No conoces a la primera mujer periodista por culpa de Franco, y deberías

Que levante la mano quien no haya leído La Regenta, 1984 o no conozca a Émile Zola, Ian Fleming o a Albert Camus. Aunque todos ellos y sus obras sufrieron el yugo de la censura franquista, son autores que regresaron al imaginario español tras la muerte del dictador. Pero hubo otros que no corrieron esa suerte.

A Carmen de Burgos (Almería, 1867-1932), los órganos censores le incautaron directamente su nombre. Cualquier letra, artículo, libro o cuento que llevara su firma fue reducido a cenizas y no quedó ni rastro de su lucha en las librerías o en las bibliotecas públicas. A diferencia de los que encabezan el artículo, los años no sirvieron de redención en este caso y el olvido continúa pesando sobre nuestra primera periodista, reportera de guerra e incansable defensora de los derechos de la mujer.

Por suerte, hay quienes siempre la tuvieron presente y ahora celebran el renacer de esta figura imprescindible en su 150 aniversario. “Este año, no se sabe por qué razón, parece que todos nos hemos puesto de acuerdo para rendir este gran homenaje a Carmen”, declara emocionada María Serrano a eldiario.es.

La presidenta de la Fundación Carmen de Burgos celebra los actos que le dedican durante este mes la Biblioteca Nacional y el Ateneo de Madrid, pero también lamenta que haya costado tanto tiempo recomponer los pedazos que rompió el franquismo. “Hay centros con su nombre hasta en Brasil, y en España aún tiene que pagar el secuestro de su obra”, dice Serrano. No le sorprende que otras feministas como Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor o Victoria Kent se repusieran al Régimen porque “Carmen era pólvora para Franco”.

“Se veía que podía hacer mucho daño. Fíjate como fue, que hasta después de muerta Franco la persiguió. Manejaba una gran cantidad de códigos para llegar a las mujeres sin ser tachada de radical, y eso calaba más que cualquier otra cosa”, explica la presidenta. Para entender esta caza de brujas, repasaremos las ideas transgresoras de Carmen de Burgos en vida. Y, aunque fueron muchas y muy celebradas, pocos le atribuyen ese mérito hoy en día.

La “divorciadora”

Carmen de Burgos tuvo que esconder su perfil reformista detrás de multitud de seudónimos como Perico el de los palotes, Gabriel Luna o Marianela, pero el más famoso de todos fue Colombine. El mote se lo puso Augusto Suárez de Figueroa, que fundó el Diario Universal tras abandonar la dirección del Heraldo de Madrid. Allí fue donde Colombine dio sus primeros pasos como periodista con una columna semanal titulada Lecturas para la mujer, con lo que se convirtió en la primera redactora con un espacio propio en nuestro país.

Sobre el papel, Carmen tenía que dar consejos a las señoritas casaderas y a las amas de casa sobre belleza y hogar. Y así lo hizo. Lo que tampoco le impedía meter poco a poco píldoras políticas, sufragistas y de empoderamiento para sus lectoras.

Ella sabía de buena tinta que el matrimonio, muchas veces, estaba lejos de ser la panacea que predicaba el “ferviente catolicismo”, como Burgos lo refería. Se casó a los 16 años con un periodista alcohólico y mujeriego en Almería y, tres abortos y un millar de noches solitarias después, lo abandonó con su única hija entre los brazos para partir en dirección a Madrid.

En 1903, Columbine comenzó en el Universal, donde un año más tarde publicaría su polémico artículo El club del divorcio:

Las reacciones del público, algunas a favor y casi todas airadamente en contra –de donde nació el sobrenombre de “la divorciadora”–, le inspiraron para escribir un libro al respecto.

El divorcio en España (1904) recogía los testimonios de importantes intelectuales del país como Azorín, Unamuno, Pardo Bazán, Blasco Ibañez o Francisco Giner de los Ríos, en los que incluso Emilia se mostró equidistante. “No tengo opinión alguna sobre el divorcio. (…) Necesitaría dedicarme a estudiar esa cuestión, y no dispongo de tiempo”, se excusó la gallega, como indica Mar Abad en este completo perfil.

La encuesta final de lo que ella llamó “un libro colectivo ó social” arrojó un resultado de 1462 votos a favor y 320 en contra del divorcio. Pero Burgos no se sorprendió, sino que lo tomó como una muestra del flagrante retraso de su país respecto a Europa.

No contenta con el resultado, dos años más tarde se embarcó en la labor de hacer campaña por el sufragio femenino en una columna del Heraldo de Madrid, con la que terminó de sembrar antipatías. La idea le vino tras recibir una beca en 1905 del Ministerio de Instrucción Pública para viajar y estudiar los sistemas de educación de otros países.

De todos esos destinos, llegó especialmente conmocionada de Francia, hogar de Émile Zola y del Lyceum Club de París, donde Carmen de Burgos conoció a las sufragistas británicas y se imbuyó de sus ideales.

La corresponsal de guerra antibelicista

Sin embargo, la columna El voto de la mujer tuvo que cerrar por presiones, así que Colombine hizo las maletas y, en 1909, se lanzó a un nuevo reto en el Heraldo. “Sus crónicas de guerra son imprescindibles”, recuerda María Serrano. Fue la primera corresponsal mujer en pisar un campo de batalla, en este caso el de la Guerra de Melilla. Burgos mandaba sus artículos desde la ciudad asediada, en los que poco a poco destilaba un creciente tono antibelicista.

“No anteponía la rebeldía de la mujer sobre el hombre, sino que pregonaba la igualdad de derechos humanos. Es por eso que hizo una importante campaña por la objeción de conciencia”, recuerda la presidenta de su Fundación. Estas ideas, ya más reposadas, las amplió en un artículo llamado ¡Guerra a la guerra! y más tarde en su libro Al balcón (1913).

“Sí. He hecho el periodismo vivo, activo, de batalla. He sido la primera mujer que se ha visto ante la mesa de la Redacción, que ha hecho reportajes, que ha organizado encuestas, que ha vivido y sentido. En fin, el periodismo de combate, ágil, nervioso y bohemio”, respondía en una entrevista al final de su vida.

Pero Columbine no se debió solo a las rotativas, sino que fue una figura imitada y admirada en los círculos literarios gracias a sus once novelas largas, el centenar de novelas cortas, sus cuentos y ensayos. Un gran ejemplo fue Puñal de claveles (1931), basado en el crimen de Níjar y que inspiró a Lorca en la magistral Bodas de sangre. La versión de la escritora es un canto a la emancipación de la mujer y a la búsqueda de la pasión, que Burgos encontró junto al escritor Ramón Gómez de la Serna, 21 años más joven que ella.

También se atrevió con la homosexualidad en la novela corta Ellas y ellos o ellos y ellas; con el Artículo 438, que daba cobertura legal al marido para asesinar a su esposa si le era infiel, en un libro homónimo; y con el feminismo sin medias tintas en La mujer moderna y sus derechos (1931).

“Era sibilina. Sin hacer daño y sin que la censurasen, llegó a las ciudadanas españolas, pero sabía a lo que se enfrentaba. Se hizo amiga de estas lectoras y de algunos lectores para meterse en sus hogares con sus columnas”, termina María Serrano.

Su Fundación espera que este homenaje por su 150 aniversario no se quede en lo meramente anecdótico y consiga llevar a Carmen de Burgos a las escuelas. “Queremos que figure en los libros de texto por el personaje literario y transgresor que fue, tanto en España como en el extranjero”, resume. Ha llegado la hora de levantar esa losa que el franquismo arrojó sobre la memoria de Colombine, y dejar que ella arroje su luz feminista en nuestras antologías periodísticas y literarias.

Si quiere saber más de la figura de Carmen de Burgos, no se pierda este reportaje en profundidad de la revista Yorokobu.