Jazmín Beirak: “Las políticas culturales han separado la cultura de la gente”
Jazmín Beirak bajó a la arena de la política autonómica con una mochila cargada con sus estudios como historiadora del arte, y su experiencia como gestora cultural e investigadora en políticas culturales. En esa bolsa, cabía también la asociación de alumnos de su instituto en el que fue vocal de cultura, sus estudios de teatro, el fanzine de poesía y su participación en un centro social okupado en Madrid, donde hizo su “educación sentimental política”.
De esas vivencias, del trabajo precario, de los estudios, de su activación política, de las organizaciones ciudadanas, de los primeros pasos post 15M en los gérmenes de partidos políticos como Ahora Madrid y Podemos, del que formó parte antes de pasar a Más Madrid, surge su libro Cultura ingobernable (Ariel, 2022). Desde 2015, Beirak es responsable de cultura de Más Madrid y diputada portavoz de este área en la Asamblea.
Es debido a este equipaje que Jazmín Beirak apuesta en su libro por una cultura que desborde lo institucional y un gobierno que, en sus palabras, haga a la cultura ingobernable.
Hace unos días, dos activistas climáticas estamparon salsa de tomate contra un cuadro de Van Gogh en la National Gallery. ¿Qué nos dice esta acción acerca de los museos?
Cuando lo vi, lo primero que pensé es cómo se perpetúa esa idea de contraponer la cultura a otras cosas más importantes, algo que vimos con la pandemia, cuando se dijo que el cine era menos importante que la vida. Aquí es como si dijéramos que el arte es menos importante que la crisis climática y, por lo tanto, podemos sacrificar el arte. No hay que colocar la cultura como antagónica a las soluciones que tienen que ver con la crisis climática, sino como aliada. Yo creo que la cultura comparte, junto con los dos grandes movimientos de este siglo que son el feminismo y el ecologismo, esa posibilidad de tejer los mimbres para una sociedad alternativa. Nos permite intervenir en los imaginarios, en la subjetividad, en las representaciones. Nos permite pensar de maneras divergentes y, por lo tanto, imaginar nuevas soluciones o nuevos horizontes. Además, puede intervenir en la creación de vínculos, que es algo necesario para resolver los grandes retos del futuro.
¿Indirectamente, no está la acción también llamando la atención sobre el papel de los museos dentro de la vida? Sobre cómo irrumpen las ideas en museos que se parecen a cajas fuertes blindadas, y sagradas.
Creo que se elige un museo como institución a transgredir pero probablemente también porque son las más accesibles, más que irrumpir en medio de un telediario y sacar una pancarta. Esto no quiere decir que no piense que los museos son instituciones que generan una distancia respecto a la ciudadanía y que es necesario repensarlos para que cualquier persona pueda sentirlas suyas. Son espacio principalmente destinados a acoger a la población turista, que es en lo que se están transformando los grandes museos, aunque haya cada vez más estrategias para intentar vincularlos a los entornos cercanos. Pero no creo que esta acción hable de eso.
¿Y sobre la acción en sí misma, qué piensa?
Son acciones que buscan una visibilidad, que buscan impugnar algo que aparentemente es intocable, que es el arte. Entiendo la lógica, pero creo que al violentar una obra de arte no está consiguiendo el efecto que quiere, porque al final genera mucho rechazo y no sé si logra transmitir el discurso que busca esa acción.
Usted reflexiona sobre por qué los grandes peligros que acechan a la cultura no parece que generan indignación ciudadana. El 15M de la cultura llegó tres años después y ni siquiera provocó grandes cambios. ¿Por qué no se defiende la cultura como sí se hace con la sanidad o la educación?
Creo que con la cultura hay una sensación de ajenidad, de distancia, de que no tiene que ver con lo propio. Como si la cultura fuera algo para la gente del mundo de la cultura. Lo cual es paradójico porque la cultura es la expresión de lo que hacemos todas las personas. Creo que las políticas culturales han separado la cultura de la gente. Es decir, las políticas no se han hecho necesariamente ni para la gente que disfruta de la cultura ni para la gente que produce la cultura. Muchas veces se han usado como instrumento de estrategia diplomática, para el turismo y también de manera vinculada a la especulación inmobiliaria, con la construcción de los grandes equipamientos en los años 2000. Las políticas culturales se centran fundamentalmente en medidas para el sector. Hay muy pocas políticas que pongan en el centro el cómo la gente puede tener acceso a la participación cultural, cómo se puede promover que la gente utilice y se exprese en el mundo con herramientas y recursos culturales.
La cultura está en un lugar secundario en nuestra vida porque uno la consume después de trabajar, después de los cuidados y de muchas otras cosas. Para mí el gran reto de las políticas culturales es reconectar la cultura con la vida cotidiana
La falta de relevancia social de la cultura también tiene que ver con que se ha dibujado como excepcional, extraordinaria y alejada de la vida cotidiana. Es una idea del siglo XIX como algo que nos hace mejores personas, que nos alimenta el espíritu y que hay que estar especialmente formado para entenderla. Esa idea de la cultura sagrada, en un altar, no vayas a tocarla, no vayas a transformarla. La manera de desacralizar eso ha sido el objeto de consumo, que es lo que la ha democratizado. La cultura está en un lugar secundario en nuestra vida porque uno la consume después de trabajar, después de los cuidados y de muchas otras cosas. Para mí el gran reto de las políticas culturales es reconectar la cultura con la vida cotidiana, y así probablemente conseguiremos que tenga una mayor relevancia social.
La política cultural en España tiene un concepto hegemónico, diferente al que usted plantea, que es el de las industrias culturales. ¿Hay alguna grieta en este modelo, quizá a nivel municipal?
El modelo de las industrias culturales ha sido el hegemónico porque ha estado vinculado al modelo económico neoliberal del crecimiento que ya ha llegado a su fin. Y eso lo sabemos porque lo estamos viendo con las crisis climáticas, las políticas de la Unión Europea o como en muchos países se están volviendo a regímenes fiscales de hace varias décadas. Es un modelo que ya ha mostrado sus límites. Eso no quiere decir que la industria no sea importante. Lo que no tiene sentido es que se aborde el debate contraponiendo el derecho a la cultura a la industria. ¿Quién no está a favor de la industria? Eso le quita valor a los derechos culturales y viceversa.
Lo interesante es pensar cómo pueden ser vasos comunicantes. Francia es un ejemplo muy notable de ello, porque tiene una industria del cine superdesarrollada y cada centro escolar tiene un presupuesto específico para actividades culturales, ya que entienden que cuanto mayor alfabetización audiovisual tengas, mejores profesionales, mejores públicos, más y mejores amantes de la cultura tendrás. Cuando Fernando Velázquez ganó el Goya por la música original de Un monstruo viene a verme, agradeció el premio a la escuela de música de su pueblo y a las bandas. Es decir, una película en el medio de la industria está conectada con una red de equipamientos públicos que permiten que haya profesionales, aficionados y un gusto por la cultura.
Cuando Fernando Velázquez ganó el Goya por la música original, agradeció el premio a la escuela de música de su pueblo. Una película de la industria se conecta así con una red de equipamientos públicos
También hay un modelo interesante que es el del Ayuntamiento de Barcelona, en el que se han divido la parte de industrias culturales y la parte de derechos culturales o de cultura viva, como lo llaman ellos. En realidad, hay políticas relativas a las industrias culturales que están más próximas a las otras industrias que a las políticas de acceso y de promoción cultural. Cuando pongo en el foco en los derechos culturales y en la participación, en absoluto quiero denigrar la parte de la industria. Mismamente en Barcelona, el festival Primavera Sound a lo largo del año tiene que desarrollar una serie de actividades que revierten en el propio tejido de la ciudad. Ese es el camino.
Otro de los aspectos críticos en políticas culturales es el debate que estamos viviendo sobre la injerencia política. Una pregunta muy directa: ¿hay injerencia política en la Comunidad de Madrid?
Sí, claro. Yo creo que lo que está sucediendo en la Comunidad Madrid es grave. Es muy grave en el caso de Paco Bezerra [y la retirada de su obra sobre Teresa e Jesús de la programación de los Teatros del Canal]. Se trata de un dramaturgo bastante reconocido que ha hecho un trabajo creativo en total libertad y que se ha visto expulsado por la temática de su obra. Los hechos se han desencadenado para que también se lo expulse de parte de la programación del Festival Eñe. Esto demuestra cómo lo coyuntural y lo estructural se tocan. Es decir, si hay condiciones que permiten la censura, puede haber censura. En la Comunidad de Madrid existen una serie de elementos que permiten que si se quiere intervenir una programación, se pueda hacer sin cortapisas. Equipamientos como los Teatros del Canal se eligen por designación directa, por lo que si un director artístico no está de acuerdo con las indicaciones que se puedan dar desde la Consejería, no tiene ningún elemento para poder manifestar esa injerencia. Pero si la designan por concurso público con un jurado independiente en base a un proyecto, esa persona va a estar avalada por su propio proyecto. Habrá sido elegida y evaluada no por un cargo político, sino por un conjunto de profesionales, por lo tanto, tendrá mucho más margen de libertad para tomar las decisiones que tenga que tomar.
En la Comunidad de Madrid existen una serie de elementos que permiten que si se quiere intervenir una programación, se pueda hacer sin cortapisas
Por otro lado, tenemos el modelo de las ayudas públicas que, si las elige también la Consejería, se es muy dependiente de estar en buenas maneras, de no ser crítico o no desobedecer a lo que presuntamente se pueda indica desde ahí.
Cada vez más datos lo demuestran que en los Teatros del Canal y en el Festival Eñe ha habido un acto de censura pero todavía no tenemos datos para saber lo que ha pasado. Una pregunta interesante es: ¿cuánta dependencia tiene la Fundación Contemporánea o La Fábrica [entidades tras el Festival Eñe] de la Comunidad de Madrid como para preferir el desprestigio que está teniendo a haber dejado la programación como estaba?
El argumento que ha utilizado Luis Posada, el director de Festival Eñe, para pedir que Paco Bezerra y su editor en La Uña Rota, Carlos Rod, quitaran la palabra “polémica” del título de la charla que iban dar (Estreno porque no estreno. Crónica de una polémica imprevista) fue que les han programado en un “evento literario, no político”. ¿Usted cree que todavía se puede pensar o hacer querer ver que un evento literario no es un evento político?
Está tan manoseada la idea de política que se asocia a partidos políticos, cuando en el fondo la política es hacerse cargo de los asuntos comunes, reconocer los conflictos existentes e intervenir sobre ellos. En realidad, todo debería ser mucho más político siempre. Creo que ahí lo que ha habido es un cliché. Lo más importante es la palabra 'polémica'. Se ha movido a Paco Bezerra de la programación pero hemos pasado por alto que lo primero que se le pidió es que cambiara el título y que eso se ha tenido que aceptar, lo cual revela la fragilidad del tejido. Estas cosas en democracia no deberían existir. Intentan cambiar el título para ver si así escoran un posible problema.
En su libro no dedica mucho espacio a las guerras culturales porque, según su punto de vista, no es tan importante esa batalla por los términos o las ideas sino que piensa que la guerra está más bien en la gestión de las instituciones. ¿Cómo se gana, a su entender, una guerra cultural?
Las guerras culturales se ganan cuando existe un tejido social, ciudadano, cultural, que puede darlas. Yo no quiero minusvalorar la parte más simbólica de las representaciones pero creo que es tan importante o más cómo se gestiona un centro cultural, cómo pueden participar los vecinos o cómo eso fortalece la relación entre las asociaciones que están en torno a ese centro cultural que si se quiere recuperar la historia de Isabel la Católica, de don Pelayo o un mural de la plaza en plaza de Las Ventas. Es decir, que creo que hay que dar mucha más importancia a las condiciones materiales que permiten construir las relaciones e intensificar el tejido social.
Es más importante cómo se gestiona un centro cultural, cómo pueden participar los vecinos o cómo eso fortalece la relación entre las asociaciones que están en torno a ese centro cultural que si se quiere recuperar la historia de Isabel la Católica
¿Tiene pensado seguir en política a medio o largo plazo?
No sé si alguna vez dejaré de hacer política, lo que no me veo es haciéndolo siempre dentro de las instituciones. La política se puede hacer desde muchos sitios y mi parte de activista por la cultura, que ha formado parte de mi vida de distintas maneras, ahora dentro de un partido, o escribiendo este libro, seguirá en el futuro de muchas otras.
En ese caso, sí que puedo hacerle la siguiente pregunta. Si usted entrara a un Gobierno y pudiera decidir sobre política cultural, cuáles serían sus primeros pasos para este tipo de “cultura ingobernable” de la que habla en el libro?
Lo primero sería disponer del presupuesto para poder hacer determinadas cosas. Hay dos elementos que creo que es importante poner en el centro. Por un lado, hacer políticas por medio de subvenciones, por medio de la actividad de los equipamientos culturales para que se conecte la cultura con muchos otros ámbitos. Es decir, creo que sería muy importante hacer políticas culturales y sanitarias, culturales y educativas, culturales y con jóvenes... sacar a la cultura de su compartimento estanco y conectarla haciendo políticas coordinadas con otras áreas de gobierno. Otro elemento que me parece central es derivar muchos recursos hacia las propias asociaciones culturales ciudadanas que ya existen. Se trata de hacer que la gestión no esté tanto dentro de la propia institución como que sea la propia ciudadanía organizada la que pueda hacerlo, por ejemplo, permitiendo que una asociación de vecinos pueda gestionar un centro cultural. Y promover mucho los equipamientos de proximidad, las bibliotecas, los museos... todo aquello que intensifique el tejido social y fomentar la cooperación
Hacer ingobernable la cultura y generar las condiciones de ingobernabilidad significa implementar acciones que te hagan perder el control de donde están sucediendo las cosas.
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