César Sánchez Sánchez (Madrid, 1970) es un matemático convertido en vendedor. Cursó estudios en la Facultad de Ciencias Matemáticas pero nunca llegó a ejercer. Enseguida comenzó a trabajar de comercial; vender humo no le gustaba, pero se le daba bien. Y en esas sigue. Así presenta la Editorial Barrett al autor de Catálogo de sombras, un libro de relatos que viajan de lo cañí a lo surrealista sin salir de una España que todo el mundo conoce muy bien. Desde la vida de un machaca de la construcción adolescente hasta una jubilada que sale de casa a comprar churros y desata el apocalipsis.
Todo eso pasando por la vida de un policía adicto al porno guarro, un hombre que desea coserse a su pareja para no separarse jamás o la historia de aquel cuya vocación era la de ser cómico y sólo daba asco y pena. Ternura, burla, excesos se citan en las páginas con las que el madrileño llena su segundo compendio de cuentos, que sigue a Ciudades en las que nunca has estado (2018) y a la novela Maldito pego pulgoso (2021). Sánchez se cita con elDiario.es en la terraza del Círculo de Bellas Artes de Madrid, son las doce y media y pide una cerveza. Es viernes. Y los viernes al mediodía todo está permitido.
Comencemos por un concepto clave, ¿qué es un catálogo de sombras?
Es exactamente lo que hay al final del libro. Un catálogo comercial, pero en vez de tratar de comercializar, por ejemplo, coches son sombras. No es una metáfora de nada. Es lo que hay. La idea me surgió hace un montón, con 20 años. En esa época casi todo el mundo tenía un grupo de música punk y hacía fanzines. Ese fue el título del número cero de un fanzine que hice con unos colegas entonces. Ahora he recuperado esa idea; muchos libros se llaman manual de no sé que. Pues yo igual. Por fin puedo decir que he hecho un catálogo de sombras de verdad.
Leyéndole, parece que estemos ante un catálogo sobre la pérdida y el dolor atravesando distintas tramas, ¿son la tristeza y el miedo el hilo conductor que mueve a sus personajes?
Desde hace unos años me estoy enfrentando a la enfermedad de mi padre. Creo que el primer relato [el que más espacio ocupa de toda la obra] es un intento de enfrentarme al momento antes de que ocurra. Pienso que lo que escribo está relacionado con lo que recibimos de nuestros mayores. A veces son cosas de apariencia intrascendente, pero en realidad y en el fondo son las que nos articulan.
También, todas las historias están hilvanadas a través de la clase social. Tiene un componente de clase muy fuerte, ¿cómo ha sido escribir a través de esa perspectiva?
No es de siempre, pero desde hace unos años tengo conciencia de clase o de barrio que cada vez se desarrolla más, aunque sea una estupidez o una especie de falsa conciencia, como quieras llamarlo. Pero la tengo del sitio donde he nacido o de ser hijo de quien soy. Es algo que me da peso, me proporciona estructura mental y personal. Es algo a lo que me aferro con el tiempo y, aunque no lo he pensado ni meditado, estoy muy orgulloso de ser de un barrio de mierda. Aunque no lo sea, entiéndeme. Podría decirse que soy de Vicálvaro, de la acera de la calle Alcalá a la derecha, cerca de La Elipa. Estoy un poco en tierra de nadie, en esas calles cerca de Alcalá. Digamos que podría llamarse Ascao.
Pienso que lo que escribo está relacionado con lo que recibimos de nuestros mayores. A veces son cosas de apariencia intrascendente, pero en realidad y en el fondo son las que nos articulan
Hablamos de barrios de Madrid y, en uno de sus relatos, también habla de ella. Dibuja la ciudad como un elemento protagónico. Uno de los personajes, según la recorre, va señalando barrio rico, barrio pobre, trabajo, casa. Hablemos de la Madrid del libro y de cómo usted siente la ciudad en la que creció y reside.
Ha cambiado muchísimo. Se me mezclan un poco los recuerdos de cuando era joven con los de la ciudad ahora. Ahora, yo la ciudad no la conozco. Vengo al centro de Madrid, a Chueca, etc, y soy un turista.
Recuerdo Chueca en los 80. Era un sitio oscuro donde se vendía caballo, donde había mucho tráfico de droga. Era un sitio horrible y con el tiempo ha ido evolucionando. Ya no conozco muchas partes de la ciudad. O sea, mi barrio sí. Sigue siendo bastante inmóvil. Muchos menos cambios que en el centro. Lo que sí noto es la inmigración para bien. Era un sitio de viejos, gente ya mayor emigrada de los pueblos. Luego llegaron los lationamericanos y empezó a poblarse de gente de Ecuador, Perú… Ellos llenaron de color y sonido el barrio. Se volvió a ver a chavales jugando en las calles y eso da mucha alegría. Ahora es una mixtura y siempre parece un poco abandonado, destartalado. Si una acera se rompe tardan años en arreglarla. Ese tipo de cosas que tienen las periferias.
Lo que sí noto es mi barrio es la inmigración para bien. Era un sitio de viejos, gente ya mayor emigrada de los pueblos. Luego llegaron los lationamericanos y llenaron de color y sonido el barrio. Se volvió a ver a chavales jugando en las calles y eso da mucha alegría
Cambiando de tercio. Todo el libro está cuajado de referencias a la cultura pop. Desde el Pijus Magnificus de La vida de Brian hasta Gustav Mahler.
A veces escribo relatos que simplemente parten de una idea, de una ocurrencia. Todo lo que surge por debajo sirve para alimentar esa idea, es como un ejercicio. Hay un relato que, al final, lo voy contando como si fuera un abecedario. Y, en el caso de la cultura pop, es que yo soy pura cultura pop. Mi vida ha sido tribus urbanas, lecturas, tebeos… Me he pasado la vida leyendo cómics y yendo a conciertos. Al final, todo eso acaba apareciendo y te puedo citar a los Ramones o a Camela.
O criticar a Serrat.
Odio los dogmas y los popes. A todo el mundo le gustan y eso es mentira. Hablas con gente de izquierdas y de derechas y a todo el mundo le parece maravilloso. Y no. Habrá que ir diciendo que tampoco es tan bueno. Su forma de cantar apesta, el trémolo ese… ¿nadie se ha dado cuenta de eso?
El tema de la escritura como ejercicio que mencionaba antes recuerda un poco a Georges Perec.
Sí, claro. Perec, [Richard] Brautigan… Todo ese tipo de literatura en algún momento he estado enganchadito. Pero también mucha novela negra. De hecho en el relato de la violación escribo los personajes de una manera en la que ninguno te cae bien. Son todos unos hijos de puta despreciables, dan asco.
Es un relato que casi se puede oler.
Es también, un poco, un homenaje al porno. El porno es algo que, independientemente de la factura del porno actual, siempre ha interesado mucho. A mí me interesaba mucho. Una de las primeras cosas que leí en mi vida eran las revistas porno que tenían los padres en el armario donde guardaban los productos para limpiar los zapatos. Las revistas olían a betún [risas]. En esas revistas había fotonovelas porno, que es un género que ha desaparecido.
A mí me entusiasmaba porque era un niño lo veía y me fascinaba. Creo que mi generación, en general, tuvo mucha fascinación por el porno. Teníamos películas como Tras la puerta verde o Garganta profunda… Había directores de cine que se metían ahí a hacer cine. David Cronenberg utilizó actrices porno en sus primeras películas.
El porno está en la Biblia y en El Cantar de los Cantares. Ha ido atravesando nuestra cultura desde siempre. Ahora tiene una serie de cargas morales que a mí me molestan mucho. También hay porno hecho por mujeres que está muy bien
También Gaspar Noé con Love en una época más reciente.
Sí, vuelve a utilizar el porno en una narrativa, para la narración. Que no sea una cosa descabellada; el porno está en la Biblia y en El Cantar de los Cantares. Ha ido atravesando nuestra cultura desde siempre. Ahora tiene una serie de cargas morales que a mí me molestan mucho. También hay porno hecho por mujeres que está muy bien.
Mi relato, en definitiva, es un homenaje al porno en un contexto de novela negra. El rollo del sadomasoquismo y la colección de La Sonrisa Vertical me interesaba mucho. Hay novelas muy duras y estaban geniales. Yo quería replicar un poco eso: hacer un relato que fuera porno. No erótico; porno.
Todo el libro está guiado por la sorna, es muy irónico, ¿pensaba escribirlo desde la ironía o le ha ido saliendo solo?
Cuando hablo en mi vida cotidiana no soy tan irónico, aunque la ironía es un buen punto de partida para establecer distancias. Es como un escudo y me gusta. Al final, si convives con un montón de imposiciones, un montón de exigencias que te rodean, la ironía es siempre una buena herramienta para salir de ahí.