La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

RUIDO Y SILENCIO

Me voy al jardín a comer gusanos

Montero Glez

26 de enero de 2024 22:35 h

0

El Heavy Metal nació cuando cuatro greñudos de Birmingham decidieron trasladar a la música la resaca de los sesenta. Con la boca pastosa y la memoria algo rayada se metieron en el estudio a grabar durante dos días el disco fundacional del género. Saldría el viernes 13 de febrero de 1970 y llevaría por título Black Sabbath, igual que el nombre del grupo. A partir de tan señalado momento dará comienzo la historia del Heavy Metal; una música sucia y oscura como el agujero del retrete del averno.

Existe la creencia de que el Heavy Metal es la suma de todo lo surgido anteriormente a él, es decir, los redobles de batería están sacados de la percusión primitiva de los tiempos cavernícolas, cuando éramos poco más que primates golpeando con un palo la cabeza del vecino. El registro vocal viene de la ópera cuando sopranos y tenores le dan al frasco y se maman. Y luego está el blues, el lamento en el sillón del dentista cuando el dolor supera la anestesia. Con estas cosas combinadas en su justa medida, tenemos el Heavy Metal y sus derivados: Black Metal, Death Metal, Glam Metal y todas las demás puñetas metaleras que se le vengan a la cabeza al humorista británico Andrew O'Neill, autor de un libro descacharrante y muy gamberro, aunque no por ello deja de ser didáctico.

Se titula La Historia del Heavy Metal y lo publica Blackie Books. Entre sus páginas encontramos meadas, gargajos punkarras y ventosidades que despiertan a los gatos, además de un sinfín de referencias que no sólo harán las delicias a la gente aficionada al género, sino que también harán las delicias de personas como yo que, exceptuando a los Purple, los Zeppelin, Humble Pie, Meat Loaf, Thin Lizzy y poco más, todo lo que suene a Heavy Metal, como que me suelta las tripas y me pone diarreico. Pero no me quiero ir de vareta, vine hasta aquí para hablar de un libro con el que me lo he pasado tremendamente bien. Porque Andrew O'Neill conoce los resortes que hay que tocar para que se te afloje el muelle de la risa. Las notas a pie de página son impagables y el capítulo dedicado a la purpurina del Glam es para partirse la caja.

Créanme, este libro es de los que te dan la vida, y eso no es poco para estos tiempos de pesadumbre y malos rollos. Andrew O'Neill consigue que te creas que te gusta el Heavy Metal hasta que te pones a escuchar a cualquiera de los grupos que saca en su libro; entonces la cosa cambia. Tal vez ese sea uno de sus mayores méritos: conseguir que una música de gemidos diabólicos y guitarras fálicas te guste mientras es leída.

La frescura con la que se ha escrito esta historia del Heavy Metal hace que uno, después de terminar el libro, no sepa qué hacer después, o echarse la siesta, o mamarse, o salir al jardín a comer gusanos. En fin.