“Como en los días de la revolución, las mujeres fueron las primeras en actuar. Las del 18 de marzo, doblemente castigadas por la miseria del sitio, no esperaron a sus hombres. Rodearon las metralletas y apostrofaron al sargento al mando de las mismas: ‘¡Esto es una vergüenza! ¿Qué hacéis ahí?’. Los soldados callaron, hasta que por fin un suboficial respondió: ‘Vamos, señoras, márchense’. Como no hay amenaza en la voz, se quedan”.
Es parte de El 18 de marzo, tercer capítulo del libro Historia de la Comuna de París de 1871, que acaba de publicar Capitán Swing con motivo del 150 aniversario de uno de los más significativos levantamientos de la clase trabajadora. Una revolución que cambió la historia de Francia y que, en cierta manera, alimentó diversas réplicas como el Mayo de 1968 o, mas recientemente, el movimiento de los chalecos amarillos.
En el año en el que se cumplen 150 años de la Comuna de París y, curiosamente, una década del 15M, Capitán Swing apuesta por editar un libro de más de 600 páginas, con un arte de tapa (digno de marco) firmado por el artista y escritor Miguel Brieva (Sevilla, 1974), para traer al presente las vivencias que documentó el periodista francés Prosper-Olivier Lissagaray (Toulouse, Francia, 1838 - París, Francia, 1901).
“Un momento único en esta historia, un momento en el que renace la unión de nuestra aurora y una misma llama calienta almas, volviendo a unir a la pequeña burguesía con el proletariado y conmoviendo a la clase media”, escribió Lissagaray.
L’ histoire de la Commune de 1871, título original del libro que acaba de lanzar Capitán Swing, fue publicado por primera vez en 1876 –en francés y desde Bruselas– por el entonces exiliado Prosper-Olivier Lissagaray. Sin embargo, el libro no llegó oficialmente a Francia hasta 1896. Hoy, en el año del sesquicentenario del empoderamiento comunero, Daniel Moreno, editor jefe y fundador de Capitán Swing, apuesta por un libro histórico porque, según afirma, “al mirar hacia atrás, las ideas más interesantes sobre cómo construir futuros alternativos provienen de abajo”. “El igualitarismo de base y el espíritu democrático e internacionalista que guio a la Comuna de París, y que Lissagaray documenta en detalle, sigue siendo una fuente de inspiración como ya hemos podido ver en otras revueltas históricas recientes como la Primavera Árabe, el 15M y Occupy Wall Street en las calles de Nueva York, por eso lo recuperamos”, añade.
“Los meses que siguieron al levantamiento popular convirtieron a París en una sociedad organizada autónomamente, una comuna que experimentó con formas alternativas de estructurar la vida social y política basadas en la colaboración y la cooperación. Estas formas improvisadas de autogobierno fueron tan audaces y transformadoras que todavía provocan discusión y debate, siglo y medio después. Proporcionan una materia prima valiosísima para comprender las alternativas a una sociedad construida sobre la clase económica y la representación civil, lo que abre posibilidades para un compromiso más profundo con las ideas de democracia e igualdad que vale la pena examinar hoy”, opina el editor jefe.
Pero, ¿quiénes eran los comuneros exactamente? Según el trabajo de documentación realizado por Daniel Moreno “un pequeño porcentaje de ellos eran profesionales o propietarios de pequeñas empresas. Un 84% de los que quedaron en control de París eran trabajadores manuales o asalariados”. “La Comuna nos dice que es posible pensar en otras formas de organización, que prácticas y principios alternativos para dirigir la sociedad pueden surgir, con bastante rapidez, del tejido existente de relaciones y comunidades. La gente común puede cooperar para expresar convicciones previamente inquebrantables sobre cómo se hacen las cosas tan frágiles como una telaraña”, añade el fundador de Capitán Swing.
Autopsia de una (gran) insurrección
Lissagaray, además de periodista, fue republicano, socialista, conferenciante y miembro de la Comuna de París. Se opuso al gobierno imperial de Napoleón III, postura que le llevó a dormir entre rejas en diferentes ocasiones. Fundó y colaboró en prensa y, en 1860, creó una sociedad literaria y ciclos de conferencias en París. Un activismo que, tras su participación en la Comuna de París, le valió el exilio: primero se refugió en Londres y después en Bruselas. En Londres se hizo amigo de Karl Marx y tuvo una relación con su hija menor, Eleonor Marx. En 1876, publicó Historia de la Comuna de París de 1871.
Para que esto sucediera, Eleonor Marx recopiló todos los textos y los tradujo al inglés. De este modo la obra se difundió en Francia a pesar de la prohibición. En 1880, aprovechando la amnistía de los comuneros, Lissagaray volvió a Francia y gestó el periódico La Bataille, con una línea que apostaba por la defensa de la clase trabajadora y luchaba contra las diferencias sociales. En 1888, cofundó la Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyo fin era aunar a personas con ideales republicanos de diversas tendencias contra el boulangismo, un movimiento de corte personalista y nacionalista. En la última etapa de su vida, se presentó a las elecciones de la Asamblea Nacional de Francia, según decía, “no para conseguir un escaño sino para tener la oportunidad de expresar sus ideas”.
72 días –del 18 marzo al 28 de mayo de 1871– de revolución fueron suficientes para que la clase trabajadora parisina consiguiera separar Estado de Iglesia, enseñanza laica y gratuita, abolición de la guillotina y del servicio militar obligatorio, convertir toda la propiedad de la iglesia en propiedad nacional, o fijar los salarios de todos los trabajadores judiciales y de justicia asociados. También liberó a los presos políticos, suspendió el pago de todas las rentas durante seis meses, cerró las casas de empeño, concedieron pensiones a las viudas de guerra y limitaron la jornada laboral a diez horas. No obstante, la sangre corrió por las calles de París. “Masacrasteis a treinta mil personas; desterrasteis, exiliasteis, encerrasteis y deportasteis a veinte mil más”, señaló desde el exilio Lissagaray.
“En el París de lluvia al que retorno / sólo encuentro hojas muertas. / Van arrastrándose sobre el asfalto con el que el orden público cubrió / los bulevares de adoquines rosas”, recitó el recientemente fallecido poeta Joan Margarit en su poema Mayo del 68: “Aquí arde el cadáver de la canción francesa / La ciudad que yo amaba la he perdido”.