Además de los consabidos Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft o Stephen King, la historia de la narrativa de terror es rica en autores que destacaron en su intento de generar inquietud y desasosiego a través de la palabra. Según el canon lovecraftiano, fijado a través del ensayo El horror sobrenatural en la literatura (Valdemar) uno de los mejores fue Algernon Blackwood. Incansable fabulador de historias de fantasmas y otras aventuras sobrecogedoras o maravillosas, Blackwood firmó obras destacadísimas de la historia de la literatura fantástica como Los sauces (Hermida Editores) un magistral e inusualmente atmosférico cuento largo de prosa contenida, acción mínima y detalle preciso.
La ausencia de versiones audiovisuales de referencia han dificultado que las creaciones de Blackwood conociesen o mantuviesen su popularidad más allá del mundo angloparlante y, especialmente, de su Reino Unido natal. Todo ello, a pesar de las loanzas de estudiosos del género fantástico como Mike Ashley, S. T. Joshi o Jesús Palacios. El autor fue homenajeado en los años 60 con una serie de televisión íntegramente dedicada a adaptar sus ficciones, Tales of mystery, pero los veintinueve episodios que componían la producción se consideran desaparecidos.
Este prolífico escritor había vuelto a las librerías españolas gracias a la publicación por parte de Hermida Editores de dos volúmenes: Los sauces y Un estruendo sobre las frondas, breve recopilación de otras dos piezas destacadas (El Wendigo y El bienamado de los árboles). El empeño era loable dada la altura creativa de las obras escogidas, pero resultaba cuantitativamente escaso. La emblemática editorial Valdemar, que había recopilado años atrás las historias del blackwoodiano detective de lo sobrenatural John Silence, ha tomado el testigo con el lanzamiento de la generosa antología El Wendigo y otros relatos extraños y macabros, que incluye veintitrés textos.
Precario, ocultista y aventurero
En más de una ocasión, el personaje Blackwood ha devorado al narrador astuto, capaz de idear situaciones profundamente inquietantes y de explicarlas con una prosa exacta. No resulta del todo sorprendente: después de una infancia y una primera juventud marcadas por un entorno familiar rigurosamente religioso, el escritor vivió años trepidantes. Fue ganadero, hotelero, buscador de oro, modelo, profesor de violín y periodista precario, entre otros oficios, hasta que comenzó a establecerse como exitoso escritor de una narrativa fantástica que también le proporcionó popularidad como locutor radiofónico. Según recoge su biógrafo Mike Ashley, Blackwood también trabajó para los servicios de inteligencia británicos.
Resulta tentador enfatizar la agitada juventud del autor para dimensionar los aspectos más pintorescos de su vida, pero estas experiencias impregnan realmente algunas de sus creaciones. La vivencia real de la pobreza sobrevuela sus desasosegantes relatos sobre jóvenes estudiantes y periodistas forzados a vivir en una escasez de intensidad variable. La lucha con las palabras del escritor profesional inspirar uno de los relatos más poderosos del ciclo protagonizado por John Silence, Una invasión psíquica. Y sus páginas sobre arboledas infinitas donde se alojan poderes oscuros o inescrutables remiten a su convivencia con los monumentales bosques canadienses.
Como ya hicieron Poe o Lovecraft, algunas historias del autor hermanan el terror con la aventura más o menos arriesgada. Algunos de sus protagonistas son exploradores o cazadores que no siempre se sometían a la seguridad del turismo organizado. El mismo Blackwood fue viajero y deportista, además de plumilla residente en habitaciones alquiladas. Quizá eso contribuyó a que tuviese la misma soltura narrativa cuando abría grietas a lo desconocido en entornos urbanos y cuando convertía la naturaleza salvaje en un personaje más de sus historias. El embrujo del mar o El hechizo de la nieve, ambas incluidas en la colección de Valdemar, nos hablan de individuos sometidos al influjo seductor de fuerzas que les trascienden: el horror cósmico no se asocia aquí con formas extraterrestres, sino con secretos ocultos en vastos océanos e inmensas montañas heladas.
Con todo, la conexión más fuerte entre la vida y la obra del británico tiene que ver con su acercamiento al espiritismo. Blackwood formó parte de la Hermandad Hermética del Alba Dorada, que también acogió a otros escritores como el poeta W. B. Yeats y Arthur Machen (a su vez, otro maestro un tanto olvidado del terror literario). Lovecraft criticó “la utilización demasiado gratuita de la jerga gremial del ocultismo moderno” por parte del autor de El Wendigo. Con todo, el componente de divulgación de esas creencias no quita ni un ápice de poder a cuentos de apariciones e invocaciones como Con la intención de robar o Smith: un suceso en una casa de huéspedes.
Relámpagos de imaginación y también de vida real
Los cuentos de fantasmas de Blackwood nos pueden recordar la persistencia de la iconografía espiritista en la ficción terrorífica. Un siglo atrás, el escritor británico ya nos presentaba manifestaciones parapsicológicas donde almas cautivas repetían una y otra vez, en un bucle infinito, las mismas vivencias violentas. También nos hablaba de espectros de personas muertas que necesitaban algún tipo de ritual o trámite para liberarse. Y nos presentaba a personajes con la facultad de percibir este tipo de fenómenos con clarividencia inusual, o que parecían condenados a atraerlos por su sensibilidad.
En este punto, hay que destacar que la obra de Blackwood no solo es solamente un goce para los que busquen antecedentes históricos de sus obras preferidas. Sus mejores historias siguen muy vivas. Agún supuesto golpe de efecto final (véase el desenlace de El que escucha, por ejemplo) puede resultar previsible e ingenuo para un lector moderno y resabiado, pero relatos como La casa vacía son piezas modélicas de ingeniería del desasosiego, intensamente disfrutables por mucho que se hayan leído o visto mil y una historias de casas encantadas y almas condenadas.
De nuevo, puede tentarnos la idea de incorporar lo biográfico a la lectura de la obra literaria. ¿Las creencias de Blackwood, las conexiones entre sus ficciones y su vida diversa y dinámica, dotaban de un mayor poder y una mayor autenticidad a sus artificios narrativos? El mismo autor parece abonar esa idea. Al fin y al cabo, afirmó que uno de los momentos más perturbadores de la mencionada La casa vacía se basó en una experiencia real: “Permanecí en vela para ver un fantasma, con una mujer a mi lado cuyo rostro arrugado se estiró de repente como la cara de un niño, asustándome más que el espectro que nunca llegué a ver en realidad”.
La memorable Los sauces, que también forma parte de El Wendigo y otros relatos extraños y macabros, está salpicada por el recuerdo del hallazgo de un cadáver durante un viaje fluvial. Blackwood construyó una de sus obras cumbre de la literatura fantástica a través de mucha invención apuntalada con fragmentos de realidad. Quizá uno de los personajes de Con la intención de robar tenía algo de razón cuando reivindicaba que la vivencia directa de las situaciones facilita su comprensión profunda: “Los autores imaginativos pueden escribir, los moralistas pueden predicar y los estudiosos predicar, pero están negociando todo el tiempo con una moneda de la cual desconocen su verdadero valor”.