El Festival de Sitges abrió ayer el telón con la particular estampa que lo caracteriza como una cita genuina e intransferible: ojeras incipientes, teclados de portátiles con el F5 mancillado, cuerpos inocentes a punto de descubrir que van a ser víctimas de desórdenes alimenticios, predominancia del cromosoma Y, y presencia monocromática (se impone el negro) en las diferentes filas que se forman alrededor del Auditori para hacerse con el mejor sitio en su interior. Pero especialmente, y esencialmente, culto al cine...a todo tipo de cine.
Demonios familiares
Demonios familiares A diferencia de la tónica de las últimas ediciones -en las que se imponía la abertura en el idioma catalán-, la 48º edición arranca con una película de terror estadounidense avalada por su paso en Sundance. En La bruja, su director Robert Eggers, edifica con habilidad un puente entre el cine de terror y el drama familiar, imponiéndose el último como el mejor encaje para dar rienda suelta a la pesadilla que se cuenta: en una comunidad puritana y profundamente religiosa de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, una familia es desterrada a vivir en los límites de un bosque en cuyo interior habita la presencia del mal.
Pero en lugar de focalizar el relato en la brujería, su debutante director utiliza el terror y la atmósfera turbia para destapar un drama de puertas adentro, el que fragmenta al clan familiar debido a las sospechas de brujería y posesión entre varios de sus miembros. Un reflejo de la paranoia sobre casos de brujería que se esparcía por esas latitudes durante esa época.
Para dibujar ese escalofriante y malsano escenario, y la factura que provoca en los lazos familiares, Eggers se sirve de Bergman, Dreyer y de un estilo sobrio que también bebe de la pintura de Vermeer o Rembrandt. Un plato de terror adulto, intenso, malsano, perturbador, ejecutado con inteligencia y control, y que supone uno de los mejores arranques del festival en años, poniendo el listón alto para el resto de la programación.
Cómo ser un Dios
Cómo ser un Dios
El contrapunto cómico a las respiraciones entrecortadas y los saltos de la butaca vividos por la mañana lo ha puesto Absolutamente todo (Absolutely Anything). Artefacto compuesto por el Monty Python Terry Jones, cuyo mayor aliciente es la presencia de sus compañeros poniendo voz a varios alienígenas, así como la de Robin Williams para dar voz a un perro de lo más racional. Por lo demás una comedia muy convencional, descompensada en su aporte calórico humorístico.
Saca alguna carcajada y sonrisas cuando captura las dificultades de su protagonista, a quien interpreta Simon Pegg, por emplear el poder especial que ha obtenido para realizar lo que se le antoje, pero por el otro lado, la balanza se inclina en picado con la historia de amor que mantiene con el personaje interpretado por Kate Beckinsale. Una de esas comedias que se dejan ver con la misma facilidad con la que se olvidan.
Perdedores perdidos
Perdedores perdidos Sin dejar la comedia, pero en un tono muy distinto, limítrofe con el drama, se presentaba Entertainment. Vehículo de presentación por estos lares de su director, Rick Alverson –de quien también se podrá ver The Comedy– y del cómico australiano Gregg Turkington, aquí encarnando a un comediante looser girando por garitos de California con fuerte hedor a Jameson y sudor, con la única intención de ganarse un contrato en Hollywood que le permita estar cerca de una hija que no le contesta al teléfono.
Comedia existencial y bizarra, de un humor incómodo que fusila cualquier intento del espectador por acercarse al personaje central, y que a la larga, pone en cuestionamiento un dispositivo que parece muchas veces armado solo con la intención de provocar, de hacer del humor extravagante su única bandera, así como de las situaciones absurdas y disparatadas, pero que rascando la superficie, se aprecia una caída al vacío, amortiguada por algunos momentos delirantes puntuales.