En la Antigua Grecia ya soñaban con ovejas eléctricas: Talos, el padre de los robots contemporáneos
¿Quién imaginó por primera vez a un robot? Se suele pensar en el Renacimiento como el origen de máquinas que se mueven por sí solas, como refleja el humanoide diseñado por Leonardo da Vinci compuesto por poleas y engranajes de madera. Sin embargo, para encontrar el origen del pensamiento vinculado a la vida artificial hay que ir mucho más atrás: a la Antigua Grecia.
La editorial Desperta Ferro publica Dioses y robots, un cuidadoso análisis realizado por la investigadora estadounidense Adrienne Mayor, en el que la también experta en Historia Antigua ahonda en cómo el mundo imaginó autómatas mucho antes de que existiera tecnología para crearlos. El concepto de 'robot', aunque ni siquiera era llamado como tal, ya se encontraba en la mente de nuestros antepasados.
“Los mitos nos dicen que en una época tan temprana como la de Homero (750-650 a.C.), la gente imaginaba réplicas animadas de humanos y animales, sirvientes automáticos, seres artificiales, vehículos autónomos y barcos que navegaban dirigidos por el pensamiento. Esas historias eran, básicamente, los primeros cuentos de ciencia ficción”, explica la autora a eldiario.es.
En muchos casos es la imaginación la que ha impulsado los avances científicos, ya que resulta complicado que surja una innovación sin que alguien previamente la haya visualizado. De hecho, los griegos a través de sus mitos exploraron el concepto de seres “creados, no nacidos”. Es decir: entes artificiales fabricados desde cero, con los mismos materiales y métodos que los artesanos podrían usar para obras de arte o edificios.
Esto a su vez sirve para marcar el límite entre lo humano y lo no humano, entre lo natural y lo antinatural. Es algo que también aparece en Blade Runner 2049, donde se aborda si las replicantes son capaces de tener su propia descendencia y qué supone esto para nosotros, seres orgánicos.
“Los antiguos escultores y artistas eran capaces de hacer réplicas increíblemente realistas de humanos y animales, tan vívidas que parecía que se movían y respiraban. Parece natural imaginar que un artesano-inventor divino como Hefesto podría producir androides animados”, apunta Mayor.
Talos, el primer robot sobre la tierra
Uno de los primeros mitos sobre autómatas tiene como protagonista a Talos, descrito en el ensayo como “el primer robot sobre la tierra”. Se trataba de un gigante de bronce encargado por Zeus al mencionado Hefesto, el dios de la forja, para resguardar la isla de Creta de los piratas. Estaba programado para detectar extraños y hundir cualquier barco extranjero que se acercase a las costas lanzándole enormes rocas. Además, tenía otro poder: podía calentar su cuerpo de metal al rojo vivo para estrujar a sus víctimas contra su pecho y asarlas vivas.
Talos ha sido representado en vasijas, monedas e incluso pinturas. Se convirtió un fenómeno de la época. Tanto, que el antiguo poeta griego Apolonio de Rodas lo convirtió en el antagonista de una de las historias contadas en el libro Argonáuticas. Narra una épica batalla entre el enorme guerrero y la hechicera Medea, que acude al rescate del barco liderado por el héroe Jasón. La bruja utiliza sus poderes telepáticos para desorientar al gigante y hacerlo tropezar, lo que le provoca un corte en el tobillo justo en el lugar donde tiene un remache de bronce.
“Medea es la que descubre cómo destruir a Talos, y usa una combinación de persuasión y tecnología. Este es un episodio intrigante en el mito a muchos niveles. Si Talos puede ser persuadido para permitir a Medea quitar el tornillo crucial en su tobillo, surgen preguntas espinosas sobre si los seres artificiales pueden tener deseos o tomar decisiones por su cuenta”, reflexiona la historiadora.
Por otro lado, cuando Talos es destruido y cae como un gran tronco, el relato parece sugerir un sentimiento de simpatía por el robot. Al fin y al cabo, agonizó cumpliendo el objetivo para el que había sido fabricado, algo que recuerda a la escena de 2001: una odisea en el espacio en la que el ordenador HAL se apaga.
“Los psicólogos tratan de entender por qué tendemos a antropomorfizar a los robots y a sentir empatía por ellos. Parece que estamos 'diseñados' para otorgar emociones a cosas que, de alguna manera, parecen vivas. Sobre todo si tienen un nombre y una historia detrás, como pasa con Talos”, señala Mayor.
Algunos investigadores señalan que Apolonio tenía en mente para este relato el Coloso de Rodas, construido en el año 280 a.C. y considerado como una de las siete maravillas del mundo antiguo. Este medía más de treinta metros de altura, aproximadamente el tamaño de la Estatua de la Libertad, y funcionaba como faro para iluminar toda la isla de Rodas. Desafortunadamente, fue derribado por un terremoto en el 226 a.C., que lo partió a la altura de las rodillas.
Pero ¿qué fue antes? ¿la construcción de estas esculturas o los mitos sobre figuras animadas? “Las descripciones de Apolonio del autómata Talos y el águila de bronce de Zeus -parecida a un dron-, sugieren que estaba familiarizado con las famosas estatuas automatizadas y artefactos mecánicos de Alejandría. Yo creo que es posible que hubiera una especie de 'circuito de retroalimentación' entre la ciencia ficción mítica y las invenciones reales de estatuas animadas”, considera la investigadora.
Lo curioso de estos mitos es que no suelen describir el funcionamiento interno ni la fuente de energía de los autómatas, sino que las dejan a la imaginación. Es lo que se denomina la tecnología de 'caja negra', y es algo que experimentamos con gran parte de los dispositivos que usamos en nuestro día a día. “Se ha dicho a menudo que cuanto más avanzada es la tecnología, más se parece a la magia. Muchos de nosotros no podemos explicar cómo funcionan nuestros móviles, ordenadores o coches, por no mencionar los submarinos nucleares o los cohetes”, aprecia Mayor.
Añade que “estamos entrando en un nuevo nivel de tecnología de 'caja negra' omnipresente. El aprendizaje de las máquinas pronto permitirá a la IA acceder a enormes conjuntos de datos para tomar decisiones y actuar por sí misma, sin que los humanos lo supervisen o entiendan el proceso”.
Es obvio que Talos no pasará del mito a la realidad, pero este desconocimiento de lo que nos rodea también supone otros peligros reales y dilemas. “¿Quién es el responsable de las decisiones y acciones de la IA? ¿Podemos confiar en que la IA aplicará los valores humanos?”, se cuestiona la autora. Unas preguntas que, a juzgar por lo expuesto, llevamos haciéndonos durante toda la historia.