En un valle sin especificar de la península de Anatolia, Filiz y sus nueve hermanos y hermanas ayudan en la granja familiar. Cada uno se encarga de un animal y de una parte de la parcela, pero además las chicas tienen la obligación de lavar los pies a su padre, calzarle las sandalias y atender a sus necesidades higiénicas y culinarias. Si no, padre se enfadará y las convertirá en mujeres cárdenas, como las otras cien que hay en el pueblo.
“El cárdeno adorno de las mujeres lleva la caligrafía de los hombres. La herramienta, madera o hierro, y la cantidad de golpes determinan el matiz del cárdeno [...] Cuando sea mayor, seré una mujer cárdena. Confío en un matiz claro como el cielo invernal”. La que habla es la joven Filiz, pero la que escribe es Katharina Winkler (Viena, 1979) en su debut literario Cárdeno Adorno (Editorial Periférica), uno de los más esperados del catálogo invernal.
A través de metáforas dulces pero nada engoladas, Winkler hace soportable el relato de la mujer maltratada que conoció de pequeña y a la que entrevistó años después para plasmar su historia en este libro. Aborda desde su infancia hasta su matrimonio y el infierno que vino después, en Turquía y en Austria, donde Filiz emigró junto a su familia en busca de un futuro mejor que no le liberó de las cadenas domésticas.
Acompañamos a la protagonista por la inocencia interrumpida de sus primeros años, despreocupada y consciente a la vez de la sociedad patriarcal a la que pertenece. Al principio es el padre silencioso, estricto y con arrebatos violentos quien representa al adversario.
Filiz quiere huir de su hogar y el lector lo desea con ella. Por eso, cuando aparece Yunus, la joven se aferra a su amor desoyendo la prohibición de su familia.
“Su pelo es abundante, más oscuro que el negro, sus ojos tienen el verde del río”, y a él ya nada le frena. “Tú me perteneces”. No es la hipérbole de un amor adolescente y Filiz lo sabe: “Soy suya”. El rechazo del padre no hace más que aumentar las ganas de la joven de lanzarse a los brazos de Yunus y de paso retar a la figura de autoridad de la casa. No imaginaba que el verdadero infierno era lo que estaba por llegar.
Primero, en la casa de su suegra. Luego, en un cuchitril de Elazig y más tarde en otro de Estambul. Por último, en Austria, el país de los escotes y los pantalones vaqueros que Filiz nunca se atreve a vestir. En todos y cada uno de estos lugares, Yunus llega oliendo a alcohol y con ganas de pegar y violar a su mujer. Sus tres hijos han sido concebidos en una violación desde la aterradora noche de bodas. A veces son palizas de cárdeno claro, pero otras, el marido coge un leño y la azota colgando de una barra del granero como si fuese un edredón que desempolvar.
Sentada en un hotel del centro de Madrid a primera hora, Katharina Winkler cuenta lo mucho que tardó en dar con el lenguaje adecuado para contar la historia de Filiz, a quien conoce desde su infancia. “Cuando tenía 13 años, apareció en la consulta de mi padre, que era médico rural en Austria. Mi madre era la auxiliar en la consulta y se dio cuenta de que debajo del niqab tenía muchísimas heridas y cardenales. Poco a poco, y con mucho cuidado, intentó establecer una relación con ella”, dice la autora en una entrevista con eldiario.es.
Cárdeno Adorno no ofrece demasiados datos geográficos ni temporales, pero a veces sí que aparecen referencias al conflicto entre el régimen turco y el PKK, el partido de los kurdos, entre los versos. Intuimos que se trata de los años 90, pero solo al final se da una fecha cerrada: el 1 de agosto de 1998, cuando Filiz fue trasladada al hospital tras una paliza casi mortal que, por suerte, fue la última que recibió en su vida. Tenía menos de 30 años y ese día se decidió a denunciar.
Winkler reconoce que no podría haberlo escrito si no hubiese tenido un final feliz. Tras años de maltrato, Filiz se divorció de Yunus y se quedó en Austria con sus tres niños. Él regresó a Turquía, y ella se convirtió en cocinera y más tarde en psiquiatra social. “No es la historia de una víctima, sino de una heroína”, explica.
Los peligros del racismo
La autora se encerró con su confidente durante una semana entera en una casita de una colonia de jardines. De ahí no solo sacó hasta el último detalle de su trágica vida, sino también el contexto cultural que asegura no haber completado con ningún tipo de investigación externa. Aprendemos con Filiz a cocinar pan de pita, “caliente y con los granos de sésamos justos”, a obedecer a su suegra, “la araña”, a no mirar al frente cuando hay un hombre presente, a no reír, a no pensar, a no rezar.
Winkler asegura que no quería plasmar el maltrato como un drama inherente a una cultura en concreto, aunque admite el riesgo de que haya quien lo tome así. “Vimos con la editorial si existía el peligro de que avivase el discurso xenófobo de la extrema derecha, de que se aplauda el lado equivocado del libro, pero estoy muy contenta con la reacción sensible que está despertando”, dice con una sonrisa.
Precisamente por eso escogió el formato verso narrado, porque “el lenguaje poético protege la temática al no encajar con las bocas ultras, con su forma de expresarse”. Respecto a si a Filiz le hubiese costado más llegar ahora a Europa y recibir ayuda que hace veinte años, Winkler no tiene ninguna duda. “Hay un viraje ideológico hacia la derecha, pero una ideología se hace realmente peligrosa en el momento en el que se impone sobre los casos individuales. Quiero pensar que, al encontrarse cara a cara con un extranjero en situación de riesgo, prevalecería la humanidad”, confía.
Para ella, lo importante es que “que el libro quita el poder a los clichés: no quiere dar respuestas, solo muestra cuán compleja es la situación”. Por ejemplo, ante la presión que se les da por denunciar y el terror que experimentó Filiz la primera vez que el doctor Winkler le instó a que pidiese ayuda en una Casa de mujeres maltradas. “¿Es que no saben que Yunus asalta cualquier casa? ¿Que mata a los niños? ¿Que me mata a mí? ¿Con el cuchillo de la mesa de la cocina? ¿Es que no conoce el mundo? ¿Acaso ignora que el mundo es de Yunus?”, responde la protagonista.
“También espero que sea capaz de dar ánimo a mujeres de todo el mundo que hayan pasado por eso, porque demuestra que lo imposible es posible”, confía la autora. Esa es la misión de Cárdeno Adorno, pero sobre todo la de Filiz, quien limpió poco a poco su piel de moratones para ayudar a otras mujeres cárdenas a no permitir un golpe más.