La manera en que representamos el mundo –con sus metáforas y prosopopeyas– es radicalmente histórica, lo que vale decir que responde a una matriz ideológica que produce tales representaciones. Sucede en la manera en que se representa el cuerpo humano y su funcionamiento, que se transforma al ritmo en que se transforman las relaciones sociales. En Érase una vez… la vida, serie de dibujos animados con la que aprendieron sus primeras nociones de anatomía los niños y las niñas nacidos en los años ochenta, el cuerpo era una representación casi exacta del Estado moderno, o cualquier forma de organización social perteneciente a la modernidad, como la fábrica o el ejército.
De manera vertical, y siempre respondiendo a las órdenes últimas de un capaz o supervisor, el cuerpo funcionaba de manera precisa si cada uno de los operarios cumplía con la función que le había sido asignada, sin salirse ni un ápice de su recorrido perfectamente delimitado por carriles y andenes. Si no ocurría así, intervenía la policía, que llegaba al lugar con unas naves con fines correctivos. El funcionamiento del cuerpo, como el de la sociedad, dependía del compromiso o el sentido del deber –esto es, el contrato social– de las partes que lo constituían, sometiendo la libertad individual al bien común.
La representación del cuerpo humano ha cambiado radicalmente. En la película Del revés (Inside out), cuya segunda parte se ha estrenado este verano, como en Érase una vez… el cuerpo humano, volvemos a adentrarnos en el interior del cuerpo para ver cómo funciona. Sin embargo, ya no queda nada, en la representación, de aquella fábrica, ejército o Estado moderno. Ahora, en su lugar, el cuerpo se gestiona –la elección del verbo no es inocente por mi parte– desde una suerte de Consejo de Administración de empresa donde cada uno de los miembros que la conforman, como si fueran consejeros ejecutivos, deben diseñar estrategias y tomar decisiones para lograr el correcto funcionamiento de la empresa/cuerpo.
A diferencia de Érase una vez… el cuerpo humano, en Del revés los operarios apenas aparecen como fondo, realizando tareas que garantizan el correcto funcionamiento del cuerpo, pero lo hacen de manera mecánica, no por un sentido del deber. Como diría Juan Carlos Rodríguez para definir la lógica del capitalismo avanzado, hemos pasado del contrato social al consenso: ya no es necesario contrato porque todo el mundo asume que la vida que vivimos es la única posible. Y eso no se negocia, simplemente se hace.
Si en la modernidad el poder reside en el Estado, en la posmodernidad lo hace en la empresa. La transformación de la representación del cuerpo en estas dos ficciones responde, pues, a un cambio de las relaciones sociales y de poder en la sociedad contemporánea. Pero hay otra diferencia radical, que tiene que ver con la desmaterialización de la representación. Si en Érase una vez… el cuerpo humano, los personajes que participaban en la trama del funcionamiento del cuerpo humano eran los órganos y las células, en Del revés son las emociones.
Esta representación responde al “giro afectivo” que está experimentado en los últimos años la cultura contemporánea, que inaugura una nueva perspectiva desde la que narrar la historia desde las emociones. La teoría/historia de los afectos/emociones abre todo un camino en el estudio de las sociedades, de sus fantasías e imaginarios, de su relación con los relatos fundacionales y la constitución de comunidades emocionales que se expresan más allá de lo estrictamente político o social. Del revés participa de este giro afectivo desde el momento en que concibe el individuo como algo más que una acumulación de materia, como un sujeto que, además de órganos y células, posee memoria y sentimientos, que no solo le constituyen, sino que dictan sus pasos.
La cuestión no está en la representación de las emociones, sino en la necesidad de identificar cada una de ellas para ser disciplinadas o controladas. Como buen sujeto neoliberal, el niño o la niña se debe convertir en un gestor de sí mismo para convertirse en un sujeto autónomo, libre y plenamente individualizado, capaz de sobreponerse a cualquier adversidad que la sociedad le presente
Pero la cuestión no está en la representación de las emociones, sino en la necesidad de identificar cada una de ellas para ser disciplinadas o controladas. Como buen sujeto neoliberal, el niño o la niña se debe convertir desde edad temprana en un gestor de sí mismo para convertirse en un sujeto autónomo, libre y plenamente individualizado, capaz de sobreponerse a cualquier adversidad que la sociedad le presente.
No se busca el bienestar en la relación con el otro, en la búsqueda de vínculos afectivos con los demás, sino que debe bucear en sí mismo, en las emociones que le constituyen, para llevar a cabo un aprendizaje que le permita responder a la imagen de sujeto que la sociedad le exige. Portarse bien y dejar de joder con la pelota. El público infantil conoce sobradamente la proliferación de cuentos que participan en este giro afectivo para identificar, gestionar y disciplinar sus emociones. La emoción que debe ser identificada casi siempre es la rabia, que es la que desencadena los problemas de comportamiento y conducta, y que por ello hay que aprender a gestionar.
Hay que disputar la rabia, no hay que dejar que nos la arrebaten, que la repriman ni disciplinen, privándonos de su potencial apertura hacia la rebeldía, la contestación y la resistencia. En esa disputa participan la novelista Belén Gopegui y la novelista e ilustradora Natalia Carrero con Las nubesfuria, un libro infantil, nada naif y con una enorme fuerza poética, publicado en 2021 por la editorial Somos Libros. En este libro se invita a los niños y a las niñas a que descubran una nueva emoción, estrechamente vinculada a la rabia: las nubesfuria.
Es una rabia legítima que no nace de dentro del niño o la niña, sino del afuera, del mundo mal hecho, lleno de injusticia y desigualdades que habitamos, que despierta nuestro malestar, que genera nuestro enfado. Es una rabia positiva que no debe reprimirse porque aparece en contacto con la indignación ante lo que no es justo. Tampoco hay que aprender a gestionarla, porque aparece cuando menos te lo esperas. Y además es colectiva. Las nubesfuria reivindica el derecho al enfado ante un mundo que no puede gustarnos como está hecho y pretender convertir esa rabia en un instrumento de lucha para hacer del mundo un lugar mejor.
Con mi hija hemos incorporado el concepto de 'nubesfuria' a nuestro lenguaje cotidiano y las convocamos en múltiples situaciones del día a día. Por ejemplo, cuando alguien tira un papel o una colilla al suelo u ocupa con su mochila un asiento en el autobús, impidiendo sentarse a los demás pasajeros
Con mi hija Giulia hemos incorporado el concepto de nubesfuria a nuestro lenguaje cotidiano y las convocamos en múltiples situaciones del día a día. Por ejemplo, cuando alguien tira un papel o una colilla al suelo u ocupa con su mochila un asiento en el autobús, impidiendo sentarse a los demás pasajeros; o cuando algún ciudadano poco ejemplar le pega una patada a una paloma que se le cruza por la acera; pero lo que más nubesfuria nos despierta son los coches de policía cuando acceden, superando los límites de velocidad, a una zona peatonal en la que juegan los niños y las niñas, sin que medie ninguna emergencia que les dé derecho a hacerlo, solamente para recordarnos que nos están vigilando. Parece que no les gusta que el barrio sea nuestro.
Tal vez seamos un poco gruñones, pero vamos a seguir reivindicando nuestro derecho al pataleo mientras el mundo siga estando mal hecho y seguiremos convocando nuestras nubesfuria, nuestra rabia política, para tratar de hacer de él un lugar mejor.