, una vecina de mediana edad que quedó prendada de las acróbatas naif de Susie Hammer y le pidió “por favor” si le podría dibujar una de ellas en la fachada de su casa, que hoy muestra con orgullo de galerista a todo visitante.
Auténticos ríos de turistas que, mapa de situación en mano, cámara al cuello y “oes” de admiración, bajan en paralelo al torrente del Mijares durante los fines de semana. Cuando no lo hacen, entre semana, colegiales de excursión cultural. El paseo, con un sinfín de intervenciones ‘locas’ sobre viejas arquitecturas rurales cada pocos pasos, ofrece un paisaje sorprendente y extraordinario que convierte al lugar en un museo único, posiblemente en el mayor al aire libre de todo el planeta.
La historia de Fanzara, resumida por una boquiabierta prensa extranjera como “el milagro en la aldea” –The New York Times o The Guardian fueron de los primeros medios en fijarse en esta insólita capital mundial del grafiti-, tiene un final feliz en constante evolución. Hay obras que aguantan mejor la inclemencia de los inviernos y otras que serán sustituidas cada cierto tiempo. Cuáles y de qué manera se sabrá pronto, ya que otro colectivo nacido en respuesta a ese arañazo al destino que supuso el zarpazo del MIAU –el GUAU, acrónimo de Gestores Universales de Arte Urbano-, acaba de cerrar hace unos días el plazo para la selección de proyectos con los que ilustrar, este próximo mes de julio, su tercera edición.