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A mediados del siglo pasado, la editorial Molino dio con su gallina de los huevos de oro: Agatha Christie. No era su primer éxito comercial ni mucho menos. Especializada en géneros de interés masivo, ya había publicado a autores como Julio Verne o Arthur Conan Doyle, y vendían ejemplares a buen ritmo. Pero con la escritora británica en su colección Selecciones de Biblioteca de Oro llegaron a los millones de ejemplares despachados.
Muchos de ellos, seguramente ya ajados, volverán a leerse este verano. Rara será la casa de veraneo -esas segundas residencias del boom del turismo- o rastro de domingo en España que no tenga alguno de esos libros. Sus tapas blandas y sus hojas amarillentas son parte de la educación sentimental de varias generaciones.
Aunque las novelas de Christie parecen cuentos de hadas en comparación a la ficción que se produce actualmente, sus crímenes siguen suscitando un interés asombroso. Sus títulos son los más vendidos del mundo después de los de Shakespeare y la Biblia (según datos de la Agatha Christie Limited., su propia compañía) y continúan inspirando otras obras.
Este mismo año, la plataforma Movistar + sumó a su catálogo la miniserie de la BBC El misterio de la guía de ferrocarriles, con John Malkovich como el detective Hércules Poirot y el telefilme La verdad del crimen, basado en un misterioso suceso de la vida de la escritora. Y, por si fuese poco, la editorial Diábolo acaba de publicar el libro El Universo de Agatha Christie, de Juan José Montijano. Asesinatos y pesquisas literarias a granel.
Escribió 66 novelas de crimen y seis románticas escritas -bajo el seudónimo de Mary Westmacott-, más de 100 relatos cortos, 19 obras de teatro, libros infantiles, ensayos y poemas. Sus obras se han traducido a 103 idiomas y se calcula que ha vendido entre “2.000 y 4.000 millones [de copias]. Nadie lo sabe realmente”, explicó su nieto Mathew Pritchard en ABC.
Las novelas de Christie se ubican siempre en ambientes cerrados, muchas en casas de campo a principios del siglo XX y sus personajes suelen ser de clase alta. En una reunión se comete un asesinato y cualquiera puede ser el culpable porque todos los presentes tienen razones para haberlo hecho. Uno de los secretos de su éxito es que incita al lector a adivinar quién ha sido según va descartando las pistas falsas que le ofrece la escritora. Pertenece al género ‘whodunit’, apócope de la frase inglesa ‘Who's done it?’, ¿quién lo hizo? en castellano.
Agatha Clarissa Miller Webber nació en 1890 en el seno de la típica familia victoriana en Torquay, un pueblo de Devon en el que nunca pasaba nada. Su padre, Frederick, era un rentista aficionado al juego que dejó a su mujer y sus hijos en la bancarrota al morir en 1901.
Su madre, Clara, tuvo que arreglárselas para sacar a sus hijos adelante y una de las medidas que tomó -adelantándose a los tiempos- fue alquilar la casa familiar durante el verano. Esos meses que tenían que pasar fuera de su vivienda se iban a Egipto, un lugar mucho más barato que Gran Bretaña, hecho determinante para la joven Agatha en el futuro.
Aprendió a leer con cinco años para disgusto de sus padres, que no veían bien que las niñas llegasen a los libros hasta los ocho. A los 16 años llegó a París para continuar con su formación musical y conseguir su objetivo de ser cantante de ópera, pero sus ilusiones se vieron truncadas cuando sus profesores le dijeron que nunca sería lo suficientemente buena.
Pese a su timidez era una persona intrépida: le gustaban los deportes, especialmente el surf, y fue una de las primeras mujeres en montar en avión en 1911. En 1914 se casó con su primer marido, un aviador de la Royal Flying Corps llamado Archibald Christie. Mientras él estaba en el frente luchando en la I Guerra Mundial, ella se alistó como enfermera. Durante ese tiempo aprendió el funcionamiento de los venenos en un laboratorio químico en el que estuvo trabajando, otro hecho determinante en su vida.
Comenzó a escribir porque su hermana la retó y en 1920 salió a la luz su primera novela, El misterioso caso de Styles. Con ella nació el personaje Hércules Poirot, un policía belga retirado de costumbres y carácter peculiares. En su pueblo había muchos refugiados de la misma nacionalidad y pudo inspirarse en ellos para construir al detective. Su otra gran investigadora, Miss Marple, estaba basada en su tía y sus amigas, típicas señoras de campo inglesas de la época.
Aunque la novela había sido rechazada por varias editoriales, tuvo un éxito nada desdeñable y empezó a ganarse la vida como escritora. Firmaba una historia de crimen al año y fue ganando cada vez más reconocimiento. Hasta que, a mediados de la década de los años 20, su biografía dio un giro propio de su ficción.
En 1926, Agatha Christie estaba pasando una muy mala racha. El fallecimiento de su madre en abril la sumió en una profunda depresión y en verano se enteró de que su marido, de quien estaba profundamente enamorada, tenía una amante. Se llamaba Nancy Neele, jugaban juntos al golf y él estaba dispuesto a pedir el divorcio por ella.
Ese fue el punto de partida de un enigma que tuvo conmocionada a la sociedad británica durante 11 días. En diciembre de ese año, la escritora dejó a su hija Rosalind con las criadas y se fue en su coche, que apareció al día siguiente abandonado en un terreno. Dentro no había más que un abrigo de piel y su carnet de conducir.
Todo el mundo estaba pendiente del asunto, incluso The New York Times. Su farmacéutico salió en los medios hablando de sus conversaciones sobre venenos con Agatha y un periódico llegó a ofrecer 500 dólares a quien pudiese dar alguna información sobre la desaparición. Miles de policías, voluntarios y hasta Arthur Conan Doyle participaron en la búsqueda.
Diez días después, la localizaron en el hotel Swan de Harrogate, registrada con el nombre de Teresa Neele -el apellido de la amante- y sin acordarse de nada. Fueron los trabajadores del sitio quienes avisaron a la policía al reconocerla en las noticias. Cuando su marido fue a buscarla, ella no le reconoció.
Existen teorías más o menos morbosas sobre el incidente, aunque la verdad nunca se sabrá porque ella se la llevó a la tumba. La versión oficial es que tuvo un episodio de amnesia temporal probablemente causada por los acontecimientos que estaban ocurriendo en su vida. Otras voces suponen que fue una maniobra de venganza contra su marido (ex- al año siguiente), al que quiso dar un susto de muerte y hacerse sentir culpable. Por otro lado, también se dijo que había sido una artimaña publicitaria para promocionar su última novela El asesinato de Roger Ackroyd.
El suceso inspiró algunas obras de ficción como el mencionado telefilme La verdad del crimen o la película Agatha de 1978 con Vanessa Redgrave y Dustin Hoffman en el reparto, que no hizo demasiada gracia a la familia.
Después de los disgustos llegó la calma. En 1930 se casó con el arqueólogo Max Mallowan, 15 años más joven que ella y con el que vivió hasta el día de su muerte en 1976 (falleció cogida de su mano. Él solo aguantó dos años más). Debido al trabajo de él, viajaron mucho por Oriente Medio, lo que impulsó a la escritora a ambientar algunos de sus trabajos en la zona, como Asesinato en Mesopotamia (1936) o Muerte en el Nilo (1937).
Cuando se inició la II Guerra Mundial Mallowan fue llamado a filas y ella volvió a alistarse como enfermera. Tuvieron la suerte de no morir ninguno de los dos y Christie, además, amplió sus conocimientos sobre el veneno. Una de las consecuencias inesperadas de esa erudición fue que su novela El misterio de Pale Horse ayudó a salvar la vida de una niña intoxicada por talio. Una enfermera reconoció los síntomas de la paciente porque en el libro alguien fallece por ese veneno y consiguieron curarla.
También estuvo investigada por el MI5, la inteligencia británica, por la trama de El misterio de Sans Souci, que se desarrolla en la guerra y está protagonizada por dos espías de un agente nazi en la costa inglesa. La agencia sospechó que la autora conocía los planes de Hitler y la puso bajo vigilancia hasta que las dudas se disiparon.
Para cuando llegó la postguerra, Christie ya había escrito sus novelas más famosas como Asesinato en el Orient Express (1934), Diez negritos (1939), Un cadáver en la biblioteca (1942) o Cinco cerditosCinco cerditos (1942), por nombrar solo algunos de la extensa lista. Pero todavía quedaba por publicarse otro de sus grandísimos éxitos: la obra de teatro La ratonera (1952). Desde su estreno no ha dejado de representarse ni un año en el teatro St Martin’s de Londres.
Por aquella época, en 1955, creó su empresa Agatha Christie Limited, con el objetivo de gestionar los derechos de sus novelas (ahora la dirigen sus herederos y factura más de 3 millones de euros al año). En 1957 entró en el London Detection Club, la asociación de escritores de novela negra británicos que este año celebra su 90 aniversario. La escritora fue la persona que más años ocupó el puesto de presidenta, que abandonó con su muerte.
A partir de los años 70 su salud empezó a deteriorarse, aunque aún estuvo más o menos presente en la vida pública hasta 1974. La reina Isabel II la nombró dama comendadora de la Orden del Imperio Británico (por lo visto tanto ella como su madre eran sus fans) y en 1975 publicó la novela Telón, donde mató a Poirot. The New York Times publicó su obituario. Su última novela, Un crimen dormido, protagonizada por Miss Marple salió al mercado el mismo año de su muerte.
No se sabe qué pensaría Agatha Christie de la decisión que tomaron sus herederos cuando encargaron a la escritora Sophie Hannah que resucitase a Poirot, personaje al que acabó detestando y al que se cargó sin sentirlo. Pero parece que no les ha ido mal y Hannah ya va por el cuarto libro protagonizado por el detective. La editorial Espasa publicó en España el último de ellos, El misterio de las cuatro cartas, el pasado mes de abril.
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