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La ciencia ficción de Stanislaw Lem: cuando los aliens mandan mensajes, los humanos buscamos armas

La novela 'Solaris', llevada tres veces al cine, es quizá la obra más conocida de Lem

Ignasi Franch

Un tema recurrente en la ciencia ficción es la gestión del primer contacto de los seres humanos con una inteligencia alienígena. El optimismo, o quizá la economía narrativa, ha impulsado a multitud de creadores a simplificar las dificultades de comprensión mutua, usando atajos tecnológicos (como traductores universales y herramientas informáticas varias) o telepatías que superaran barreras lingüísticas. Muy a menudo, el conflicto se reduce a establecer la intencionalidad de esa comunicación: ¿amistosa u hostil? 

El escritor polaco Stanislaw Lew (1921-2006) fue un icono de la ciencia ficción compleja, tanto cuando usaba un tono grave (véanse Solaris o Fiasco) como cuando optaba por un enfoque más satírico (Paz en la Tierra, Diarios de las estrellas). Lem planteó repetidamente el problema de la comprensión con civilizaciones extraterrestres, rehuyendo los planteamientos esquemáticos de la narrativa pulp. Su novela primeriza Los astronautas, publicada en 1951, sí incluía la posibilidad de comunicación con una civilización extraterrestre. Una década después, en Solaris, el entendimiento mutuo resultaba imposible.

Solo sé que no sé lo suficiente

Recientemente editada en castellano por la editorial Impedimenta, La voz del Amo fue otra mirada a estas dificultades. La premisa es enigmática: por puro azar, se descubre la existencia de un aparente mensaje del espacio exterior. Surgen interrogantes de todo tipo. ¿Se trata realmente de una comunicación? ¿Se trata de una comunicación abierta o de un mensaje entre dos receptores concretos que los humanos han captado accidentalmente? ¿Cuál es su contenido?

En la ficción, el gobierno estadounidense forma un equipo multidisciplinar que tiene como misión decodificar la carta. Uno de los investigadores, un ecléctico y escéptico matemático con curiosidad humanística, servirá de narrador de todo el proceso. La forma literaria empleada permite que Lem explore su interés por diversas ramas de la ciencia y los estudios humanísticos. Porque el volumen toma forma de informe retrospectivo en el que el doctor Hogarth explica su experiencia y sus dudas.

El resultado puede resultar apasionante para quien entre en el pacto con Lem. No estamos ante una novela de aventuras. Lem juega a anticiparnos algunos detalles, estimula nuestra curiosidad y también incluye una trama con toques de espionaje, pero no basa el desarrollo en giros constantes ni grandes acontecimientos. La voz del Amo es un ejemplo de literatura reflexiva, una meditación sobre la manera de entender la vida propia de los seres humanos. 

Unos años antes, otro inventor de fantasías como Richard Matheson (Soy leyenda) nos había recordado que la misma persona puede ser considerada un héroe o un villano, dependiendo de la perspectiva del observador. Su aportación resultaba especialmente valiosa en una tradición, la de la ciencia ficción, a menudo heredera de las aventuras coloniales y su lógica de conquista y exterminios sin grandes conflictos éticos. El mismísimo H. G. Wells caería en ello en su temprana La máquina del tiempo, aunque posteriormente firmaría una preciosa nouvelle anticolonial como El país de los ciegos.

Lem, por su parte, nos recuerda constantemente una dificultad fundamental del trabajo de su personaje: es imposible abstraerse de la experiencia y la cultura propias para intentar comprender un mensaje ajeno a nuestro mundo. El desafío es similar a la labor creativa del escritor de ciencia ficción, a su dificultad para inventar otras maneras de existir que sean algo más que variaciones de aquello que, para nosotros, es la realidad. Por mucho que nos esforcemos, nuestra capacidad de abstracción tiene límites. El mismo narrador no deja de tener su propio sesgo, y lo sabe: “Somos como los caracoles, cada uno pegado a su propia hoja”, afirma.

Guerra Fría y humanismo pesimista

La voz del Amo también es un producto indisimulado de la época en que Lem la concibió. El mismo Hogarth lamenta como la investigación del mensaje dice más de los receptores que de los posibles emisores. En 1968, en plena Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, comparece el miedo a un otro que ejerza de conquistador o exterminador. Cuando se rompe el silencio del universo, los humanos queremos armas. 

También se evidencia la sed de conocimientos con lo que alimentar la carrera armamentística, a pesar del riesgo que esto entrañaría. Porque la paz entre las dos potencias estaba basada en una cierta igualdad tecnológica, materializada en la perturbadora doctrina de la destrucción mutua asegurada: ninguno de los dos países podría atacar a su adversario sin resultar igualmente aniquilado.

Lem también incluye alguna pincelada social, algún amargo comentario sobre la desigualdad: “Si hay algo que podemos afirmar con total seguridad respecto a nuestra propia civilización es que, cuando los primeros emisarios de la Tierra deambulen por la superficie de otros planetas, habrá otros hijos de nuestro globo terráqueo que estarán soñando no con este tipo de expediciones, sino con un trozo de pan”, explica el narrador.

A pesar de su sobriedad y su pesimismo constante, el narrador de La voz del Amo acaba abrazando un consuelo peculiar. Otro maestro de la ciencia ficción, Kurt Vonnegut, habló de la carcajada que le alivió después de contemplar la destrucción de Dresde durante la II Guerra Mundial. El narrador inventado por Lem nos sugiere que las limitaciones del ser humano para sentir empatía quizá hacen más asumible la vida y la mortalidad humanas. De nuevo, lo plantea en forma de pregunta, quizá hibridando la tristeza con una cierta mordacidad: “¿Qué sería de nosotros si realmente supiéramos compadecer a los demás, sentir con ellos y sufrir por ellos?”.

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