Visiblemente emocionado por las circunstancias que atraviesa la población de Ucrania, el artista barcelonés Jaume Plensa ha inaugurado su exposición Cada rostro es un lugar en el Museo de Arte Moderno de Céret, y ha reflexionado sobre la necesidad de la paz, rechazando “una guerra absurda en Europa, en la que están muriendo entre amigos, porque tengo amigos en Kiev, tengo amigos en Moscú, en San Petersburgo, y sé que todos ellos están contra de la violencia, es difícil comprender de donde viene esta lucha entre ellos”.
Céret es el lugar apropiado para rememorar los conflictos entre el arte y la guerra. Es el pequeño pueblo al pie de los Pirineos en la Occitania francesa que recibió a Picasso y a Braque en 1911. Allí realizaron algunas obras maestras del cubismo. Su presencia fue determinante para que otros artistas de las vanguardias del siglo XX acudieran a Céret. Tras la Primera Guerra Mundial, en los años 20, llegaron otros artistas de Montparnasse, Soutine, Krémègne, y a finales de la década, Chagall trabajó allí varios meses. La Segunda Guerra Mundial empujó hasta Céret a Raoul Dufy, Jean Cocteau, Jean Dubuffet o Albert Marquet, en busca de paz y de un ambiente propicio a sus trabajos. Picasso siguió acudiendo tras el conflicto armado para contemplar desde Francia la tierra de España, que no podía pisar, a sólo 15 kilómetros, en La Jonquera. Durante el último siglo ha sido un lugar de acogida, de paz y armonía para alguno de los más grandes artistas residentes en Francia.
El propio Picasso colaboró en la creación del encantador Museo de Arte Moderno de Céret en 1950, que posee una rica colección de obras de muchos pintores y escultores que pasaron por el pueblo y dejaron obras que hoy forman una colección llena de interés. Matisse aportó 14 dibujos realizados en Collioure, y Picasso 53 obras, entre ellas la serie de 28 cuencos de cerámica de argumento taurino, orgullo del museo. La institución, tras la última reforma y ampliación realizada por el estudio de arquitectura Pierre-Louis Faloci, que logró en 2018 el Gran Premio Nacional de Arquitectura de Francia, ha implementado una nueva museografía de su rica colección permanente, que incluye obras de Picasso, Braque, Gris, Jacob, Brune, Soutine, Masson, Chagall, Manolo Hugué, Miró, Tàpies o Barceló, entre otros. Miró realizó en Céret una histórica exposición en 1977. En 1988 Tápies elaboró el díptico mural que enmarca la entrada del museo. A ellos se unió Miquel Barceló en 2013 con su muestra Terra Ignis. Y Jaume Plensa en 2015, con El silencio del pensamiento.
Ahora, el museo de Céret vuelve a abrir sus puertas e inaugura sus nuevas salas con una exposición temporal de Plensa que reúne doce esculturas y veinte dibujos originales, de gran formato, especialmente creados para esta ocasión, realizadas por el artista entre 2019 y 2021, en torno al denominador común de la exploración del tema del rostro humano, abordado desde una pluralidad de técnicas que incluyen escultura en malla de acero, en madera, en mármol, y dibujos y obra gráfica sobre tela y papel.
Plensa, suponiendo que son bien conocidas del público sus obras desarrolladas en torno a los textos, los alfabetos y las palabras, decidió centrar su atención en los rostros, con los que trabaja desde 2005, desde su obra Crown Fountain, instalada en el Millenium Park de Chicago, para la que realizó mil retratos de habitantes de la ciudad. Logró así una base extraordinaria para hablar del ser humano, unificando en el retrato la convergencia de la diversidad de culturas que suponen el lado positivo del mundo. En Céret, las obras se reúnen bajo el título Cada rostro es un lugar, que es un fragmento de un poema más largo escrito por el artista, dentro del grupo de los publicados en el libro que acompaña a la exposición.
En las nuevas salas del museo espera un gran Autorretrato IV hecho con una constelación de letras de diversos alfabetos del mundo que envuelven en su burbuja una figura sentada en concentrada reflexión, ensimismada y transparente. Grandes cabezas humanas de estilizadas proporciones, con los ojos cerrados, invitan a que el espectador también se interese en la mirada interior. “La cabeza es el gran palacio de los sueños” dice Plensa, “y el rostro es como un regalo que damos al otro”. Esos retratos enormes parecen flotar en el aire y piden silencio con el índice ante los labios, “una de mis obsesiones es invitar a la gente al silencio, no para no hablar, al contrario, para escuchar mejor y entender nuestros pensamientos”.
Las introspectivas figuras de Minna y Wilsis, en sereno gris mate, enmarcan la grave pieza Rui Rui’s words, que levita sobre su sombra en la oscuridad de la sala expresando el trayecto del autor hacia una serena espiritualidad. “Finalmente hablo del ser humano, de la idea obsesiva que tiene de trascender. Yo creo que el arte, sobre todo la escultura, es un medio muy adecuado para hablar de este deseo de trascender que tiene el ser humano, de acercarse a la divinidad”.
Cuatro oscuros retratos en roble son universales abstracciones del rostro humano y tienen nombre propio, Wilsis, Carlota, Julia, y Laura Asia, aportando con su oscuridad un acento dramático frente a la transparencia de las grandes cabezas realizadas con malla metálica de acero inoxidable de Julia y Lou. “Las mallas de acero tejen sus líneas de aire y luz” dice en su poema ‘Invisibles’.
Plensa ha logrado una obra en la que se encuentran la materia y la poesía, ha generado un personal encuentro entre la masa y la abstracción de los signos, dotando a las silenciosas formas escultóricas de elocuencia, y de gravedad y densidad a las palabras. Hay un paralelismo entre las piezas alojadas en las salas y los poemas recogidos en el libro de la muestra porque “a veces la poesía puede explicar cosas que la escultura no alcanza. Y este poema, que es el que da nombre a la exposición, describe la escultura como el gran lugar en que nos podemos encontrar”.
Especial interés reúnen los grandes dibujos realizados sobre las sábanas que cubrían las esculturas en el taller, en las que el polvo iba dejando una huella que traslucía la figura como en una Sábana Santa, sobre las que Plensa frotó con carboncillo o pigmentos para que brotara en la tela la figura tridimensional que contenía, logrando una representación bidimensional de gran fuerza plástica.
En la conversación con Jaume Plensa en Céret se mezcla constantemente el arte con la actualidad, “estos rostros que veo en la prensa de mujeres, niños, hombres, gentes que se ven desplazadas, son de una gran fuerza visual porque hablan de dolor y de tragedia, pero no son muy distintos de los que yo represento en mis obras. Es gente anónima, es gente que nos representa a todos en un momento. Cuando tú ves un retrato, no importa si es un hombre, una mujer, un niño, un anciano. Este hombre esta mujer, este ser, representa a toda la Humanidad. Cada rostro nos representa a todos, cada ser humano es irreemplazable”.
Exposición inaugural Jaume Plensa, Cada rostro es un lugar, 5 de marzo a 6 de junio de 2022, Musée d’art moderne, Céret, Pirineos Orientales, Occitania, Francia. www.musee-ceret.com