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Anne Carson ironiza con la capacidad para la trascendencia y la cursilería de los españoles

Isabel Navarro

20 de octubre de 2023 22:39 h

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El enigma Carson es indesvelable y nada indica que tenga intención de dejar de serlo. Cuando ganó el premio Princesa de Asturias en 2020, la pandemia impidió que se desplazase a Oviedo y su discurso de agradecimiento fue online y lacónico como acostumbra. En los libros se resume a sí misma con un escueto hecho biográfico: “Nace en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”. Tampoco añade su imagen a la solapa. Sin embargo, el jueves por la noche su efigie se materializó en persona en Madrid para dar una conferencia en el Museo del Prado en torno al Perro semihundido (1819), una de las más misteriosas y desasosegantes pinturas negras de Goya, a la que ella decidió asomarse desde una duda que según le explicó al auditorio nace etimológicamente en inglés de un término latino que coincide con “el tartamudeo”.

En el escena del museo, una alta y espigada Anne Carson, algo encorvada por la edad, vestida con traje de chaqueta masculino, camisa blanca y corbata, botines y gafas rojas a juego, se dispuso a leer un texto que tituló Duda/Hesitation. Una indumentaria casi tan irónica como los primeros compases de su charla, donde se disculpó por saber menos que el auditorio acerca del pintor español, además de ser “poco sofisticada y profunda”. Una boutade, para quien es considerada la poeta de la sofisticación intelectual y posmoderna de nuestra época, por su borrado desafiante y lúdico de los géneros literarios y su escritura de textos desestabilizadores que podrían ser llamados poesía, donde exprime sin categorías el fragmento, el pastiche, el collage de citas y de voces, el diario, la entrevista imaginaria o la ficción narrativa.

“Voy a hablar acerca de la duda en seis partes”, anunció Anne Carson a un auditorio mojado por la caudalosa lluvia madrileña, en un discurso laberíntico y fragmentario acerca de “la contemplación interna de cierto perro”.

Un discurso “desequilibrado y sin centro”, en el que citó a Safo, a Rilke, a Gertrude Stein, a Anaximandro, y en el que “se pensó pensando”, una de sus formas de aprehensión del mundo y de lo Otro, hasta pedir al auditorio que se sentase con ella a la mesa redonda de “tres maderas” que le obsequió su marido Curry durante la pandemia. “En aquellos días sin orden de la pandemia tenía dificultades para trabajar, a pesar de tener la suerte de estar traduciendo una tragedia de Sófocles. Estaba dando palos de ciego y luego Curry me hizo un regalo, me regaló la mesa perfecta, una mesa redonda no tiene orientación evidente es como una tormenta de nieve”.

Un personaje habitual en sus textos, el artista y escritor Robert Curry, que escuchaba a su compañera de vida desde la primera fila del auditorio con una coleta de viejo rockero y una camisa lisérgica estampada con setas.

“¿A los animales les importan los bordes? ¿Ven los bordes como bordes?”, se preguntaba Anne Carson al reflexionar sobre el gran vacío amarillento de la pintura del perro hundido, el tartamudeo del tiempo y las escasas ocasiones en que se hace posible una efímera “armonización”, envidiando esa capacidad del animal de “estar en el mundo sin la mediación y categorías humana, sin la soberbia de los conceptos. Porque el animal está en el mundo y nosotros estamos frente al mundo por nuestro grado de conciencia”. 

Como explicaba su traductor, Jordi Doce, presente en el auditorio, en ella encontró ayer la mixtura de clase alta madrileña y los fans acérrimos de la poeta que consiguieron la exclusiva invitación para la conferencia de El Prado, “una ironía, una subversión, lucidez, humor irreverente marca de la casa, pero también un enjambre de emociones a ras de piel, de cautivadora sinceridad, una búsqueda reflexiva de sentido por medio del arte, la historia y el pensamiento” que solo se dan en el enigma Carson.

Y finalmente la gran pregunta sobre la relación entre los seres humanos y los animales surgió frente a ese perro solo y hundido: “¿Qué pasaría si la ardilla de mi jardín y yo estuviésemos solas en el mundo?, ¿cómo organizaríamos nuestros días?, ¿volveríamos a participar en esta relación de poder entre humanos y animales y que parece replicarse de forma sistemática en las relaciones de poder en las clases sociales, entre razas y entre entre los locos y los cuerdos?” o seríamos capaces de no ponernos en el centro.

Finalmente, el Museo de El Prado le entregó un premio a la Musa, muy poco acorde con los tiempos y con la obra de la propia Carson, que ironizó, no pudo evitarlo, al decir que al hacer el Camino de Santiago hace años ya se había dado cuenta de la capacidad de los españoles “para la trascendencia y la cursilería”. 

Prefirió no firmar libros, como suele, ni acercarse a los fans, que se conformaron con alguna foto que rápidamente colgaron orgullosos en las redes.

“Al final todos quieren algo de ella, aunque no sepan quién es”, comentó Curry en un extenso perfil que le dedicó el The New York Times a la autora, donde aparte de saber que ambos son unos apasionados de los volcanes y que pasan largas temporadas en Islandia, poco más de ella se puede averiguar. Se nota que le divierte parecer enigmática. 

Durante este viaje, patrocinado por La conferencia José Pedro Pérez-Llorca, instituida desde hace tres años en homenaje a quien presidió el Real Patronato del Museo Nacional del Prado entre 2012 y 2019 y por la que también pasó Mary Read hace dos años, diversas instituciones por toda España han intentado atraer la magnética presencia de la escritora canadiense. Sin embargo, ella solo ha aceptado la de la Fundación Centro de Poesía José Hierro de Getafe, un centro público de estudio de la poesía, donde el viernes por la tarde realizó una lectura y se mostró mucho más cercana.