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Kevin Spacey reabre la encrucijada: ¿debemos separar al artista de su obra?

Kevin Spacey se ha sumado a la única lista de celebridades de la que nadie quiere formar parte en Hollywood. Dice que no se acuerda de la noche en la que intentó abordar sexualmente a un muchacho de 14 años en su propia casa, pero tampoco ha sido capaz de negarlo.

También ha reconocido que es gay en lo que parece un intento de usar su sexualidad como cortina de humo y cebo para los carroñeros. Y lo peor es que lo ha conseguido.

Pero las piruetas de su asesor de imagen no servirán para borrar esta mancha en su reputación. ¿O sí? Hoy llueven las críticas sobre Kevin Spacey, igual que hace poco lo hicieron sobre Harvey Weinstein, James Toback y el fotógrafo Terry Richardson. La siguiente incógnita es si tendrán secuelas a nivel profesional. Es más, ¿las queremos?

Después de la condena pública, llega el examen de conciencia. El lunes, muchos se apresuraron a aclarar que seguir siendo amantes de House of Cards o Medianoche en el jardín del bien y del mal no significa comulgar con lo que hizo Spacey. Otros, en cambio, pidieron abiertamente a Netflix que prescinda del actor a partir de ahora. Unas reacciones que abren por enésima vez el debate sobre la separación entre la vida privada del artista y la calidad de su obra.

Por un lado, clamamos que los actos de Kevin Spacey tengan represalias, aunque, en el fondo, esperamos que Netflix no cancele la sexta temporada de House of Cards. O que Woody Allen siga cumpliendo con sus estrenos anuales. Una encrucijada eterna en la que solo cambian los protagonistas del cartel: Cassey Affleck, Picasso, Polanski o el rapero R. Kelly han salido indemnes, pero la lista es interminable.

Luis García Tojar piensa que la diferencia entre estos casos y los más actuales radica en las redes sociales. “Los medios y las campañas en redes han generado una especie de panóptico donde todos estamos sobreexpuestos al escrutinio ajeno”, dice el sociólogo y Doctor en Ciencias de la Información.

“Situar a la persona antes que la obra tiene consecuencias positivas y negativas: por supuesto la denuncia de delitos es positiva, pero la desaparición de la obra de arte no me lo parece tanto”, argumenta el profesor.

Admite que algunos de sus escritores favoritos “no me son simpáticos como personas o incluso me parecen tipos detestables”, como es el caso de Vladímir Nabokov o Louis Ferdinand Céline, “pero eso no me impide valorar Lolita o Viaje al fin de la noche como novelas extraordinarias. ¿Acaso es Kevin Spacey hoy peor actor que ayer?”.

Pero hay quienes no consiguen dibujar una linea tan clara entre el creador y su obra. “Que alguien sea un artista más o menos bueno o de éxito no le exonera de responsabilidad moral en su conducta privada”, defiende Laura Freixas, fundadora de Clásicas y Modernas.

La escritora piensa que, detrás de la idea abstracta de la separación, existe una pregunta que pocos se atreven a formular directamente: “¿El hecho de que alguien sea muy buen director de cine o muy buen artista como Picasso, debería hacernos olvidar, perdonar y borrar su conducta privada, inmoral o poco ética? Mi respuesta es que no”, asevera.

Según ella, esto ha sido y continúa siendo un recurso que utilizan las personas privilegiadas para permitirse conductas que no toleraríamos en el resto. “No creo que la calidad artística tenga que dar una patente de corso. Y tampoco veo por qué las personas que van a parar a las manos de estos señores -porque suelen ser señores- deban aceptar su sacrificio en nombre del arte”, opina Freixas.

Tojar, sin embargo, cree que en el devenir de los años ha crecido la conciencia de delito y la vigilancia sobre las figuras públicas. Aunque siempre hay excepciones. “Desde los comienzos de la industria, Hollywood gozó de un clima de libertad que incluía, entre otras cosas, cierta permisividad en los comportamientos privados, lo cual generó innumerables polémicas. No por casualidad surge allí la crónica rosa como género periodístico”, explica.

“En los años dorados, todo el mundo sabía, por ejemplo, que Errol Flynn era un 'libertino', pero eso no le impedía ser una estrella. O, en tiempos más recientes, ni siquiera una condena penal contra Roman Polanski le ha impedido seguir haciendo películas”, compara el profesor. El caso del director polaco subraya la opinión de Freixas acerca de que el tiempo no ha sido suficiente para rendir cuentas con las víctimas ni para endurecer la condena pública.

La justicia popular

Algo en lo que coinciden tanto el profesor como la ensayista es que la censura no es la solución. “La conciencia del delito ha crecido y las posibilidades de denuncia son mucho mayores. Esto es un fenómeno sociológico interesante y que anuncia cosas positivas, por ejemplo el empoderamiento de las mujeres, pero también otras menos positivas, como cierto tiempo de intolerancia que se nos viene encima”, teme Tojar.

Al respecto, Freixas piensa que se debe diferenciar entre la conducta privada del artista y el contenido ético de la obra. A diferencia de lo primero, lo segundo es punible. “Una cosa es la conducta privada del señor Nabokov, que no sé si era o no un pedófilo, y otra la obra Lolita, que personalmente me parece una apología de la pederastia, el maltrato y la violación”, ejemplifica.

Distinto es, según ella, que el público condene a título personal la obra del artista como rechazo a los escándalos. “Es más una cuestión de sensibilidad que de leyes”, y pone de ejemplo al cantante Bertrand Cantat, que mató a su novia a puñetazos. “Hay gente que no quiere comprar discos o asistir a conciertos del asesino de Marie Trintignant. Yo lo entiendo y lo comparto. No voy a ir jamás al concierto de un asesino”, asegura Freixas.

“No pido que se prohíban, pero pienso que si más gente tuviese la misma actitud, esos conciertos no se contratarían. Sería un tema de salud pública”, dice proyectando su solución ideal. La de Luis García Tojar es precisamente la contraria. “Lo deseable sería que, con el tiempo, alcanzáramos a valorar por separado la obra y el artista y nos habituásemos a tolerar que ambas no tienen por qué coincidir. ¿Por qué nos empeñamos en que una realidad anule a la otra?”, se pregunta.

“Denúnciense todos los delitos y paguen sus responsables las penas que determine la ley. Más aún: que las denuncias combatan también las culturas de opresión, como el machismo. Pero no volvamos a la Inquisición. La distinción entre esfera pública y privada es una conquista de la democracia. No renunciemos a ella”, termina el profesor universitario.

Unas palabras que, para la escritora Laura Freixas, suscriben “esa idea de separar al artista de la obra, que aunque se plantea de una forma muy abstracta, en realidad se traduce en una carta blanca, una patente de corso, una absolución moral que me parece injustificada”.