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La invisible censura franquista que sigue viva en los libros que lees

Información proporcionada por la Subsecretaría de Propaganda para la población civil.

Jordi Cornellà-Detrell

Profesora titular de Estudios Hispánicos en la Universidad de Glasgow —

Hace 80 años que terminó la guerra civil, un conflicto que sigue generando debate y opiniones encontradas. No hay duda de que, décadas después de la muerte del general Franco, la dictadura continúa proyectando una larga sombra sobre la sociedad española. Los aspectos del pasado aún sin resolver abarcan desde la existencia de cientos de fosas comunes todavía sin exhumar a la frecuente publicación de libros que fueron censurados durante la dictadura.

En efecto, pocos lectores son conscientes del hecho de que uno de los legados más importantes del franquismo es el impacto continuado de los libros expurgados hace décadas por los censores, tanto en España como en el mundo hispanohablante en general. Estos textos manipulados incluyen, por ejemplo, a autores como Ira Levin, George Orwell, Ian Fleming, Muriel Spark, Ernest Hemingway, James M. Cain, Bill S. Ballinger, Henry Miller y James Baldwin.

Los textos censurados

Muchas de las traducciones de los clásicos de la literatura actualmente en circulación son aún las versiones aprobadas por los censores, con frecuencia sin el conocimiento de los editores ni de los lectores. Este hecho supone un ataque a la libertad de expresión y debería abordarse de manera urgente, particularmente ahora que Vox amenaza con derogar la Ley de la Memoria Histórica.

Entre 1936 y 1966, cualquier libro que se quisiera publicar era inspeccionado por los censores del régimen, que decidían si el texto se prohibía en su totalidad o podía publicarse con cortes. En 1966 la consulta se convirtió en voluntaria, pero las autoridades podían retirar de la circulación cualquier libro considerado inaceptable, lo que estimuló la autocensura de autores, editores y traductores.

El régimen reguló de manera estricta la publicación, traducción y circulación de textos con el fin de reforzar un conjunto de valores morales, sociales y religiosos conservadores, promover la uniformidad ideológica y cultural y manipular la historia, especialmente la memoria de la guerra civil.

El resultado es que, casi 45 años después del fin del régimen, se siguen editando libros manipulados por la dictadura. Asimismo, las bibliotecas públicas continúan albergando miles de volúmenes expurgados y promoviendo su lectura. La censura, por lo tanto, todavía juega un papel en la vida cultural y no puede considerarse un simple episodio histórico que no tiene relevancia en el presente.

La semilla del diablo de Ira Levin, por ejemplo, se encuentra disponible en más de 20 ediciones distintas (versión electrónica incluida) a las que les faltan dos largos pasajes. Según los censores, estos fragmentos glorificaban a Satán y eran poco respetuosos con los valores religiosos. Ve y dilo en la montaña de James Baldwin sufrió varios cortes que incluyen referencias a la contracepción y detalles sobre la vida sexual de los protagonistas. Según el censor, el texto contenía “ya expresiones obscenas, ya descripciones pornográficas, y, en algún caso, incluso irreverencias”. Paradójicamente, la publicación de esta novela expurgada contó con el patrocinio de la UNESCO.

En algunos casos, como en La Marca de George Orwell y Operación trueno de Ian Fleming, la versión censurada se ha publicado nuevamente a pesar de que ya existía una traducción completa.

La consolidación de la democracia no puso fin a la producción, circulación y lectura de obras censuradas en España. Estos libros con frecuencia fueron importados a Hispanoamérica, y por lo tanto la censura franquista tuvo también repercusiones al otro lado del Atlántico.

Por qué la censura no ha terminado

Es evidente que el país aún no ha sido capaz de hacer frente y superar su traumática historia reciente. La Ley de la Memoria Histórica de 2007 supuso un gran paso adelante que permitió reexaminar el pasado e inició un debate sobre las consecuencias de la represión franquista. Esta ley condenó la dictadura e instauró compensaciones para las víctimas. Desde un punto de vista cultural, la ley promovió la retirada de estatuas y símbolos públicos que enaltecían la dictadura, pero sin hacer referencia a otros productos culturales como los libros.

El llamado pacto del olvido facilitó la transición hacia la democracia, pero entre otras muchas consecuencias impidió que se desarrollaran estrategias sistemáticas para prevenir la publicación y lectura de obras censuradas. De hecho, muchos textos han sido restaurados o traducidos de nuevo, pero estos esfuerzos muchas veces han pasado desapercibidos.

La censura sigue viva, y la circulación de textos expurgados podría incluso aumentar en el futuro. El uso de las nuevas tecnologías y el hecho de que muchos textos de los años 30 y 40 empiecen a pasar al dominio público (y por tanto estén libres de derechos), hace que sea fácil reeditar versiones digitales o en papel de los clásicos. Los censores nunca imaginaron que su labor quedaría plasmada en Kindles y tabletas.

En este sentido, la censura es uno de los legados más persistentes e invisibles del régimen franquista. Su efecto en España y otros países hispanohablantes es incalculable, ya que distorsionó las opiniones de centenares de escritores respecto a la guerra civil o temas sociales como el control de la natalidad, los roles de genero y la homosexualidad, por poner algunos ejemplos.

La cuestión es cómo hacer frente a este complejo legado, particularmente ahora que Vox ha sugerido derogar la ley de la Memoria Histórica bajo el pretexto que manipula el pasado.

La tarea más urgente es sensibilizar a los lectores y al sector cultural respecto a los efectos a largo plazo de la censura. Esto requeriría el apoyo decidido del gobierno y el compromiso de instituciones públicas y privadas, desde archivos, bibliotecas y publicaciones culturales a traductores, escritores y editoriales.

Las nuevas tecnologías que amenazan con dar nueva vida a la censura podrían servir también para contrarrestar sus efectos. Una base de datos pública de textos restaurados, por ejemplo, podría ser una herramienta muy eficaz para dar a conocer nuevas versiones de textos y asegurar su presencia en librerías y bibliotecas.

El impacto de la dictadura franquista en la memoria social e histórica de España ha recibido una atención creciente desde principios de siglo, pero el proceso de reconciliación con el pasado está lejos de haberse completado. El pacto del olvido ha resultado en una falta de reflexión sobre ciertos aspectos clave del patrimonio cultural. Los cambios sociales y culturales son lentos, y el país no se librará de la sombra arraigada de la censura franquista hasta que este tema sea abordado de manera pública y decidida. Ahora que la presión en contra de revisitar el pasado está aumentado, no hay tiempo que perder.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el original aquí.The Conversationaquí

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