Juan M.Redondo (Úbeda, 1954) ha sido treinta y cinco años oficial de bombero de Madrid y jefe del operativo durante trece años (de 1989 a 2004). Durante un tiempo el Museo de Bomberos estaba bajo su dirección, actualmente a la espera de apertura por remodelación, pero ha estado y estará en el parque de bomberos número 8 sito en el Puente de Vallecas. Su libro Cuando las sirenas no eran las nuestras (Libros.com, 2020) narra la actuación del cuerpo durante la Guerra Civil en Madrid. “Para escribir este libro me he basado en el archivo histórico de los bomberos, que se encuentra en el Museo. Ahí están los documentos y los libros que dan cuenta de todos los sucesos, novedades y siniestros a los cuales han tenido que acometer el cuerpo”, explica su autor.
Redondo recuerda que cuando abrió por primera vez esos libros de tapas duras y negras descubrió que se narraba lo que pasaba día a día con letra manuscrita: “Curiosamente, cuando veo 1936-1939, que es un libro grande en formato A3, lo abro y me quedo perplejo al leer qué va detallando: bombardeo, obús, la dirección, la hora y las señas de qué parque actúa”. Juan también estudió los libros de personal en el que quedaron anotados detalles como “bombero tal murió en la Sierra por herida de bala” o “bombero tal muerto por colapso de un edificio tras bomba”. En el libro del personal pueden verse la cantidad de bomberos que se incorporaron al Ejército Popular para luchar contra el fascismo.
Los bomberos de Madrid se crearon en 1905 con cuatro parques y una disciplina cuasi militar. En el año 1936 el cuerpo contaba con 400 hombres para una ciudad de algo más de un millón de habitantes; además el servicio cubría más municipios fuera de la capital, dado que había pueblos que no contaban con bomberos: “Teníamos un servicio muy parecido a los de las capitales centroeuropeas. Vehículos franceses y alemanes, las bombas eran Benz y los coches de primera salida eran del Allen. El uniforme era azul marino con un cinturón adecuado para todas las labores y un casco decimonónico militar”. Juan cuenta en el libro que el servicio estaba muy politizado y mayoritariamente sindicalizado. “El sindicato mayoritario era UGT y componía el Comité de Incendios”. No todo el cuerpo de bomberos simpatizaba con la República. De hecho, miembros de su dirección fueron ejecutados acusados de quintacolumnistas a principios de la guerra.
Cuenta que el 19 de julio del 36 a las 20:45 quedó anotado en el “libro del teléfono” que la iglesia de San Andrés estaba ardiendo. Cada parque poseía uno de esos libros y se encargaba de él un bombero “pasado para ir a fuego” que apunta día, hora, siniestro y los equipos que acuden a resolver. Las iglesias de Madrid, frente a la noticia del Golpe de Estado, empiezan a arder. Durante esos primeros días en el libro del teléfono quedan registrados treinta y cinco edificios religiosos incendiados: “Los bomberos no sabían ni a dónde acudir”. En el libro el autor relata: “Uno de los capataces, el señor Campos, comunica indignado que en el fuego de la ermita de San Isidro no le dejaron actuar, teniendo que retirarse. Otro capataz del mismo parque, el señor Valero, comunicaba por nota interna que un bombero '¡pertenece a la milicia!', como el que informa de un hecho inaudito”.
Cuando el frente se va acercando a la ciudad, sus bomberos siguen su vida laboral corriente: “Se incendiaban infiernillos de gasolina, hollines de chimenea, fuegos de entramado y no faltaba el automóvil que ardía en la vía pública. Lo mismo se iba a achicar agua a la casa del filósofo Ortega y Gasset en el hotel 5 de la prensa, que se iba al aeródromo de Barajas, al que se acude con muchos medios para hacer frente al incendio de aparatos y hangares, objetivo de la aviación nacional”. El 30 de octubre a las 16.30 horas se oyen rugir los primeros aviones del enemigo en el cielo de Madrid. Señala Juan que: “Soltaron su carga de fuego, muerte y destrucción primero en Villalba, desde donde solicitaron el servicio de los bomberos para atender fuegos, rescates y hundimientos de edificios”.
Juan Redondo cuenta que los bomberos estaban preparados para atender muchas y variadas situaciones imprevisibles, de riesgo, pero “no para afrontar las situaciones que acontecen en una guerra”. El bombero afirma que Franco empieza a bombardear la Casa de Campo el 30 de octubre del 36 y “como nadie daba un duro por Madrid, el Gobierno abandona la ciudad el 6 de noviembre, dejando en la Junta de Defensa al mando del General Pozas y sobre todo al General Miaja”. Juan narra que un control anarquista para a la comitiva camino de Valencia y que al alcalde de Madrid Pedro Rico le obligaron a volver a la ciudad de modo humillante. “Antes de la llegada de Franco a las puertas de Madrid, en los frecuentes mítines, este político de Acción Republicana llamaba a la resistencia a morir antes que huir. Pedro Rico se refugió en la embajada de México y acabó huyendo en el maletero de un banderillero de la cuadrilla de Juan Belmonte”.
Por el libro del teléfono podemos comprobar que los objetivos principales del bombardeo a Madrid eran: la línea entre el edificio Telefónica y Alcalá 3, donde en los sótanos del Ministerio de Hacienda se ubicaba el cuartel de Miaja. “Los obuses que caen alrededor causan destrozos en Lavapiés, Puerta de Sol y Malasaña. Mientras que la otra referencia es el barrio de Argüelles y la Ciudad Universitaria”. Los barrios que prácticamente no bombardearon en tres años fueron el barrio de Salamanca y el barrio de Chamartín.
El bombero señala que los servicios de extinción de incendios no paraban, el personal estuvo haciendo jornadas de 24 horas, e incluso se reubicaron con sus familias a vivir en los mismos parques. El fuego en Madrid no era cosa sencilla dado que los entramados de madera eran el pilar de los edificios y esto hacía que la propagación fuera rápida. Al fuego se le añade el agua: las bombas rompían cañerías y cantidad de sótanos de edificios quedaban hundidos e inundados. “Los bomberos tenían que ir a desaguar los sótanos también”. El Canal de Isabel II tuvo que cortar el agua de la ciudad por peligro de inundaciones, con el añadido para los bomberos de dónde cargar los tanques si las bocas de la vía pública estaban cerradas.
“El ejercito de Franco, desde el Cerro Garabitas de la Casa de Campo, bombardeó Madrid y la castigó de manera constante. Cuando llegaba el ruido de los aviones y los obuses todo el mundo se refugiaba en el metro o donde podía, pero los bomberos al contrario, salían. Fueron tres años de agonía y acoso absoluto. Los bomberos fueron solicitados incluso para, en pleno frente, rescatar hombres sepultados por el terrible fuego de artillería”. Y Franco marcó como objetivo los parques de bomberos porque “los bomberos mitigaban los efectos de la destrucción que deseaban para Madrid, fueron como los soldados de la retaguardia”.
En el 38 el frente de Madrid se halla enquistado: “Madrid, qué bien resistes”. Después de las batallas de Jarama y Guadalajara, el ejercito fascista está centrado en Teruel y en el frente norte. Los bomberos de Madrid están cansados y el bombardeo incesante a Madrid ha hecho mella, es por eso que la Federación Catalana de Bomberos mandó una delegación de catalanes a arrimar el hombro. Afirma Juan M.Redondo: “Los bomberos catalanes vinieron por solidaridad, por defender la República. Me emociona que vinieran porque el uniforme de bombero estaba por encima. Catalanes o madrileños, todos eran bomberos”.
El final de los tres años de asedio fue durísimo: “Igual que se estaban pasando verdaderas penurias en la población madrileña, los bomberos no fueron ajenos. Durante meses no comieron pescado, ni leche, ni fruta, ni huevos. Compañeros perdieron de quince a viente kilos...”. Pero lo peor estaría por llegar: “El 28 de marzo del 39, cuando llega Franco a Madrid, se produce una depuración total del cuerpo de bomberos. He descubierto 60 sumarios de guerra, y eso deparó en dos fusilamientos y 40 bomberos en la cárcel”. Después de tres años de horror, el horror definitivo acababa de comenzar.