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Lana del Rey, el mito pop que revienta el yugo de la exigencia de autenticidad

La artista Lana del Rey

Laura García Higueras

27 de noviembre de 2022 22:00 h

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“Ahora que Doja Cat, Ariana, Camila, Cardi B, Kehlani, Nicki Minaj y Beyoncé han tenido números uno con canciones sobre ser 'sexy', no llevar ropa, follar, engañar, etc. ¿Puedo, por favor, volver a cantar sobre estar en contacto con mi cuerpo, sentirme hermosa por estar enamorada aunque la relación no sea perfecta, o bailar por dinero -o lo que me dé la gana- sin que me crucifiquen o digan que estoy dándole glamour al abuso?”. Lana del Rey escribió estas palabras en Twitter en mayo de 2020, en una publicación que tituló Pregunta para la cultura.

Con ellas manifestó su hartazgo tras comprobar que el rasero por el que ella ha sido repetidamente diana de comentarios negativos había cambiado. Y no con la intención de criticar a sus compañeras, sino como reivindicación de sí misma y sus trabajos previos. El tuit está recogido en el libro Diez maneras de amar a Lana del Rey. Una investigación pop (Liburuak) escrito por el músico y periodista cultural Luis Boullosa. Una carta de amor a la artista, a la que toma como punto de partida para reflexionar sobre cuestiones como qué es el pop, qué es una canción y a qué cultura pertenecemos.

“Somos ciudadanos de nuestra realidad táctil, pero también de nuestras propias ficciones. De la ficción como una ampliación de la realidad”, explica el autor a este periódico, al tiempo que lamenta que, pese a que la cantante sí es valorada “masivamente por el seguimiento que tiene, no se la analiza normalmente por parámetros más profundos”.

Una situación que afecta de forma similar al pop, al que define en el ensayo como “el dilatado momento en el que romanticismo y capitalismo juegan juntos en el patio trasero de la historia imaginando modos de asesinar a la madre de ambos, la 'familia'. El pop es una conspiración, una investigación y un crimen, y su voz más exacta es la canción, sintética, instantánea y preconsciente”.

Conviene aclarar que no se refiere únicamente al género musical sino a la cultura pop en su conjunto. “Todos los que vivimos inmersos en ella estamos bañados en una radiación de fondo de cultura norteamericana brutal”, explica Boullosa, “hay una dualidad en esa influencia. Por un lado te fascina y por otro asusta el hasta qué punto estamos colonizados por algo que no es exactamente nuestro”.

El escritor señala que esta cultura “tiene algunas cosas detestables y reproblables, pero quería hacer un canto a la parte que sí es liberadora. A esa idea de año cero que tiene de 'aquí empieza el mundo de nuevo'”. Una tesis que, para el autor, “es fácil derivarla y convertirla en un chascarrillo, en autoayuda y el 'puedes conseguir todo lo que te propongas. Está ese lado kitch y negativo, pero por otro da muchísimas cosas positivas”.

Modelos de mujer que castran

Una de las controversias generadas en torno a la figura de Del Rey (Nueva York, 1985) es la imagen que proyecta. “En cuanto una nueva estrella femenina entra en escena, la precede la pregunta: ¿Qué modelo de mujer estás proponiendo? Parafraseada: ¿Qué ejemplo da esta mujer a nuestras hijas (y, muy secundariamente, nuestros hijos)?”, escribe Boullosa. Como contraposición, el autor recuerda que “el ejemplo artístico no tiene que ver con este o aquel modelo prefijado, sino con establecer, lo más claramente posible, que no hay un número cerrado de modelos del ser. Y que los que surjan han de ser electivos, libres”.

El lanzamiento del disco de Del Rey Norman Fucking Rockwell en 2019, que el escritor define como “un clásico instantáneo de la política sentimental”, generó polémica por la letra de la canción homónima que lo abre. “Maldición, niño grande / Me follaste tan bien que casi te dije 'te quiero'”, explicita. Y es que Lana no solo ha sido solamente acusada de dar glamur al abuso, también de, como recoge el libro, “hacerle un flaco favor al feminismo glorificando el dolor del abandono con un aura cinematográfica, de identificar relación y adicción, amor y daño; de ser, en definitiva, una víctima que crea a más víctimas”. En este aspecto el entorno es siempre más injusto y nocivo para las artistas femeninas, que “siempre están bajo el foco de los comisarios de lo políticamente permisible”.

Boullosa afirma a este medio que un problema recurrente es “considerar que todo lo que hace un artista es hablar de su biografía. Si entiendes el arte como biográfico sí que en algún momento podrías decir 'está glamurizando el abuso'. Pero es que el arte es algo completamente diferente, lo que hace es ampliar”. El periodista cultural considera que en el citado álbum lanzado en 2019 fue clave por el viraje que implicó dentro de las composiciones de Del Rey.

“Se libera y su mensaje es mucho más propio. El papel de la mujer que refleja es superpoderoso”, argumenta, “tanto que puede decir sus debilidades públicamente sin que eso le haga menguar”. “No es un: '¡Oy!, qué mal estoy'. Es un: 'Estoy tan segura de mí misma que puedo contarte toda mi mierda y así empatizar contigo, que también te pasa. Y ser los dos mejores'”, reflexiona, “es casi lo contrario de aquello de lo que se le acusaba”. El escritor opina que lo que existe es un “error de criterio. La gente funciona por cosas simples y si ves que cantas sobre una debilidad te dicen que la estás glorificando. Y no, lo que estás es siendo capaz de exponerla sin que te haga débil”.

La condena de la exigencia de autenticidad

Boullosa describe que desde que la neoyorquina comenzó su carrera con dieciocho años recorriendo clubes, “cayó sobre ella la exigencia más paradójica y peligrosa de todas las que rodean a una estrella pop: la de la autenticidad”. Un concepto que califica como “un invento nefasto”. “Por mucho que en músicas técnicamente liberadoras como el punk y el hardcore te exijan que seas auténtico y que tu mensaje y tu vida sean la misma cosa; es absurdo”, valora, “pretender un arte sin contradicciones es insensato. Ampliar el campo de batalla y que las haya es siempre positivo”.

“Que el establishment le exija a Lana autenticidad, acusándola de pertenencia a una clase acomodada, es como si un sanedrín de orondos fariseos acusase a Cristo de ser fake porque su padre el carpintero le pagó los dátiles hasta los treinta”, comenta el autor con ironía. Para él, la citada noción es “falaz” y la relaciona con “los niños burgueses que están cansados de la seguridad del entorno y creen que las cosas auténticas están fuera de ellos: en lo salvaje, el peligro, las vidas de otro tipo. Entonces empiezan a aplicar una exigencia de supuesta autenticidad sobre todo el mundo que lleva a decidir que si tu padre es rico o saliste en un programa de televisión ya no puedes ser auténtico”. “Hay que liberarse de esos yugos”, propone el periodista, “no puedes hacer arte y no ser absolutamente libre”.

Esta problemática va aún más allá al comprobar que esta autenticidad no se exige por igual a todo el mundo. Circunstancia que se analiza en el ensayo comparando el trato que reciben Del Rey y Nicki Minaj, siendo la segunda para Boullosa “la encarnación del capitalismo”. El autor desarrolla su propia teoría al respecto, sosteniendo que “los artistas a los que se les acusa de inautenticidad y se les obliga a demostrarla son muchas veces los más auténticos, los que en cierto modo están tocando las narices al sistema capitalista”.

Para el escritor Lana lo hace porque “vende millones de discos y pese a que defiende algunos valores que pueden parecer conservadores, estos están fuera del cuadro actual del capitalismo”. En concreto, hace referencia a la relación empática que establece a pie de calle con sus fans pese aunque luego se niegue a aparecer en ningún late show excepto si no es para cantar. “Tiene una serie de derivas humanistas que están un paso fuera de la máquina de hacer cosas en la que se ha convertido el sistema”, defiende.

“Si a una artista no se le putea, no se le exigen cosas ni se le pone en tela de juicio es porque él mismo no está creando un problema, no está siendo un artista en extremo, que es lo que defería ser”, defiende poniendo a Lana del Rey como ejemplo, “alguien que sin necesidad de ser político replantea cosas, crea una molestia, unas dudas, unas preguntas”.

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