Las mulillas arrastran al desolladero un cuerpo al terminar la faena. Es el fin del espectáculo, de la 'fiesta nacional'. El público aplaude enfervorecido en los tendidos. Agitan sus pañuelos blancos pidiendo al presidente los trofeos del animal. Una oreja. La otra. ¡El rabo! Pero en esta ocasión no vemos un toro ensangrentado, con la lengua fuera, rebozado por el albero al son de los cascabeles. El arrastrado es el torero. Porque esta no es la imagen de una tauromaquia al uso: esta es la de El Roto.
Andrés Rábago (Madrid, 1947) ilustra la recopilación de columnas antitaurinas que su compañero Manuel Vicent ha escrito durante 20 años al calor de eventos como la Feria de San Isidro. Textos críticos y directos que no se andan con ambages, empezando con un lema que grita en la primera página: “Si el toreo es cultura, el canibalismo es gastronomía”.
Rábago, más conocido como El Roto, salpica las páginas de AntiTauromaquia (Random House) con 36 ilustraciones como 36 banderillas, dirigidas a clavarse en la conciencia de aquellos que todavía defienden ese espectáculo.
El resultado es, como define Vicent en el prólogo, “un panfleto” contra la crueldad en el que las “terribles y misteriosas imágenes de El Roto no dan ninguna escapatoria”.
La serie vuelve del revés el toreo, pinta las reflexiones del animal y, sobre todo, lo hace visible. Porque, según explica El Roto en conversación con eldiario.es, en la plaza no se le ve. “Nadie ve al toro. Si lo viesen, serían incapaces de estar allí. Saltarían al ruedo a detener al torero, gritando: ”¡Pero qué está haciendo! ¡Está usted loco! ¡Pero si no le ha hecho nada!“, enfatiza el dibujante.
Un animal invisible que es torturado sin tregua en un cruel juego de espejos en el que el público se ve reflejado en el matador. “El toro es un comparsa”, añade, “los espectadores solo ven al torero porque, en el ruedo, se ven a sí mismos y se figuran allí delante”.
Para abordar la labor de ilustrar esta AntiTauromaquia, El Roto se documentó buscando información gráfica, centrándose en la etapa en la que se produjo la transición previa al boom de las corridas con la explosión del turismo en los años 60. “Busqué en las revistas, como El Ruedo, que es muy interesante desde el punto de vista sociológico. Y a partir de ahí fueron surgiendo algunas ideas”.
En la serie, que “prácticamente podrían ser carteles o estampas populares”, se reflejan las distintas fases de las corridas de toros, desde las dehesas hasta el matadero. En ocasiones, los toros hablan.
“No creo que los toros piensen lo que dibujo”, cuenta el ilustrador sobre los aforismos que introduce a veces en sus estampas. “Nosotros somos incapaces de conocer al animal por dentro, pero podemos, sin más, como seres vivos, imaginar lo que eso les puede suponer”, expresa.
En la imaginación de El Roto, los toros intentan dialogar con el matador, llueven libros en lugar de almohadillas en el ruedo, el capote se transforma en un lienzo y el estoque en un pincel. Toreros que salen a hombros de indigentes después de haber bordado una faena matando moscas. Toreros que sonríen pese a haber sido corneados, de tan valientes que son.
En ocasiones, un dibujo mudo lo dice todo. En otras, basta una frase o un título. Y luego están las ilustraciones que transmiten algo diferente cada vez que se pasa por ellas.
“Muchas imágenes tienen un contenido casi metafórico y no se pueden traducir directamente a palabras porque entonces serían literatura”, explica El Roto sobre sus creaciones más crípticas. “Es algo que te produce sensaciones y esa es la función de una buena imagen, despertar algo en ti: emociones, sensaciones, estados de ánimo”, añade.
“Escándalo mayúsculo”
A veces, transmiten rabia. Porque los que tienen en su mano acabar con este espectáculo reman en la dirección contraria.
“Tenemos que cambiar de Gobierno”, clama tajantemente el dibujante ante el hecho de que se sigan dando subvenciones a la tauromaquia y además sin transparencia, “en un territorio poco claro”. Arremete también contra la bajada del IVA a las corridas de toros: “Lo han bajado a un 10% mientras que al cine lo mantienen al 21%. Es un escándalo mayúsculo”.
En sus viñetas antitaurinas hay banqueros, curas y hasta un Franco torero. Ante esa parte de la autodenominada modernidad, que reivindica ahora las corridas de toros, y en ocasiones desde la izquierda, El Roto aplica la misma vara de medir que “a la derecha cavernícola y rancia”, ya que se sitúan “en el mismo lugar que los otros”.
Aun así, ve mayoritariamente que surgen “movimientos a favor de un mejor trato a los seres vivos, a los que necesariamente deberíamos considerar como hermanos menores” y lamenta que pueda “haber una pequeña partida de gente” que hoy en día abogue por lo contrario.
Los argumentos de los taurinos son para El Roto “adornos” y una manera de “lavar la imagen de lo que, en algún lugar de ellos mismos, claramente les avergüenza”.
Para el pintor, no cabe ninguna duda de que no hay un ápice de cultura en las corridas de toros. “Lo que objetivamente ocurre es que un animal sale a un ruedo, intenta huir y es sometido hasta su muerte, eso es lo que hay”, denuncia. “Si lo quieren llamar cultura, son libres de llamarlo como quieran, pero objetivamente lo que hay ahí es la tortura del animal”, apostilla.
Manuel Vicent critica en AntiTauromaquia que los toros sigan ocupando espacio en las páginas del diario en el que escribe y pide no darle cobertura para que “el lector sensible no tenga que pasar por la humillación de contemplar”, en la sección de Cultura de El País, “esa morcilla acribillada y sangrante que un día fue un bello animal”.
El Roto también considera inadecuado que se dedique espacio a los toros en Cultura, o “que simplemente, se le dedique una página a algo así”. Y destaca que para él las lecturas de esas crónicas “reflejan la decadencia y la miseria del espectáculo”.
“Solo con leerlo te das cuenta de que es algo muerto. Lo que se llama ‘la fiesta’ está en una clara decadencia, es un moribundo que se mantiene vivo artificialmente a través de subvenciones”, señala.
Lamenta El Roto que por este motivo “todavía falte algún tiempo” para que podamos ver el fin de este muerto viviente que son las corridas de toros, “una decadencia penosa con la que habrá que acabar en algún momento”. Tal vez sea solo cuestión de darle la puntilla.