A Jonathan Franzen no le gusta Internet. Esto no es noticia; el escritor empieza a ser más famoso por sus lamentaciones sobre la mancillada doncellez del alma literaria en los perversos brazos del progreso tecnológico que por sus libros o por ser el mejor amigo (el único amigo, aparentemente) del malogrado escritor David Foster Wallace.
Su última intervención ha tenido lugar en el Guardian, que ha publicado un adelanto de su próximo libro The Kraus Project: Essays by Karl Kraus. Franzen ha empezado la semana cruzando la línea que separa al gruñón prematuro del mamporrero mediático: se ha metido con Salman Rushdie por haber “sucumbido a Twitter” cuando “debería saber mejor lo que hace” y ha dicho que Jeff Bezos “no es el anticristo pero probablemente sea uno sus jinetes” porque ha impuesto un modelo de crítica literaria que “favorece a los abusones, los tuiteros y los fanfarrones”.
La respuesta de Rushdie, que tiene 630.989 seguidores en Twitter, ha sido esta:
Jeff Bezos todavía no se ha pronunciado pero la blogosfera y aledaños han hervido de indignación y regocijo. ¡Mamporros literarios! ¡Cruce de navajas en la cumbre! Paradójicamente, esto es un síntoma más de la decadencia de la que se queja Franzen: hubo un tiempo en el que unos escritores escapaban con la mujer de otros y se pegaban puñetazos en la televisión. Hoy los guantes se arrojan a 140 caracteres y si corre la sangre, es siempre la de los indignados fans.
El libro de Franzen que ha servido de percha para la pataleta es un homenaje al escritor y periodista austríaco Karl Krauss, al que traduce y apoya en su guerra contra “la vulgaridad intelectual”. No debe escapar a los lectores que su héroe se quejaba de la decadencia intelectual en un momento que ha pasado a la historia como uno de los más ricos, provocativos e interesantes de la Europa moderna, y que hoy hemos agrupado provocativamente como #LaVienadeFindeSiglo. Franzen confiesa que “en este momento histórico de saturación mediática, fiebre tecnológica y delirios apocalípticos” se siente muy cercano a Krauss:
Nada que no haya dicho Evgeny Morozov con gran éxito de crítica y público, pero el autor de Libertad y Las Correcciones tiene un talento extraordinario para irritar a la población civil. Desde que David Foster Wallace se suicidara en septiembre de 2008 víctima de una larga depresión, Franzen ha llegado a decir en una conferencia del New Yorker que su amigo se inventaba cosas en sus famosos ensayos. En una pieza para la misma revista, sugiere que su amigo se mató porque, a diferencia de sí mismo, David no sabía apreciar las cosas bellas de la vida (como los pájaros, que le gustan mucho). Salman Rushdie, por otra parte, es amigo de Martin Amis (que se tuvo que mudar a Brooklyn el año pasado tras publicar un libro satírico sobre la sociedad británica) y es más famoso por la fatua que le impuso el ayatolá Jomeini en febrero de 1989, de la que no ha dejado de hablar hasta su último libro, Joseph Anton: A Memoir. Joseph Anton es el seudónimo que usaba para esconderse del líder iraní.
Sin ironía aparente, Franzen también se queja en el texto de que le llamen ludita, aunque vaya por ahí diciendo que estuvo en Facebook durante dos semanas para escribir un artículo y le pareció estúpido y que Twitter representa todo lo que odio porque “no se pueden citar datos o crear argumentos en 140 caracteres”.
“Los modelos de negocio de Twitter y Facebook me parecen parte esquema piramidal, parte hacerse ilusiones, parte repugnante vigilancia panóptica” dice, pero luego intenta explicar el origen de su furia contando la historia de un día en el que empezó a tirar sus marcos alemanes a las vias de un tren mientras se imaginaba perversamente a una vieja alemana agachándose para recogerlas “como sabía que harían, agravando su dolor de rodillas y sus caderas” porque no había podido vencer los aranceles de una belleza de Munich.
Finalmente, Franzen expresa su nostalgia por un mundo que:
Lo que tiene todo el sentido del mundo porque ese mundo sólo existe en su cabeza y en Cuéntame cómo pasó.