Ramón Fontserè (Torelló, 1956), director de Els Joglars y actor, hace estiramientos mientras se preparan las cámaras. Zenit, la nueva sátira de la compañía sobre el periodismo, va más allá del texto: requiere de cuerpo para representar la Historia de la escritura o las miserias de una redacción en pleno tsunami tecnológico.
Tras su éxito de público y crítica en el María Guerrero, regresan a Madrid: estarán en el Teatro Amaya a partir del 10 de mayo. Además, en Miranda de Ebro (21 de abril), Soria (25 de abril), Palencia (27 de abril), Medina del Campo (29 de abril) o Albacete (4 de mayo).
Después de VIP, una crítica a la infancia actual hiperprotegida, ¿no tenían otro charco más grande en el que meterse?VIP
Zenit es una sátira sobre el periodismo pero también una reflexión sobre la responsabilidad compartida con el lector por la aparición de las nuevas tecnologías y la avalancha de información que suponen. La idea es que el lector no se crea todo lo que le dan porque, aunque parezca paradójico, tenemos toda la información del mundo pero no profundizamos. No sé quién dijo que “cuando la información es barata, la atención es cara”: los medios hacen su trabajo, pero también el lector debe saber que lo que quieren los periódicos es vender. Zenit también apela a un periodismo con más tiempo, con más ética, a través del personaje que yo interpreto: ese viejo periodista que tampoco es trigo limpio del todo.
Billy Wilder y otros ya nos avisaron sobre las miserias del viejo periodismo. Pero parece que defienden que lo arrasó la tecnología.
Tampoco es que cualquier tiempo pasado fue mejor. La tecnología es magnífica pero también es una caja de Pandora: incluso el viejo al que interpreto acepta que es el Gutenberg del siglo XXI. Con ese aparatito puedes salvar una vida o calumniar. Lo difícil de esto es que no tiene un solo color.
¿Zenit trata de formar o cree que el teatro no forma a nadie, es decir, que ya venimos convencidos de casa?Zenit
Creo que el teatro, como decía Boadella, debería estar pagado por el Ministerio de Sanidad. Es higiénico porque muchas veces es catártico: cuando satirizábamos el arte moderno o la cocina moderna descubrimos que mucha gente no se atrevía a decir en público lo que opinaba realmente por miedo a prejuicios, a que no estaba a la altura, por no hacer el ridículo. Pero realmente pensaba que aquellos hierros torcidos eran una memez: por eso, en El retablo de las maravillas cuando criticábamos esto, se producía ese efecto catártico. El teatro sólo ilumina la realidad porque la realidad siempre superará la imaginación.
Zenit cuenta esta realidad con unos elementos dados de una manera diferente a lo que sería el teatro convencional: si tú nos comparas a Buero, con todos los respetos, a un teatro literario, es diferente. Cuando dices “el periodismo es basura” ya está todo dicho. Pero ¿cómo lo haces teatralmente? Es lo que nos gusta a nosotros: a través de una música, de una acción teatral, de unas imágenes. Esto impacta más en el espectador, es más sugerente, como La pasión según San Mateo de Bach: hace más Bach por la religión que el papa Paco o sus obispos.
En Els Joglars siempre ha sido muy importante la imaginería, usando un término católico. ¿Cómo se les ocurre? Es casi como preguntarle a un músico qué llega antes, si la letra o la música.
Con Martina (Cabanas, la coautora de Zenit) escribimos unas improvisaciones sobre unos temas. El teatro es juego, por lo tanto vamos a jugar a cómo es una redacción: no tiene que haber una máquina de escribir, puedes fingirlo; y la escenografía en varias alturas, esto es “Deportes”, esto es “Internacional” o esto es el despacho de la directora. Se hace teatralmente jugando, de una manera activa, y es muy sugerente.
En nuestro preámbulo de Zenit [hace una historia muda magistral desde el origen de la escritura hasta las nuevas tecnologías], podrías mostrar cómo Moisés aparta las aguas a través de no sé cuantos LEDs y estoy seguro que no sería tan sugerente como dos puñeteras telas pintadas de rojo que valen veinte euros y representan al mar.
Esto es el juego, esto es el teatro: el juego es ritual y el teatro es ritual. Como las misas, que hacen un ritual fantástico. Los curas modernos ya no, pero en esa serie de El joven Papa (Paolo Sorrentino, 2016) se ve la fuerza enorme que tiene el ritual de la liturgia.
Pienso que el escenario es un altar sagrado donde se oficia el rito en directo: una cosa que nace y muere constantemente. Hay actores de cine que dicen “hacer tantas veces una misma cosa, me aburre”. ¡Es falso! Los grandes payasos tenían dos números en la vida e iban matizando poco a poco: ponían el pie de una forma, la silla de otra… Por algo en francés se llama “répétition”.
Y el tiempo es fundamental, cuanto más tiempo hay entre el inicio de los ensayos y el estreno, mejor: el tiempo te da la oportunidad de matizar, de pulir, de destilar... El virtuosismo es el trabajo. Chaplin, que era un genio, ¿sabes las horas que se pasaba puliendo? ¡Llegaba a la toma 345! Es el juego, el talento y la repetición para buscar la perfección.
Otra cosa importante es la tradición: con Martina, antes del estreno, tenemos un pánico terrible: en el María Guerrero, sobre periodismo… pero teníamos una cosa segura: la tradición de Els Joglars. Un lugar de ensayo, la Cúpula en Rupit (Barcelona), unos horarios, unos ejercicios: eso es muy importante porque en ensayos el actor improvisa y, ahí, encuentra.
Esto parece que va en contra del actor actual, cercadísimo por el guión en series y películas, por ejemplo. Usted ha dado clases en Teatro del Barrio, ¿cuál es el principal déficit que se encuentra en los jóvenes actores?
Se juega poco. Hay mucha comedura de coco, mental, “psiconosequé”. Mastroianni razonaba en sus memorias que el verbo “interpretar” en castellano no era justo. Que el exacto era el inglés, “to play”.
“Jouer”, en francés, también. Uno de los privilegios de hacer teatro a los sesenta es poder jugar: ya eres calvo y dejado, pero puedes seguir jugando. Hay actores que se torturan, “mi personaje no sé qué y no sé cuánto”. ¡Qué coño tu personaje, tú juegas a ser ese personaje!
Cuando estaba con Boadella por eso me gustaba tanto ensayar: fue la primera persona que me dio confianza y fui entendiendo que después de seis meses ensayando fuertemente, la gira eran unas vacaciones. ¡Un año y medio de vacaciones! ¡Y los bolos te daban más pátina! Por eso daba la sensación al público de que estábamos improvisando: ¡y un cuerno! ¡Por el ensayo lo sabíamos todo: el espacio, el diálogo, a los compañeros!
Respecto al periodismo, su obra es pesimista. ¿Lo es más que como lector?
Eso de explicar el mundo independientemente de lo que pienses sobre él, esto tiene que ser… ¿se puede conseguir esto? Pero sin periodismo, no hay democracia.
Conmemoraron los 55 años de Joglars con La zarza de Moisés, un documental de Arantxa Aguirre sobre la creación de Zenit. Ahora le tengo que dar nombres. El primero es Boadella.La zarza de MoisésZenit
Boadella es un artista que dice las verdades.
¿Alguna vez ha pensado “¿por qué no te callas?”, con respecto a Boadella? De esto que le pasa a Darío Adanti conmigo en Mongolia de “tío, por favor… ahora, no”.Mongolia
No, no. A un artista, no. Además, sería inútil. Es un hombre muy sensato: el tiempo pondrá las cosas en su sitio cuando haya pasado todo este delirio que hay en Cataluña. A Albert se le recordará por el hombre que ha avisado sobre esta plaga, pudiendo ser una cosa totalmente distinta y magnífica, ha sido una gangrena. Estoy a favor de la unión de los distintos: en común iremos mucho mejor. Los nacionalismos siempre han sido los grandes desastres: no entiendo lo de “es que somos nosotros”. Con lo poco que estamos en este valle de lágrimas, “no, es que soy catalán, no, es que soy vasco”... qué tontería.
Con Ubú, president dieron en el clavo. En mi opinión, ese Pujol suyo no solo marcó generaciones del teatro satírico posterior, sino que creo que le marcó a usted y fue premonitorio.Ubú, president
Albert ya hizo Operación Ubú en el 81 con Teatre Lliure, que eso no se dice. Lo mío fue posterior (1995) con mi gran amiga y gran actriz, Pilar Sáenz, haciendo de Ferrusola. No se pensó en mí para interpretar a Pujol porque no me parecía físicamente: se hizo un casting, incluso, pero Boadella no encontraba el actor adecuado: bajito y cabezón. Y un día me dijo, “tengo este vídeo de unos escaladores catalanes que han subido el Everest y a los que Pujol da un discurso”(imita el discurso de Pujol). Fue la primera vez que me fijé en él: me pareció muy pequeño.
Boadella, con esa capacidad que tienen los grandes artistas de ser premonitorios, lo caló. Incluso a sus hijos, a los que pusimos en una escena con un maletín.
A partir de Ubú, ¿se sienten censurados en Cataluña?Ubú
No. No nos vienen a ver y punto. “Estos Boadella y Fontseré son unos traidores, unos botiflers”. Hemos estado en Barcelona pero hemos perdido mucho dinero porque no venía gente. Ya lo hemos entendido: por suerte el mundo es muy grande y podemos hacer gira por España, Europa o México.
Josep Pla. Ha marcado su carrera y, además, noto que le quiere.
No era un santo e igual me hubiera mandado a freír espárragos: “Oiga, señor Pla, que soy actor”. “¿Usted? ¿Actor? ¡Váyase, hombre! ¿Quién le paga?”. Pla es un hombre que, por su manera de vivir, era sensual: no solo las mujeres, sino el paisaje, la comida. A mí también me gusta: vivo en un sitio magnífico, con un paisaje bonito y con una mujer fantástica. Un lujo barato.
Cuando conocí a Pla dije “¡Ese tío es un facha!”. Ni sabía lo que decía porque en ese momento tenía diecisiete años. Lo que decíamos antes sobre el ensayar: Pla era un trabajador estajanovista, alguien que se entrenaba para escribir. Leyéndole, parece fácil... la descripción del vuelo de una mosca, de la minifalda de una chica, de una pintura de Gimeno: ¡intenta hacerlo tú! Es un artista.
Otro catalogado como facha y otro de sus personajes esenciales: Dalí.
Dalí era Dalí. La teoría de Boadella: era el hombre que conservó al niño. Cuando se iba a morir, ya entubado, no quería irse a dormir sin que le pusiesen la Marcha Real [hace la Marcha Real e imita a Dalí]. Hasta el final fue un niño, nunca mató al niño. Siempre decía cosas fantásticas [imita a Dalí]: “En toda mentira siempre hay un fondo más o menos amargo de verdad”. O esta maravillosa: “Después de Rafael, ya no hay nada”, y le preguntaban “entonces, señor Dalí, si a usted le sale un cuadro perfecto como Rafael, ¿qué hace?”. “Si me sale un cuadro perfecto, lo que te queda es morir. Por eso, si me sale así, la distorsiono un poco y así no me muero”.
Otro personaje que no solo parecía fascista, sino que lo era: Franco. Lo interpreta usted, durante los últimos días del dictador, en una película extraordinaria y que pasó desapercibida: Buen viaje, excelencia (Albert Boadella, 2003). Sobre todo en la última época de su vida era un niño asesino, ¿no?Buen viaje, excelencia
Nos basamos en La familia Monster: el Pardo, aquellas moscas, [imita a Franco] “Caballeros legionaaariiiiosss”. Pilar Sáenz interpretaba a Carmen Polo, fantástica. Es curioso, esta gente que es malvada: vi El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004) y, al ver a Hitler en el búnker, a ese asesino malvado, asqueroso... da como pena. Es contradictorio, como cuando en nuestra película el Franco anciano tira todos los medicamentos de la mesa y dice “ya tengo suficiente”. Ufff… entramos dentro de la condición humana: ¿por qué esos tipos tan malvados a veces dan como ternura?
Esto son personajes, pero le tengo que citar a la compañía, al grupo de actores, Joglars. ¿Cómo se llega a ese grupo?
Boadella. He vivido la utopía: Albert podría haberse dedicado a otras cosas pero supo crear una banda a la que nos gusta jugar en el teatro, en un espacio de libertad, de desacralización. Es lo que hicieron nuestros antepasados y, encima, vivimos en un sitio magnífico, con una cúpula para ensayar en Rupit: lo creó él con muchos años. Yo crecí en eso. Es la tradición, pero hoy con menos medios económicos: como mínimo que el marco sea lo que yo he mamado.
Un día, íbamos usted y yo por la calle Zurita de Madrid, puñetera cuesta arriba, desde el Teatro del Barrio, donde ahora da clases, y me dijo: “Este trabajo te obliga a currar mucho, ensayar como un perro, viajar sin parar… no se lo diga a nadie, porque se apuntan”.
[Nos reímos] Estoy muy contento con aquel día que subí a la cúpula de Pruit para probar eso del teatro. Es que no tenía otra salida. Pensé: “Bueno, si me cogen, estaré un año”.