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Haciendo historia de la prehistoria en Jordania por amor al arte

EFE

Quneya (Jordania) —

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Son una quincena de arqueólogos, en su mayoría españoles, que cada año hacen un paréntesis en sus rutinas, tirando de vacaciones, permisos y días libres, para dar rienda suelta a sus vocaciones y sumergirse en la vida de los primeros hombres sedentarios de hace 10.000 años.

A las cuatro de la mañana, antes de que la ciudad se despierte con la voz del muecín llamando a la oración, se escuchan las alarmas de los móviles en la casa de Ammán, donde se alojan las misiones que trabajan en los yacimientos de Kharaysin, del Neolítico Precerámico, y de Jebel Mutawwaq, del Bronce Antiguo I (3.250-2.900 a. C.).

“Al principio cuesta, pero luego te acostumbras”, asegura a Efe la bilbaína Encarna Regalado, de 42 años, que confiesa que siempre se aprovechan los viernes -día de descanso-, para dormir algunas horas más.

Como la mayoría de los arqueólogos de ambas expediciones, Regalado deja en suspenso temporalmente su actividad como arqueóloga de gestión en España y no duda en dar el salto a Jordania, a pesar de que solo tiene cubiertos el viaje, el alojamiento y la comida.

En la excavación de Kharaysin, los más de 50.000 euros que otorgan los Ministerios de Cultura y Economía españoles y la fundación alemana Gerda Henkel, se van principalmente en pagar los viajes y la manutención, los permisos de excavación y a los trabajadores locales, dice a Efe el arqueólogo Juan Ramón Muñiz, de 39 años.

“No recibimos un salario, sino que lo hacemos por el interés que nos sugiere y la oportunidad que es hacer arqueología en Oriente Medio, el lugar en el que surge la civilización y que tiene tanto interés para nosotros porque es excavar y estudiar un momento único en la evolución humana”, comenta este asturiano, codirector en ambos proyectos y también arqueólogo de gestión.

Tras desayunar en tinieblas, recorren en una hora los 60 kilómetros que separan Ammán del pueblo de Quneya, para llegar al amanecer al yacimiento de Kharaysin, donde trabajan ahora y donde les esperan, bajo un terreno olvidado, los restos de los primeros agricultores y ganaderos que vivieron en el noveno milenio a. C.

“Estudié la carrera de arqueología, pero luego acabé trabajando en la administración general del Estado, en concreto en el Organismo Autónomo de Parques Nacionales, y aquí vengo con mis días de permiso, vacaciones y otros días para trabajar, porque en el fondo esto es lo mío”, asegura Manuel Lagüera, que celebró sus 53 años en Jordania haciendo lo que le gusta, excavar.

Antes de que diera comienzo la expedición de Kharaysin en 2014, estuvo siete años en Siria, donde los trabajos que llevaban a cabo, casi siempre centrados en el periodo del Neolítico Precerámico, se suspendieron por la guerra civil que estalló en 2011.

“Siempre he intentado compaginar mi vida administrativa con la arqueología, con vacaciones y días de permiso”, dice este bilbaíno, antes de confesar que “sarna con gusto no pica”.

A las diez de la mañana, después de cuatro horas excavando con ayuda de quince trabajadores del pueblo de Quneya, hacen una pequeña pausa antes de afrontar la segunda parte del día, que concluye a la una, cuando el calor es casi insoportable.

“Ahora mismo pedí permiso en la empresa donde trabajo para venirme acá un mes y algo, a participar en este proyecto, porque para mí es un auténtico privilegio estar aquí ya que estamos trabajando en un contexto donde surge la civilización, la agricultura, la ganadería”, explica a Efe Jonathan Santana.

Por otra parte, este canario de 33 años, especializado en prácticas funerarias y restos humanos, también compagina en España, como le ocurre a muchos de los colegas que le acompañan en Jordania, su trabajo como arqueólogo de gestión con la investigación académica.

“Trabajo en una empresa de arqueología donde hago gestión y por las tardes intento mantener la carrera investigadora tratando de publicar cosas”, explica antes de quejarse de que desde que estalló la crisis de 2008 “ha habido una sangría” de becas para investigar.

No obstante, algunos de los miembros del equipo, como su director Juan José Ibañez, del Consejo de Investigaciones CSIC, Luis Teira y Ferrán Borrel de la Universidad de Cantabria o los dos únicos extranjeros, los checos Zuzana Lendakova, Martin Monik de la Universidad de Olomuc, han viajado como parte de la labor que realizan en sus centros.

Pero todos tienen una cosa en común, su pasión sin frenos por la arqueología, por desentrañar los misterios que se esconden a tan solo unos metros de profundidad y que les permiten desvelar los cambios sociales y económicos que sucedieron en Oriente Medio y que “son fundamentales para entender la historia de la especie humana”, como subraya Santana.

Tras concluir la jornada, regresan a Ammán para comer, echarse una siesta reparadora y analizar el material recuperado, discutir lo ocurrido en la jornada y preparar la siguiente, antes de volverse a acostar para levantarse de nuevo antes de la llamada del muecín.

Jorge Fuentelsaz