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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

José Sacristán: “Me enfada la traición de la izquierda en este país”

“Un día vi en casa mi primera película en VHS, que tenía, por cierto, un mando a distancia conectado con un cable al aparato. Me entraron ganas de hacer pis así que pulsé el pause y dejé a Olivia de Havilland congelada en la pantalla. Ese día entendí que todo había cambiado para siempre en el cine”.

El que habla es José Sacristán (Chinchón, 1937), sentado en una mesa larga frente al público en Santiago de Compostela. Desgrana fragmentos de su biografía, contenidos de la historia cinematográfica y retazos de un hombre que habitó las sobremesas familiares españolas desde mediados de los años 60. A su lado están los cineastas Javier Rebollo –que lo dirigió en la aplaudida El muerto y ser feliz (película por la que ganó su único Goya en 2012), el también director Jonás Trueba y el director de Cineuropa. El festival gallego, dirigido por José Luis Losa, acaba de concederle el premio de su vigésimoséptima edición.

Rebollo explica que Sacristán tiene “un cine en casa”. Una pantalla grande y una pequeña sala para proyecciones. “Está muy bien –asegura-. Pero ver películas a domicilio me parece una forma triste que aleja del sudor humano. Mirar una cinta de Alberto Sordi en tu sofá dista mucho de disfrutarla estos días entre el público del ciclo de cine italiano de Cineuropa, pegado a desconocidos”.

Sacristán discrepa medio en broma: “Entre gente que hace ruido, que habla, que come… A mí me gusta el cine, por eso me parece mucho mejor verlo en casa”. El tono recuerda la reflexión de Fernando Trueba –padre de Jonás- cuando en 2009 recogió su Premio Cineuropa: “La gente ama tanto el cine que quiere meterlo en su salón”.

¿Cómo se puede ver Bresson comiendo palomitas?

“Hubo un tiempo en que el cine, era otro lugar que nunca volverá. Cuando vi Las mil y una noches me desmayé; menos mal que estaban conmigo mis padres. No podemos obviar que la relación de la sociedad actual con el cine nunca será igual porque ha cambiado el vínculo con la imagen. Es imposible que un niño de hoy sienta la magia que yo sentí al ver mi primera película. Mi nieto de un año ya coge el móvil y dice aló?. Sucede que, al desacralizar el rito, entra gente en las salas que no debería estar ahí. Porque ¿cómo se puede ver Bresson comiendo palomitas? El otro día un amigo profesor de cine puso en clase El hombre que pudo reinar, de John Huston y los alumnos se quejaron de que en aquel film ‘no pasaba nada’. Si la gente que se quiere dedicar a esto piensa así, figurémonos cómo pensarán los demás”.

La mula Francis y yo

Se nota entre Sacristán y Rebollo un afecto mutuo que expresan en el registro cómico de la seriedad. Como todos los de su generación, el director creció viendo al actor en la intimidad doméstica de los rayos catódicos. “Para mí era como Tarzán o Rintintín”. Sacristán interrumpe: “Sí, quedábamos la Mula Francis y yo. Y, por caché, me elegiste a mí”. El público ríe y Rebollo continúa: “Pepe es la persona que más me alegro de conocer en mi vida”.

Sacristán: “¡Cómo me gustaría poder decir lo mismo!”.

Rebollo: “Tiene una amplitud de miras y un pensamiento increíbles. Tiene realmente un compromiso de izquierdas y una profundidad. Hay actores muy tontos. No es el caso de Pepe”.

Sacristán: “Pues la nómina de directores muy tontos ni te cuento”.

Rebollo: “Tú eres un cinéfilo. Hay muchos actores que no saben nada de cine”.

Sacristán: “Es cierto, yo le debo mucho más al cine como espectador que como actor. El cine me ha dado muchísimo”.

El director de Cineuropa, José Luis Losa, pregunta quién era su Rintintín a lo que Sacristán confiesa rotundo: “Tyrone Power, que se llevaba al huerto a Maureen O'Hara”. “Después, en la gran pantalla tuve muchos más. Solo íbamos al teatro cuando podíamos porque era prohibitivo. Queríamos ver los muslos de Maite Pardo. En aquel tiempo el descubrimiento de la entrepierna femenina era muy superior a toda la obra de Brecht”. “Ya cómo actor, en la historia del cine, después de los grandes, de los torsos atléticos y altos, vinieron los canijos. Llegaron Hoffman, De Niro… y ahí nos colamos unos cuantos que no éramos ni muy altos ni muy bajos, ni muy guapos ni muy feos, ni muy listos ni muy tontos. Con mala uva, representábamos nada más y nada menos que la encarnación de la puta mediocridad. Pero, quitándole la mala uva, éramos el espejo donde se reflejaba la mayoría”.

Nuevos directores

Sacristán creció en una época en que ser actor era viajar en cuarta, habitar un gris ajeno, dos funciones diarias, siete días a la semana. Aquellas condiciones leoninas que derivaron en la huelga de actores de 1975. Una profesión que en España sigue sin tomarse en serio y que sobrevive muy azotada por el desempleo. “Es algo parecido a ser torero en Islandia”.

“Existe un juicio de valor sobre los cineastas españoles, jóvenes y no tan jóvenes. Es imprescindible que lo revisemos. Lo digo yo que tengo la suerte de vivirlo, no solo de ser espectador”. Es cierto, en 2011 estrenó la claustrofóbica y verborreica impecable Madrid, 1987, de David Trueba. Un año después, transitaba el ágora quilométrica desde Buenos Aires hasta la frontera de Bolivia de la mano de Rebollo en Él muerto y ser feliz.

Sus últimos trabajos, en proceso de posproducción, los ha hecho también bajo las directrices de la vanguardia del cine estatal con Isaki Lacuesta (Murieron por encima de sus posibilidades) y Carlos Vermut (Magical Girl).

“Soy un gran defensor del cine que se hace hoy en España. Hay directores españoles con mucho talento, pero sin uno duro. Batallan por la posibilidad de rodar otra película, no por comprar el chalé ni por llevarse el dinero a Suiza”. “En España, además, la figura del productor ha desaparecido. Ahora miras los créditos y ponen: ‘Con la colaboración de tal, de cual y del otro, o gracias a mi primo que vendió la vaca…’. Ahora que puedes ver 24 horas de cine en tu sofá se supone que se podría vivir de esto, pero no. En el año 1965 firmé con Marsó y ese día me contrataron cuatro más con fecha de rodaje. Eso ahora es una marcianada”. “Este oficio se ha llevado por delante a muchos y a muchas. Con todo, hace falta saber que es así, tener cintura y encajar los golpes. Quien se quiere dedicar a esto lo hará, porque es irrenunciable”.

Vente a Alemania, Pepe

Entre los planes de Sacristán se encuentra también una segunda parte de Vente a Alemania, Pepe -la película dirigida por Pedro Lazaga en 1971 y coprotagonizada por su querido Alfredo Landa-, como constatación del remake histórico en que vivimos. “Entonces se convivía con la miseria con cotidianeidad. Veníamos de la nada absoluta. Lo terrible de ahora es que se viene de un territorio que se suponía conquistado. Y no. Habías logrado bañarte en agua caliente y tienes que volver al barreño. Qué enfado me produce el fracaso estrepitoso de la izquierda en este país. Se aliaron con el contrario y traicionaron los valores y las expectativas. En un lugar donde consiguió cosas formidables”.

Fundador de la Academia del cine español

Sacristán siempre ha luchado por la dignidad del oficio. Fue, de hecho, uno de los nueve fundadores de la Academia del Cine, en una comida en el restaurante gallego O’Pazo de Madrid, en 1985. Y hoy mira con indignación el “desprecio absoluto del Gobierno la toda cultura, educación y alrededores. La subida del IVA es una barbaridad en esa línea”.

¿Qué pueden hacer las salas? Sin obviar que un festival constituye una realidad diferente a la del día a día de los cines, nadie posee la fórmula mágica, pero hay coincidencias en que aplicar directrices cinéfilas ayudaría: programación que equilibre el extremo conservadurismo dominante, expansión de la versión original y precios algo más populares. El coste medio de las entradas en el territorio estatal ronda los 7 euros. Es cierto que se detectan diferencias de hasta un 90% según las ciudades. Madrid, Barcelona y A Coruña, son las más caras “y pueden alcanzar los 10 euros”. También es una dura realidad que, a día de hoy, de lo que se paga por acceder a un film, un 24% son impuestos y tasas. Y que las salas han tenido que invertir en la adaptación técnica a nuevos formatos.

Sin embargo, para Jonás Trueba, “a buenas horas se enteran de que hace falta bajar un poco las entradas” –en referencia a los días de ‘fiesta del cine’ que promueven billetes inferiores a 3 euros en determinadas fechas-. “Ellos (los dueños de las cadenas) han estado subiendo el precio de las entradas durante años” -un 35% en los últimos ocho- “hasta volverlas de las más caras de Europa”. El director acaba de presentar en Cineuropa la muy recomendable cinta Los Ilusos, grabada en 16 milímetros y que reivindica la convivencia de formatos, de hechuras, de los aniquilados con los obrigatorios.

Un crío de Chinchón

Sacristán es un hombre agradecido “con una suerte de la hostia”, a quien el sentido común “nunca (le) faltó”. Pronuncia con vozarrón una a una todas las letras de la frase: “Que ni Dios le toque un pelo a los que apoyaron la aquel crío de Chinchón que fui”. “Le tengo mucho respeto a aquel muchacho, y agradecimiento la todas las personas que lo ayudaron a llegar donde estoy”.

Cuando la Nati –su madre- disponía de cincuenta céntimos, el crío de Chinchón se encaramaba en la delantera del gallinero, que tenía una baranda, en el número uno o en el tres. “Cuando dirigí Cara de acelga –en su carrera se puso detrás de la cámara en cuatro ocasiones- me emocioné porque rodamos desde ese mismo sitio. ¡Quién le iba a decir a aquel chaval que iba a estar en el mismo lugar como director! Aquel crío de Chinchón lo tenía muy crudo. Pero el de la delantera del gallinero, se salió con la suya”.

Decirle a su padre, el Venancio, que quería ser actor “fue como si le largase que quería ser domador de canarios flauta”. Desde que dejó el taller en el que trabajaba con él -“uno de los pocos estalinistas que quedaban en el planeta tierra”, un hombre de familia represaliado por el régimen, que había pasado por prisión y había sido desterrado-, para dedicarse al teatro, gracias a la distancia de su año de mili en Melilla, “siempre estuvo la prioridad absoluta de demostrar que podía vivir de ser cómico”. “No podía permitirme la derrota”. “En Chinchón, con una buena cosecha de ajos salvabas el año, así que el Benancio me preguntaba ‘¿A cómo vendiste los ajos este año?’. No me preguntaba qué habían dicho los críticos o si me habían dado algún premio”.

Años antes, un día cuando caminaba hacia el taller se vio reflejado en el cristal del cine Gran Vía de Madrid, con su acné purulento y la tartera de comida que le preparaba la Nati –que aún conserva- delante del cartel del galán Arturo de Córdova. “¿Pero como te vas a dedicar a esto tú?”, se espetó. En su tercera película, Sex o no sex, con Carmen Sevilla, realizó el mismo recorrido que aquella mañana en que era mecánico y adolescente y en el cine Gran Vía, en una enorme cartulina, en el sitio de Arturo de Córdova, estaba él.

Escuela para actores

¿El actor nace, se hace, estudia para serlo? “Este oficio se aprende, pero no hay quien lo enseñe –asegura el nuevo premio Cineuropa-. Yo siempre digo que estoy en tercero de Fernando Fernán Gómez. Pero aprobar fue duro. A ver si sigo así. Esto tiene sentido por el público, por eso me pregunto, cómo hacen los actores de las escuelas para después gestionar todo ese conflicto que le inducen en las aulas, cuando no está el público. Todos los humanos somos uno y doscientos mil más. Tengo la suerte de oficiar una ceremonia con eso, pero sin el público estaría en la cárcel o en un manicomio”.

Dice que su método es “mitad Stanislavski, mitad la niña de los peines”. El primero lo compró con 19 años en una libraría clandestina “porque con ese nombre era ideológicamente sospechoso”. “Después, a pesar de las dioptrías, sigo teniendo una buena mirada, un factor único que te dice la cámara, que es más sensible que el más sensible de los espectadores, y nunca miente”.

Hay diferencias en la relación con el espectador entre un actor de teatro, de cine y de serie de televisión? “Sí, en el teatro, el espectador te dice: ‘Te vi con Helio Pedregal, la interpretación con Charo López era de esta forma…”, en el cine te sueltan: ‘Te vi con esa actriz, sí, hombre, la de las tetas gordas…“ y, en la televisión directamente: ‘¡Menudo follón el que te montaron tus hijos ayer!’. Pasas a ser el personaje y, a veces para siempre. A Antonio Ferrandis, por ejemplo, lo devoró Chanquete. Y es que el electrodoméstico es así, un medio en el que te pueden aplaudir de golpe cinco millones de personas. Pero también se pueden cagar en ti otros cinco”.