En el principio fue Smash. Se trataba de un grupo de melenudos formado en Sevilla a finales de los sesenta. En su breve, pero intensa vida, combinaron la psicodelia con el flamenco y el blues con el rock progresivo, originando así lo que fue la sintonía alternativa de una ciudad envuelta en el olor a cera Pascual de la liturgia.
Gonzalo García-Pelayo, Gualberto, Manuel Molina o Julio Matito fueron algunos de los implicados en este genuino grupo influenciado por el underground californiano y por el guitarrista Diego del Gastór, a partes iguales. Por estas cosas, los Smash serían pioneros de lo que se denominó rock andaluz con grupos como Triana, pero también del flamenco rock con grupos como Veneno o Pata Negra.
De Gonzalo García- Pelayo, de Gualberto y de Manuel Molina hablaremos en otra ocasión, pues hoy toca hacerlo de Julio Matito, bajista, voz e ideólogo de los Smash, cuya historia aparece en un libro de publicación reciente titulado “Historias raras del siglo XX” (Clave intelectual), y que viene firmado por Eduardo Bravo, un activista de la cultura popular que se pasa la vida hundiendo tecla y contando historias curiosas, de esas que tanto gustan a los frikis como yo. En el libro de marras, Eduardo Bravo nos cuenta una historia tan poco conocida de los Smash que parece ficticia; pero ya sabemos que la verdad en la vida y la verdad en la literatura nunca fueron idénticas, de ahí la confusión.
Cuando el grupo Smash se disolvió, Julio Matito montó un chiringuito en Chipiona por donde pasaban tipos de todo pelaje y condición a comer pescao frito y tomarse unas cervezas. Uno de esos tipos era un abogado mofletudo con labia de encantador de serpientes, un chico locuaz y amistoso que se hacía llamar Isidoro y que, desde la clandestinidad, dirigía una organización política por entonces ilegalizada. Sí, el PSOE.
Según nos cuenta Eduardo Bravo, el tal Isidoro “invitó a Julio a poner su talento al servicio de la lucha de los trabajadores”, a lo que Julio Matito accedió encantado. El resultado fue el único disco en solitario que dejó grabado Julio Matito, un vinilo de larga duración financiado por el PSOE y grabado en la clandestinidad en el estudio que Josele Moreno había improvisado en su casa. Franco acababa de morir y las cosas no estaban como para lucirse mucho.
El vinilo fue prensado en Alemania y algunas copias se distribuyeron por lo bajini en las Casas del Pueblo. Se trataba de un disco más cercano a la canción de autor que al rock que se marcaban los Smash, pero los tiempos pedían otro tipo de guerra. En este caso, la música importaba menos que el mensaje, y el peso del disco lo llevaban las letras inspiradas en los poemas de José Miranda de Sardi, el chipionero asesinado al principio de la Guerra Civil por las hordas fascistas.
Según relata -y remata- Eduardo Bravo en su capítulo, con el paso del tiempo Julio Matito quedará desencantado del PSOE y de la política institucional. Cambiará el Manifiesto comunista por el Manifiesto de lo borde, que fue el manifiesto original que dio lugar a los Smash. Pero un accidente de tráfico trunco para siempre el renacer del grupo. Julio Matito falleció con 33 años. Hoy en día, de los Smash sólo queda la memoria; cenizas de aquellas brasas que incendiaron Sevilla cuando España se vestía de gris marengo y liturgia religiosa. Por eso hay que celebrar que tipos como Eduardo Bravo traigan al presente lo que ha quedado bajo los escombros de la mal llamada Transición.