Fritz Bauer: un cazador de nazis en la Alemania demócrata

Si queremos aprender sobre el nazismo sin fórmulas balsámicas hay que leer a Hannah Arendt, no a John Boyne. Y si queremos comprender la vergüenza de una nación que impulsó el mayor genocidio de la historia, hay que huir de los tópicos que reinan en La lista de Schindler, de Steven Spielberg, La vida es bella, de Roberto Benigni y El pianista, de Roman Polanski.

El cine norteamericano rompió el luto de la Segunda Guerra Mundial en los años 70 con una miniserie de cinco capítulos llamada Holocausto. Aunque se presentó como un remedio taxativo contra la falta de información desde Alemania, la ficción fue tomada como un reflejo simplista y edulcorado por la República Federal. Lo que sucedió después fue un ejercicio de culpabilidad y reconciliación digno de ser estudiado en las facultades de sociología. Los alemanes se lanzaron a las cámaras y al papel para ser notarios del periodo conocido como los años no dramáticos de la posguerra.

Gracias a la excepcional Los juicios de Nuremberg, descubrimos que la Alemania de los 50 y 60 se enfrentaba en la intimidad al reflejo avergonzado de su pasividad durante la guerra. De puertas para afuera, el país abordaba un momento valiente de reconstrucción democrática. Pero los cimientos de la RFA estaban podridos hasta el tuétano y sus funcionarios eran los mismos que habían apoyado activamente la causa nazi.

Durante esa época hubo pocos héroes que optaron por remover las aguas mansas y perseguir a los criminales de guerra alemanes. Estos hombres no recibieron ni condecoraciones ni placas por sus hazañas. Por eso, lo más normal es que el nombre de Fritz Bauer no nos diga nada. Lo curioso es que muchos alemanes tampoco conozcan al fiscal que luchó contra su propio gobierno para llevar ante los tribunales a los nazis exiliados.

Su figura fue rescatada en 2010 gracias a una biografía y un documental presentado en la Berlinale. Ahora, el director Lars Kraume reivindica con El caso Fritz Bauer que su memoria histórica está más vigente que nunca. “Acabamos de tener elecciones en Alemania y el 20% ha votado a un partido nuevo de extrema derecha porque tienen miedo a los refugiados. Hay que mantener vivo nuestro pasado”, recordó Kraume en una entrevista.

Tanto es así que los historiadores sospechan que Europa vivirá en breve un periodo de remordimiento parecido por sus políticas de migración. “Si hemos sido capaces de hacer algo así, lo podemos volver a hacer”.

El bueno de Auschwitz

“¿Por qué debemos sentirnos orgullosos de Alemania? ¿Por nuestra Constitución democrática?, pregunta una joven en un programa de televisión. ”Podemos escribir párrafos y artículos, pero lo que necesitamos es que la gente viva estas cosas democráticas“, contesta Bauer. Haciendo uso de un comienzo digno de Aaron Sorkin, la escena pone sobre la mesa la incredulidad de un hombre que había visto demasiado de la guerra como para confiar en un pedazo de tinta y papel. ”Las leyes estaban hechas por exnazis y los tribunales estaban llenos de exnazis“, dice Kraume.

Sus detractores le consideraban un “judío vengativo” por hacer justicia retrospectiva cuando ni víctimas ni verdugos querían poner el dedo en la llaga. “Donde no hay demandantes, no hay jueces”. Después de regresar de su exilio en Dinamarca, Fritz Bauer fue llamado a la Fiscalía General para disimular el olor a podrido de las instituciones. Poner a un socialdemócrata al frente fue un tiro de gracia que le salió por la culata al gobierno. Bauer no era un judío cabreado, era un patriota que no concebía una democracia con sus criminales de guerra campando a sus anchas.

Alemania había intentado saldar sus cuentas en un insuficiente juicio de Nuremberg. La justicia internacional se llevó su ración mediática de cabezas de turco, exactamente 24, y los antiguos nazis de la RFA respiraron tranquilos. Fritz Bauer fue el bofetón necesario contra la amnesia colectiva. Con mucho esfuerzo, y entre varias amenazas de sus propios colegas, impulsó los procesos de Auschwitz. Bauer murió solitario y despreciado, sin saber que esos juicios alcanzaron una dimensión sin precedentes y llevaron la tranquilidad a millones de familias desgraciadas.

Los tres pecados de Bauer

“Me gusta cazar, pero no animales. Yo cazo personas”, dice Bauer a uno de sus Judas. Precisamente la cacería de un gerifalte de las SS es el argumento principal de la película que hoy se estrena. Esta persecución fue un camino de espinas que estuvo rodeado de polémicas que poco tuvieron que ver con su labor judicial. Sin querer abundar en spoilers, resumimos los tres pecados capitales por los que la Transición convirtió a Fritz Bauer en un héroe de purgatorio.

Bauer terminó en un campo de concentración tras participar en 1922 en una huelga general contra el nacional socialismo. A la vuelta de Dinamarca, regresó a una institución donde no le acogieron con los brazos abiertos. “La Fiscalía es peor que el exilio”, diría una vez. Su perfil judío y de izquierdas no le ayudó a la hora de sacar adelante sus casos contra los oficiales nazis. Le acusaron de ser un traidor de su patria y de utilizar las “típicas mentiras judías” para dictar unas sentencias que se basaban más en el sensacionalismo que en el respeto a la ley.

Esta respuesta fue fruto de los nervios que surgieron entre los dinosaurios políticos que ocupaban los despachos de la RFA. Bauer se obsesionó especialmente con el caso, ahora cinematográfico, de Adolf Eichmann, el responsable del transporte de prisioneros a los campos de exterminios. Como su investigación daba contra un muro en Alemania, el fiscal terminó confiando al Mossad la captura del genocida nazi. Aunque Bauer se cuidó de no hacer partícipe a nadie en su oficina de traidores, recibió durante años amenazas de muerte por cometer alta traición hacia la República alemana.

Estas amenazas no solo giraban alrededor de Eichmann, puesto que corría el rumor que, durante el exilio, Bauer había mantenido varias relaciones fugaces con hombres. Las acusaciones de homosexualidad sirvieron de señuelo para que los servicios secretos le pusiesen entre la espada y la pared por representar una “depravación” ante la justicia alemana. El fiscal llegó a recibir cartas personalizadas donde detallaban torturas inimaginables por “maricón”.

Todos estos detalles no hacen más que ensalzar aún más la figura de Bauer. Lars Kraume le considera un Snowden de la historia alemana por sus polémicas revelaciones y el misticismo que rodea a su vida privada. Pero sobre todo porque ambos sostienen que “la democracia es algo por lo que los ciudadanos deben luchar cada día”.