Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) llegó a la novela por casualidad. “Cuando escribí mi primera novela, Nocilla Dream, no sabía que estaba escribiendo una novela”, cuenta el escritor en conversación telefónica con eldiario.es. Solo cuando había escrito doscientas páginas, se dio cuenta de lo que era realmente.
Doce años después de su primera incursión en el género, Fernández Mallo presenta Trilogía de la guerra (Seix Barral), una historia en la que combina ficción con toques de ensayo y “radiaciones poéticas” para presentar una “cara B” de la historia.
En Trilogía de la guerra mezcla ficción, ensayo, filosofía, ciencia y un lenguaje poético, pero ¿cómo definiría esta novela? Trilogía de la guerra
Es muy difícil definirla. Para mí es una especie de caleidoscopio que aborda ciertos momentos de nuestra contemporaneidad. Es como un caleidoscopio en el sentido estricto, cuando miras ves una figura y si lo giras un poco todo se derrumba y aparece una figura distinta, prácticamente nueva. Yo la definiría así, como un carrete de ideas o sensaciones.
Esa mezcla de géneros está en todas mis novelas. No concibo la literatura sin traer a ella toda una serie de elementos que, en principio, podrían estar en la periferia pero que, para mí, son importantes porque son mi contemporaneidad. La literatura tiene que hablar de esta contemporaneidad, no tiene que dar fe de la ella como si fuera un notario, pero sí que tiene que tener sus elementos para lanzarlos a un mundo poético y de reflexión. Por eso hay historia, ciencia, política, antropología.
Tampoco sé escribir de otra manera. Eso está ahí porque está en mi cabeza y porque yo no escribo sobre lo que quiero, escribo sobre lo que puedo. No podría escribir de otro modo.
La novela gira en torno a la Guerra Civil española, a la guerra de Vietnam y al desembarco de Normandía, pero también trata sobre de las guerras que afrontamos día tras día, ¿cuáles son sus guerras?
Aunque suene muy tópico, porque estas cosas siempre son muy tópicas, mi guerra es contra mí mismo. Como se suele decir de una forma un tanto naif, contra el intento de ser mejor. Ese es uno de los grandes retos que tenemos: preocuparnos de intentar ser mejores nosotros mismos porque eso es lo que contribuye a que el mundo funcione mejor.
En la primera parte de la novela, un personaje que dice ser Salvador Dalí pinta la frase “el crimen del siglo” en algunas camisetas, ¿cuál sería ese crimen de nuestro siglo?
Es una pregunta un tanto difícil, porque habrá tantos... Algo que me da mucho miedo, por ejemplo, es algo que tiene que ver con el subtítulo de la segunda parte del libro, Mickey Mouse ha crecido y ahora es una vaca. Es un verso de David Bowie que explica perfectamente la evolución de Estados Unidos. Desde la posguerra de la Segunda Guerra Mundial se pasa de un pensamiento infantil, casi naif, de Mickey Mouse, de que Estados Unidos va salvar el mundo, que se va transformando en una monstruosa vaca. No porque las vacas sean monstruosas, lo monstruoso es la transformación que puede representar perfectamente Donald Trump. Trump es la vaca que nos llegó transformada monstruosamente desde un Mickey Mouse.
Ese tipo de transformaciones monstruosas, que se producen en Estados Unidos, en Europa y en todo el mundo, no son el crimen del siglo, pero hay que estar atentos para que no acaben convirtiéndose en el crimen del siglo.
Leyéndole parece que, en parte, hemos olvidado nuestro pasado.
Parte del pasado es bueno olvidarlo. Ese personaje del que hablábamos, que dice ser Dalí, abre una ventana a la reflexión sobre el reciclaje. Se pregunta qué estudiarán los futuros arqueólogos si lo reciclamos todo y llega a la conclusión de trabajarán con archivos informáticos porque no habrá objetos del pasado para poder estudiar cómo era el siglo XXI. Esto abre la puerta a otros lugares que también apuntan que se puede reciclar todo. Se puede reciclar la historia, se puede reciclar la memoria y se pueden reciclar los cuerpos. Hay que reciclar y hay que olvidar porque sino no se puede seguir avanzando.
Pero aunque haya a veces sea bueno olvidar, en la tercera parte de la novela, la que está dedicada a la batalla de Normandía, destaco que no hay que olvidar lo que nos ha costado, por ejemplo, construir la Unión Europea. Es prácticamente un milagro que llevemos tantos años sin sangre en Europa y que se haya construido una Unión con mecanismos posmodernistas, a través de la publicidad y de la seducción. Es el primer macroestado de la historia de la humanidad que se construye así y eso no hay que olvidarlo.
¿Cree que lo olvidamos?
Claro, el Brexit o los nacionalismos que afloran últimamente por toda Europa son una forma de olvidar que nos ha costado mucho construir una Unión Europea sin derramamiento de sangre. Por eso aparecen el Brexit y Donald Trump en la novela, porque hay una atomización que intenta romper las cosas. No conviene olvidar que Europa, en un momento, puede convertirse en una cosa horrible y no hay que olvidar tampoco que Europa es una anomalía terrestre. De eso te das cuenta cuando sales de Europa, fuera el mundo es mucho más violento y cuesta mucho más subsistir. Eso no debemos olvidarlo.
En el libro reconstruye una de las citas del poeta Allen Gisberg para criticar las redes sociales. “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por Facebook”, escribe.
En realidad, eso es un tanto irónico. No estoy en contra de las redes sociales, todo lo contrario. Estar en contra de las redes sociales es como estar en contra de los coches o de los cuchillos o del fuego. Esa frase es una especie de broma, aunque sí que es verdad que hay gente que vende su alma al diablo por un like en Facebook.
Con las redes sociales hemos ganado muchísima cosas. Por ejemplo, hemos ganado que nuestra identidad cultural individual sea una identidad cultural creada como un Frankenstein, a través de trozos de culturas de todo el mundo convenientemente unidos. La identidad cultural ya no es aquello casi primitivo o “subdesarrollado” que se asocia únicamente al lugar en el que has nacido.
¿Eso no hace que perdamos nuestra identidad cultural?
Claro, hemos perdido parte de nuestra identidad cultural, pero es que a eso hay que añadir un “por fortuna”. Las culturas son entes que están en movimiento y creer que una cultura no cambia o querer preservarla monolíticamente es desvalorarla porque estás diciendo que esa cultura, y las personas que pertenecen a ella, son entes que no cambian, son menos que humanos, son piedras. Los humanos evolucionamos y, por tanto, las culturas que conformamos evolucionan.
Hay muchas veces un discurso fácil sobre que estamos perdiendo nuestra identidad cultural. Claro que la estamos perdiendo, pero para ganar otra, igual que el humano del siglo I perdió su identidad cultural para ganar otra. Yo no soy apocalíptico por definición, soy vitalista. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, basta repasar la historia para verlo.
Los personajes de cada una de las partes que forman Trilogía de la guerra tienen una serie de elementos que les unen, ¿qué elementos le unen a usted con ellos?Trilogía de la guerra
Hay muchos elementos que me unen a mis personajes. No creo que se pueda escribir de nada que no esté antes en ti mismo. Incluso cuando escribimos sobre algo terrible y ponemos a un personaje para que lo haga porque nosotros nunca lo haríamos, es igual: está en ti y, de algún modo, también eres esa cosa terrible. No puedes escribir de nada que no hayas, de algún modo, pergeñado, pensado y sentido. Todos los personajes que hay en la novela tienen algo de mí o yo estoy en ellos. Me identifico con todos mis personajes porque no puedo no identificarme.
Lo decía porque se ha discutido mucho sobre la posibilidad de que usted sea el protagonista de la primera parte.
Es verdad que, como he contado que estuve en la isla de San Simón y experimenté una serie de cosas, se cree que es algo que me ha pasado a mí, pero ese primer personaje no soy yo. Yo voy a la isla de San Simón y experimento una serie de cosas a las cuales la poética que yo había hecho hasta entonces no podía dar respuesta. Quería encontrar alguna respuesta, o al menos intentarlo, y por eso es por lo que coloco allí a un personaje, para ver cómo evoluciona. Esto es lo que me lleva a escribir la novela entera sin yo saber exactamente a dónde iba.
Como decía antes, en realidad todo es autoficción, en el sentido de que tú no puedes escribir de nada que no esté antes pensado por ti o que no hayas sentido de alguna manera.
¿Se considera más poeta que novelista?
Dentro de la literatura siempre he hecho poesía. Me considero poeta porque todas mis novelas son poemas que disfrazo novelas. No entendería ninguna de ellas sin esas radiaciones poéticas que van apareciendo y que le dan cohesión a mis novela, a los personajes y a las tramas. Son como metáforas que van apareciendo y que no tienen que ver con la trama en sí misma, sino que son hilos poéticos, que aparecen y que unen las cosas. En ese sentido me considero poeta antes que nada.
Empecé a escribir novela por casualidad. Cuando escribí mi primera novela, Nocilla Dream, no sabía que estaba escribiendo una novela, pensaba que estaba escribiendo apuntes para un ensayo o un poemario. Cuando llevaba escritas unas doscientas páginas, me di cuenta de que aquello podría llamarse novela. Llegué a la novela un poco por casualidad.
La poesía salpica constantemente sus novelas.
Me interesa la prosa que no imita al cine. Me parece que los novelistas no podemos competir con el cine y para hacer una novela con una narración cinematográfica ya está el cine. La novela lo que tiene que hacer es trabajar la especificidad de la palabra porque es el único sentido que tiene. Por eso me gusta trabajar con elementos propios de la escritura, siempre tratando de hacer una narrativa que no sea dificultosa para el lector. Esto para mí es muy importante: hacer un artefacto que hable de la complejidad del mundo pero que no sea complicado para el lector. Esa es una de las claves de esta novela.
Hacer sencillo lo complejo.
Tú lo has dicho. Hacer sencillo lo complejo, como en un poema. Que el lector pueda leerlo, entenderlo perfectamente, pero que le esté hablando de parte de su contemporaneidad y de asuntos que son complejos.
Dicen de usted que ha escrito la 'gran novela americana'.
Hace poco un editor con el que va a publicar el Proyecto Nocilla en Estados Unidos me decía que era muy gracioso porque los norteamericanos siempre hablan de la gran novela americana, esa que hace Philip Roth o Don DeLillo, y que había llegado yo, un español, para hacer la “cara B” de la gran novela americana, que es mucho más interesante que la “cara A”. Son cosas que se dicen sobre mí, pero yo no pretendo escribir una gran novela americana.