Hay novelas que llegan en el momento justo al lugar adecuado. Y, aunque ahora pareciese que no es tiempo de publicar nada que no esté relacionado con una pandemia mundial, Editorial Barrett ha tenido a bien lanzar estos días Panza de burro.
El debut en la ficción de Andrea Abreu se llama como un fenómeno meteorológico propio de las Islas Canarias que se produce, precisamente, en los meses de julio y agosto. Consiste en una acumulación de nubes bajas como resultado del constante soplar de los vientos alisios. “Hacia solo un día que las clases habían terminado, pero yo ya estaba sintiendo ese agotamiento inmenso, esa tristeza de nubes bajas sobre la cabeza. No parecía verano”, describe la protagonista de la novela.
Ese tono entre lo ligero y lo melancólico domina una primera novela que es toda una declaración de intenciones, estilo y saber hacer. Un libro editado por la también escritora Sabina Urraca y escrito, por cierto, en canario. Pero no un canario normativo sino rural: uno que suena a verdad, a recuerdos de infancia a la sombra del Teide.
Una primera novela personal, sorprendente y política
Panza de burro nació en un taller literario impartido por la escritora Sabina Urraca al que Abreu acudía cuando vivía en Madrid. Resultó ser que hubo una conexión entre el talento de ambas justo cuando la Editorial Barrett había contactado con la primera para una iniciativa particular.
El sello independiente sevillano lleva a cabo, desde hace un tiempo, el proyecto Editor/a por un libro: una vez al año, un escritor o escritora les propone la publicación de un libro inédito. Hasta ahora han participado Sara Mesa editando Treinta y seis metros, de Santiago Ambao y Patricio Pron con Madrid es una mierda, de Martín Rejtman. Ahora el turno de Urraca y Abreu.
“Sabina es una de mis escritoras preferidas. Trabajar con ella ha sido, en realidad, muy fácil”, confiesa Andrea Abreu a eldiario.es. “Desde el principio lo viví como una fluidera. Yo le iba enseñando esa especie de vómito que es Panza de burro y ella me alentaba a seguir vomitando”, explica. “Pensaba que se me estaba yendo el baifo -como decimos en Canarias-, pero ella siempre tenía la mente abierta a mis jarraperías. Supo y sabe acompañarme como una hermana mayor que te hace trenzas en espiga cuando tú no sabes”.
De esa amistad, tal vez, se contagia la relación que tejida en la historia de Panza de burro: dos niñas que pasan el tedio del verano en un mundo rural que las empujará a descubrirse la una a la otra y, por supuesto, a sí mismas.
Un universo creativo que se torna particular por el dominio que Abreu demuestra de la escritura, la sonoridad y el tempo de un idioma canario nada oficial: “Nunca pensé en escribir en castellano neutro: odio el castellano neutro, me parece fascista”, bromea la autora.
Añade, eso sí, que no fue fácil: “elegir escribir en canario me generó muchas dudas. Dentro del canario hay también una especie de 'canario neutro' que es aquel que recoge y legitima la academia canaria”, explica la escritora. “Decidí huir de la oficialidad del castellano y del canario: escribir desde el barrio, lo rural y lo kinki canario -que no es lo quinqui peninsular-. Para mí, escribir en canario es un acto político dentro de una realidad que obvia lo canario, que niega nuestra cultura”.
Y esto, en contra de lo que puede inferirse de una lectura superficial de Panza de burro, no es una decisión baladí ni se queda en lo anecdótico. No es un arreglo estético para exotizar su primera novela a ojos del eventual lector peninsular. “Para mí la estética va ligada a la ética. La gente de mi barrio, que es la gente en la que yo me inspiré para escribir la novela, habla como con una especie de ritmito de bachata. Imitar eso con la escritura es muy complicado. Yo intenté hacerlo. ¡Lo intenté!”, subraya.
Un nuevo panorama de voces e historias de infancia
La amistad entre una chica llamada Isora y la narradora de Panza de burro recuerda, salvando las distancias, a otras aproximaciones a la infancia que el panorama literario español ha tenido a bien abordar en los últimos años. Uno no puede evitar pensar en libros como La historia de España contada a las niñas de María Bastarós (Fulgencio Pimentel), Vozdevieja de Elisa Victoria (Blackie Books) o, claro, Las niñas prodigio de Sabina Urraca (Fulgencio Pimentel).
Sin embargo, Abreu apunta hacia el otro lado del charco cuando habla de referentes: las suyas son eminentemente escritoras latinoamericanas. “En lo que respecta al uso de la oralidad en la escritura y en la hibridación de géneros, a mi parecer, nos llevan mucha ventaja”, opina la escritora. Pero además, “porque Canarias y sus particularidades culturales le deben mucho a, por ejemplo, Venezuela y Cuba”. Así, sus “grandes maestras en este proceso” fueron Rita Indiana con Papi (Editorial Periférica), Pilar Quintana con La perra (Literatura Random House), María Fernanda Ampuero con Pelea de gallos (Páginas de espuma) y Aurora Venturini con Las primas (Caballo de Troya). “Y en mi escritura en general me ha influido mucho Leila Guerriero”, añade.
No reniega, tampoco, de las voces literarias españolas: “en España, mis dos grandes referentes para esta novela son Sabina Urraca y Elisa Victoria”. Ambas, dice, han sembrado un campo que escritoras como ella quieren seguir cultivando. “Creo que sin esas narradoras yo no habría sido capaz de escribir Panza de burro. Siento que hay un antes y un después en las historias de niñas en España. Que Elisa Victoria, Sabina Urraca o María Bastarós me han hecho el caminito más fácil porque han ido quitando la hierba mala, las zarzas y los piquitos de las pencas”.