La fina relojería de los tiempos

8 de marzo de 2024 22:58 h

0

La primera vez que vi a Emma Suárez fue en un videoclip de esos de antes. Llevaba la caliente expresión del sueño pegada a los ojos y en su boca latía una herida que pedía ser curada. Se arropaba con un abrigo y se dejaba besar por Joaquín Sabina. 

Así estoy yo sin ti era el título de la canción. Venía en el disco Hotel, dulce hotel y la ponían a todas horas. Era una canción de amor a la que habían hecho unos arreglos musicales tela de horteras, pero eso daba igual; yo la canturreaba a cada rato. Entonces el Sabina era el Sabina y yo era un chaval sin rumbo que todavía se sacudía la adolescencia; esto último lo llevaba marcado en cada grano de la cara.  

Ahora, que han cerrado los colegios y cae la tarde del domingo, me acuerdo de estas cosas, de cuando yo vivía en Madrid y esperaba encontrarme con Emma Suárez a la vuelta de la esquina, cubierta por una niebla romántica, igual que en el videoclip, agarrada a las solapas del abrigo como si anduviera destemplada, a esa edad en que las historias de amor que empiezan en la calle suelen terminar en la penumbra de un cine mucho antes de los títulos de crédito. 

Hace unos días la vi de nuevo. Aparecía en una teleserie, una adaptación de una novela de mi querido Juan Gómez-Jurado.  Volvía a hacer de niña disfrazada de mujer con una húmeda sexualidad en la herida de su boca y un collar de perlas deletreando su garganta; la misma garganta por la que un día subió la mano Alberto García-Alix, camino a sus mejillas, hasta lograr una fotografía que daría la vuelta al mundo; una historia escrita con la ceguera del tacto cuando todo se queda a oscuras.

Podría seguir con estas cosas, pero prefiero dejarlo así y hablar de sus dotes interpretativas, de la manera que tiene de llenar el escenario y de manejar los silencios. Porque Emma Suárez actúa pasando de puntillas sobre la fina relojería de los tiempos. Por eso, en ella siempre perdurará la niña de la canción que hoy me trae hasta aquí, la del pato en el Manzanares, el semen de los ahorcados y toda la pesca; cuando yo era un chaval con las mejillas ametralladas por el acné del pecado y el Sabina era el Sabina, y yo le preguntaba que quién era esa chica que aparecía en su videoclip y el me miraba muy fijo y me advertía: “Es mi novia, chaval”. Entonces yo le deseaba lo peor y él, como si me leyera las intenciones, me reprendía: “Y no me llames Juaquín”.