Frances Ha o el mito de la precaria encantadora

Ignacio Moreno

En Frances Ha todo es sumamente encantador y está fabricado para arrancar suspiros y “likes” sentimentales entre los más listos de una generación que agoniza mientras acaba su último master esperando que la situación económica escampe. Su protagonista, Greta Gerwig es tan rematadamente encantadora que la han llegado a llamar la “Annie Hall de esta generación”.

Nueva York aparece, sin ningún género de dudas, encantador. La relación de amistad entre las dos protagonistas es encantadora (este punto es en realidad de lo mejorcito de la película). Los referentes cinematográficos son encantadores y facilones: la Nouvelle vague, los video-clips y Woody Allen. Junto a todo ello, la pobreza privilegiada donde viven los personajes es definitivamente encantadora.

Con este estreno la querida Frances Ha, adorable e irresponsable, llena de cucamonas existenciales y económicas se viene a sumar a una larga lista de precarias encantadoras que pueblan nuestras pantallas y entre las que deberíamos destacar a la ácida Hannah Horvath (Lena Dunham) de Girls o a las improbables compañeras de clase social de 2 Broke Girls, una camarera que nunca ha ejercido su licenciatura, Max Black (Kat Dennings) y la hija de un político que ha perdido todo su dinero por un caso de corrupción, Caroline Channing (Beth Behrs). Esa lista se ha ampliado este año con el estreno en Comedy Central de una absurda y refrescante serie sobre una pareja de amigas porreras, Ilana y Abbi, que repiten en Broad city todos los clichés anteriores como ser veinteañeras desorientadas en un Nueva York lleno de trabajos precarios. Clichés que han aderezado con una fuerte dosis de subnormalidad física, sentimental y conductual.

Esta explosión de femeninas perdedoras resulta más llamativa si pensamos que una analista como Angela McRobbie explicaba que antes del crack económico 2008 las mujeres jóvenes eran publicitadas como SUJETAS privilegiadas del neoliberalismo y así lo demostraban sus ficciones (pongamos por caso Ally McBeal). La prensa no paraba de exponer que sacaban las mujeres jóvenes mejores notas, accedían a puestos de responsabilidad, eran femeninas y sexualmente liberadas. ¿Qué ha pasado para que en unos años hayamos vivido este cambio radical y las pantallas llenas de jóvenes triunfadoras (incluyendo el necesario campo forense) se hayan transformado en mujeres torpes, pobres, asexuales o incómodamente sexuadas?

La pregunta tiene mucha más miga si pensamos que el ámbito laboral de ficción, es decir, la sit-com laboral ha sido el terreno privilegiado donde ciertos conceptos del feminismo han encontrado su altavoz, distorsionado pero altavoz, a través de la figura de la soltera urbanita. Piensen en La chica de la tele (The Mary Tyler Moore Show, 1970-1977) que durante casi una década llevó presupuestos del feminismo radical como la igualdad salarial a la pequeña pantalla. Piensen en “Murphy Brown” (1988-1998) que levantó la ira de senadores republicanos en plena era George Bush padre por su embarazo de soltera. Piensen en la frágil y auto-irónica Ally McBeal (1997-2002) que mostraba a una mujer enamoradiza, superficial y consumidora pero también una abogada triunfadora.

¿Dónde están todos esos empleos?

No hace falta que se insista aquí en lo complicado que está el panorama laboral, pero quizás unas cuantas estadísticas nos ayudaran a ver lo irritante que resulta esa idealización de la pobreza y la precariedad que hace Frances Ha. Vamos a por ello: En España y en la franja de edad de las protagonistas de las series anteriores entre noviembre 2013 y enero de 2014 el índice de paro era de un 57,7%. En Inglaterra por las mismas fechas era de un 19.8% y en USA en el 2010 se alcanzó el pico de 19.1%. Según un estudio de The World Bank en España entre 2009 y 2012 las paradas de larga duración, de más de un año, se han incrementado 5 % a un 11.6 % del total de mujeres paradas.

La cuestión no es tanto si con esos datos nos parece idiota la encantadora Frances Ha, sino qué significa Frances Ha en ese contexto. Una estudiosa como Lauren J. DeCarvalho que ha escrito sobre el universo laboral de Girls exponía: “Cuando el feminismo televisivo choca con la ansiedad de la recesión no sólo ambas cuestiones se ven trivializadas sino que la autoridad masculina se ve reforzada”. No en vano, uno de los elementos más problemáticos de Girls es que la voz de la sensatez es exclusivamente masculina o que comentadores como el inoportuno actor James Franco escribiera un artículo proponiendo que el personaje encarnado por Lena Dunham se pusiera a trabajar en un McDonald para ganar experiencia.

Sin embargo esa idiotez descomunal que escribió James Franco es exactamente el quid de la cuestión: estas series explotan y al mismo tiempo difuminan la ansiedad que provoca una generación de mujeres jóvenes que no son trabajadoras ni por lo tanto consumidoras y a las que se las tiene que vigilar de cerca en ese tránsito que se está haciendo eterno. Además estas series al tiempo que insultan profesionalmente y adulan culturalmente a la generación que retratan, la que peor lo está pasando con la crisis, asientan los peores estereotipos para unas generaciones anteriores que sin querer renunciar al credo de la meritocracia no ven más que desidia en Hannah Horvath o en Frances Ha.

Claro que todo es una cuestión de grados: mientras que Frances Ha es basura que infantiliza a la protagonista al tiempo que paternaliza al espectador (dan ganas de cogerla de la mano y explicarle el mundo laboral), a las protagonistas de Broad City emporradas, groseras y caóticas no les importa lo que pensemos de ellas. Quizás la razón de esa diferencia es que Frances Ha está dirigida por un hombre de cuarentaytantos y Broad city está dirigido por sus protagonistas que salen directamente de una serie para Internet. Bravo por ellas.