Hay dos instantes que quedaron grabados a fuego en la memoria infantil de Chenta Tsai (Taipéi, 1990): la primera vez que le llamaron “chino” en España y “banana” en Taiwán.
Esto último se les dice de forma peyorativa a los miembros de la diáspora china que han crecido en un país occidental y perdido contacto con la identidad cultural de sus antepasados. “Porque somos amarillos por fuera y blancos por dentro”. El otro es el insulto racista más pronunciado en castellano hacia las personas asiáticas y que se convirtió más tarde en su álter ego político y nombre artístico: Putochinomaricón.
Lo cuenta en Arroz tres delicias: sexo raza y género (Plan B), la autobiografía donde desgrana lo que significa crecer siendo disidente sexual y persona racializada entre dos países que le rechazan a su manera. Un tema que ya ha explorado en canciones como Gente de Mierda, Tú no eres activista, o Tu Puta Vida Nos Da (Un Poco) Igual y que han dejado de ser pop de nicho para alcanzar el escenario del Primavera Sound y del Sónar.
En el mes del Orgullo, Chenta se pronuncia sobre una celebración que calificó hace años de “verbena vacua”, “plumófoba” y capitalista, pero que en el fondo considera necesaria en el contexto político actual de Madrid. Y lo hace, como en su libro, tirando de “terrorismo lingüístico” y usando ese género neutro que le blinda ante las etiquetas que le intentan imponer.
¿Cuál fue el episodio más duro de revivir y de poner en palabras?
La verdad es que hay muchos. Pero si tengo que destacar uno sería la primera vez que me llamaron “chino” cuando era 'niñe' y descubrí mi racialitud. Hasta entonces nunca había sido consciente de mi otredad.
¿Dónde sitúas la línea entre el activismo y la vida artística?
Yo siempre digo que entiendo los cuerpos como territorios políticos. Fue la feminista decolonial Yuderkys Espinosa quien habló por primera vez de esto y significa que tú haces política por el mero hecho de ser mujer, negra, racializada o disidente sexual y salir a la calle. Sobre todo en un contexto sin referentes como es España, que alguien tenga voz y escriba música, aunque hable sobre el Wi-Fi, ya es política.
Es cierto que antes cogía el tema del activismo con pinzas porque le tengo mucho respeto a esa palabra, pero siento que, como dice una compañera del colectivo, ya hago activismo existiendo. Por ejemplo, desocupar un espacio como la discoteca Ocho y Medio, que es bastante normativa, es un acto político. Así que me es muy difícil desarraigar el activismo de lo artístico porque no escojo cuando sufro racismo, lo vivo diariamente y de forma institucional.
Y, sin embargo, muchos artistas creen en la separación entre arte y mensaje político.muchos artistas creen en la separación
Yo es que no soy la persona adecuada para eso [ríe]. Me cuesta mucho callarme. Hace poco me invitaron a tocar en el telediario de La 2 y salí justo antes de la semifinal de Eurovisión. Como yo quería y no me dejaron hablar del tema, lo metí con calzador en una canción: “Inmaduro, perdedor y un boicot a Eurovisión”. Al final es una elección, pero es muy importante posicionarse. Si no se habla, no existe.
Hablando de la dicotomía artista-activista, ¿alguna vez el triunfo personal te ha hecho olvidar tus orígenes y eclipsar la lucha del colectivo?
Yo creo que no. En mi programa Nada especial de Radio 21 invito a mi comunidad y a mis 'amigues' para que hablen sobre sus experiencias en primera persona. Y luego, por otra parte, concibo mi lado artístico y musical. Esa separación ha sido muy sana para mí porque me conectó con mi comunidad y les pude involucrar en mi proyecto.
Próximamente modero una mesa en el evento No son 50 años de resistencia sino 500, que organiza el colectivo de migrantes 'racializades' y disidentes sexuales. Hace poco toqué en el festival antirracista de SOS Racismo. O sea, que existe una comunicación recíproca que nunca se va a perder y yo voy a estar presente sí o sí. Es importante lo que decías, el acordarse de dónde vienes y no perderlo nunca. Y también lo descubrí escribiendo el libro de Arroz tres delicias porque, al final, solo debo hablar por mí.
¿Temes que la sociedad te convierta en el referente único de tu comunidad?
Claro. El propósito del libro no es hablar sobre la comunidad asiática, o la disidente sexual o la racializada, sino hablar desde mí. Si la gente se siente identificada con lo que digo, genial, pero no es mi objetivo principal. No necesitamos que una persona sea la portavoz de una comunidad, sino que hable una masa crítica. ¿Sabes? Yo soy un ladrillo más dentro de este edificio, y también es importante separar lo artístico del activismo -que no de lo político, porque ya soy una persona politizada-, para que no se convierta en una portavocía.
¿Cuál es la situación actual de la comunidad asiática en la lucha antirracista?
Siempre que hablamos sobre racismo, sobre todo de la comunidad asiática, parece que no existe. Yo me lo sigo cuestionando: ¿cuál es nuestro lugar y nuestro espacio dentro de la lucha antirracista? Porque es cierto que en muchos colectivos y marchas hablábamos sobre la lucha de la comunidad negra o afrodescendiente, o de la latina, pero nunca de lo de lo asiático.
Ahora cada vez hay más, como el colectivo Oriza, donde estamos empezando a tejer cuidados y resistencias entre todas las comunidades asiáticas y no solo entre chinos o gente del Este, sino también con Filipinas, Bangladesh, India, etcétera.
Dices en Arroz tres delicias que tu primer referente asiático fue Luis Tseng de los Piston. ¿Echaste en falta alguno que, además de racializado, hubiese sido Arroz tres deliciasdisidente sexual?
Totalmente. Es que mi vida entera hubiera sido distinta. De hecho, me he convertido en el referente para mi yo de cinco años, en lo que me habría gustado ver en la tele. Una persona asiática, que a pesar de ser costumbrista y muy mamarracha, se siente empoderada y a gusto siendo lo que es.
Por eso para mí es tan importante ese otro tipo de activismo mainstream, como el que hace Beyoncé con el feminismo. Acerca a más personas a conocerse mejor a sí mismas y a descubrir que lo personal es político y que muchas de sus vivencias son debidas a una estructura mucho más amplia. Que no eres tú la rara y que por eso te ocurren cosas racistas. Y eso que yo no sabía ni qué era racismo y me culpabilizaba mucho a mí 'misme'.
¿De qué maneras?
Pensaba que si me llamaban chino era porque había llamado la atención y no debía vestirme de esa manera, o porque no pronunciaba la erre y no sabía hablar bien en español. Yo no me entendía y me odiaba porque todas las representaciones que veía estaban basadas en tópicos. Por eso confío en que los referentes sirven, no tanto para crear una imagen, sino para visibilizar y crear espejos.
Otro tópico sobre la comunidad asiática es que sois especialmente virtuosos con los instrumentos, algo que tú también has sufrido en el Conservatorio. ¿En qué se diferencia el racismo en la música clásica con el del ambiente pop?
Sí, totalmente. Desde 'pequeñe' me construyeron la ficción de que iba a ser un gran violinista, solista, a raíz de los referentes. Siento que mis padres sentían tanto apego a que yo fuese al conservatorio porque, dentro del imaginario occidental respecto a los asiáticos, lo más atractivo era eso. Así que me dieron mucha caña con el violín y con el piano para que cumpliera con esa imagen.
Sin embargo, yo odiaba las clases particulares y el conservatorio porque cohibían mis gustos personales. De hecho, me presenté al Grado Medio cantando Heat of the Night de Aqua y tocando La leyenda de Wieniawski [ríe]. Siempre he sentido ese conflicto entre la alta y la baja cultura. El racismo en el pop es de otro rollo porque ahí el problema es que no hay referentes y en la música clásica hay demasiados.
Hace un par de años describiste el Orgullo como una “verbena vacua”. ¿Cuál es tu opinión al respecto, sobre todo ante el cambio de Ayuntamiento?
Ahora mismo estoy súper confuso. Con el clima político de este año, no sé hasta qué punto tiene sentido que creemos tantas segmentaciones. No quiero homogeneizarla, pero siento que tarde o temprano tenemos que crear una masa crítica como colectivo para ser más resistentes. La masa también es un arma, aunque yo 'misme' cayese en lo contrario.
No sé si es bueno rechazar o coger con pinzas el Orgullo mainstream. Obviamente rechazo el capitalismo rosa y nada lo va a excusar. Pero ahora no sé si rechazaría tocar en el escenario de la Puerta del Sol. Es muy complicado porque incluso dentro del Orgullo crítico hay diferencias. No nos ponemos de acuerdo y eso es peligroso, porque no estamos viendo que el enemigo de verdad es el que acaba de entrar en el Ayuntamiento de Madrid.
¿Crees que la imagen que se proyecta sigue siendo la del hombre “gay blanco y de clase alta” que denunciabas?
Muchísimo. Pero no solo en el Orgullo. Creciendo en Madrid, llegué a plantearme mi sexualidad porque sentía que no pertenecía a la comunidad homosexual. Cuando andaba por Chueca o me metía en los chats veía que la representación era la de un hombre cis, blanco, gay y con un cuerpo muy normativo que buscaba la aprobación del sistema heterosexual.
De hecho -esto es muy de los años 2000- cuando chateaba por webcam y al otro lado veían a una persona china, la apagaban porque no lo entendían. La cerraban hasta con miedo. Luego fui creciendo y descubriendo más apps y ahí sí que sufrí racismo de forma mucho más directa dentro de los deseos. Racismo sexoafectivo lo llaman.
Afroféminas ya alertó del racismo camuflado del feminismo, como si fuesen dos realidades que no pueden ir ligadas. ¿Sientes que el racismo en el mundo LGTBI es también un tabú?
Totalmente. Esto tiene un contexto y un bagaje histórico muy amplio que se remonta al “peligro amarillo”, que era propaganda antichina lanzada por Estados Unidos. Nos empezaron a representar como violadores, o desde el feísmo y la parodia, como con Fu-Manchú y el yellow-facing. Por eso hoy percibimos a los hombres asiáticos como cuerpos no deseables.
En la comunidad gay hay mucho racismo hacia los cuerpos asiáticos, pero está más ligado al tema de la normatividad. Sienten que no cumplimos los cánones de belleza de ese cuerpo idealizado y musculoso del hombre blanco y nos rechazan por eso. Se entrelaza la historia con la normatividad. Pasa en las apps como Grindr y Tinder, pero sobre todo en los clubs, donde te rechazan directamente porque no cumples con esa occidentalidad.
Hablas de rechazo, pero el caso de las mujeres asiáticas o racializadas quizá es el contrario, ¿no? Una exotización extrema.
Claro. Es distinto a lo que sufren las mujeres de la diáspora asiática que viven en contextos occidentales. El otro día leí un artículo que hablaba de las preferencias sexuales de la derecha alt-right en Estados Unidos hacia las mujeres asiáticas porque para ellos son más sumisas, supuestamente más pasivas y ceden más. Dicen que las prefieren antes que las mujeres occidentales no racializadas porque para ellos estas están mas politizadas por el feminismo.
En el lado de los hombres es otro rollo completamente distinto. Porque los medios nos han representado de una manera bastante emasculada, pero muy demonizada. Aunque yo también he estado en relaciones, sobre todo interraciales, donde daban por hecho de que cumples el rol pasivo o eres más 'femenine' por ser 'asiátique'.