La prostituta adolescente Christiane F, 35 años más tarde
Hace exactamente 35 años que Stern publicó el primer capítulo de una feroz autobiografía sobre drogas y prostitución adolescente llamada Los niños de la estación del Zoo (Wir Kinder vom Bahnhof Zoo; en España Yo, Christiane F. Hijos de la droga). La historia se convirtió en libro y vendió cinco millones de ejemplares en 20 países. Tres años después, es la película más rentable de la historia del cine alemán.
Todo empezó cuando los periodistas alemanes Kai Herrmann y Horst Rieck se encargaron de la cobertura del juicio a un pederasta que pagaba con heroína a los niños adolescentes que merodeaban la decadente estación del Zoo en Berlín durante los años setenta. Entre todos, el relato más crudo fue el de Vera Christiane Felscherinow, una de las testigos. Vera tenía 16 años y estaba enganchada a la heroína desde los 12.
Ella y sus padres habían llegaron a Berlín en 1968 con su hermana más joven. Vivieron en Kreuzberg y después se mudaron a Neukölln, donde empezó a fumar porros y a consumir Valium, Mandrix y LSD. En dos años, sus padres se habían divorciado y Vera se prostituía para poder costear su adicción. El libro es el concentrado de dos meses de entrevistas y está narrado en primera persona. Hoy Vera tiene 51 años y vuelve a ser noticia, no sólo por el aniversario, sino porque acaba de presentar sus verdaderas memorias: Christiane F.: Mi segunda vida (Mein zweites Leben).
Podemos ser héroes
Podemos ser héroesHoy Berlín es la cuidad de moda, la meca hipster del siglo XXI, con sus galerías de arte, exquisitos restaurantes y hoteles de diseño. La estación del Zoo es la puerta del centro financiero y el motor económico de la capital de un país unificado. Los pocos yonquis que quedan se instalan en los rincones oscuros de Kottbusser Tor, el corazón del barrio turco. Pero en 1978, Berlín era una ciudad pobre, sucia y decadente con dos regímenes antagónicos, divida por un muro, incrustada en la RDA, bajo la constante amenaza nuclear y todas las tensiones de la Guerra Fría.
A pesar de los magros beneficios que ofrecía el Gobierno para atraer ciudadanos e inversión, la juventud obrera sentía el futuro más negro que los Sex Pistols (Never Mind the Bollocks se publicó el 27 de octubre de 1977) y los barrios occidentales que colindaban con el muro eran bolsones de miseria. Fue allí donde en 1976 aterrizó David Bowie a compartir piso con su amigo Iggy Pop; y donde los visitó Lou Reed, que no había puesto el pie en la ciudad alemana cuando lanzó su famoso disco Berlín en 1973, pero ya cantaba sobre una pareja de adictos y su universo de prostitución, depresión, violencia y suicidio.
El disco de Lou Reed fue un fracaso en su momento y la revista Rolling Stone daba su carrera por terminada tras su lanzamiento, pero los imberbes drogadictos berlineses abrazaron la música de su amigo David Bowie: fue en la discoteca Sound donde Christiane F. conocería a su pandilla y descubriría la heroína, con Heroes como banda sonora principal.
Las raíces del heroin chic
Extrañamente, en el relato no hay ni una sola mención al muro ni a la Guerra Fría ni a la RDA, nada de lo que hasta ese entonces era la imagen de Berlín y, sin embargo, la realidad era desbordante. El impacto del libro sobre la sociedad alemana fue total. Hasta ese momento, la plaga que arrasaba con la juventud de Europa occidental había sido un secreto a voces, hasta que Christiane F. entró en el triste Olimpo de la celebridad. Con la realización de la película, su fama se disparó al infinito. David Bowie no sólo hizo la banda sonora, sino que incluso actúa en ella haciendo un falso concierto donde en realidad actuaba AC/DC. Ulrich Edel fue el director (su otro éxito: Der Baader Meinhof Komplex); y Bernd Eichinger, el productor (Der Baader Meinhof Komplex, El hundimiento, La casa de los espíritus, El nombre de la rosa, El perfume, Resident Evil).
La quinceañera Natja Brunckhorst fue fichada para protagonizar el film. Su belleza y lozanía presentan un contraste abrumador a lo largo de su deterioro desgarrador entre escenas casi documentales y actores amateurs que no parecen serlo. El único respiro hechicero en la película está casi al comienzo, precisamente cuando los amigos se conocen en la discoteca Sound (a la que han podido entrar pintada como puerta), corren por los pasillos de una galería comercial desierta y se escapan de la policía entre risas y juegos como los niños de Las ventajas de ser un marginado pero con finales distintos: muerte, decadencia y abandono. La escena en la que la madre de la chica los encierra para que pasen “el mono” se ubica fácilmente entre las más duras del cine de yonquis.
Aunque la película jamás buscó glamourizar la droga, la juventud empezó a acudir a la estación del Zoo como a una atracción turística y muchas chicas adoptaron la estética de Christiane F., que no era más que una pobre menor de edad drogadicta y prostituta. Fue la antesala del heroin chic de los noventa. La revista Vice encontró hace unos años a Detlef, el actor que interpretaba a su novio en la película, otro yonqui, que se prostituía indistintamente con hombres y mujeres. Hoy trabaja en los servicios sociales y jura que nunca tocó la heroína, pero sí había tantos en Berlín que resultaba fácil imitarlos.
Famosa y drogadicta
La segunda vida de Christiane F. tampoco fue fácil. Casi todos sus amigos murieron y ella nunca consiguió desengancharse del todo, entre otras cosas porque los cuantiosos derechos de autor que recibió por el libro no la ayudaron a administrar su adicción. Intentó aprovechar su celebridad para hacer carrera como cantante y actriz, y fue novia de Alexander Hacke, miembro de la venerada Einstürzende Neubauten, con quien emprendió un lamentable proyecto musical llamado Sentimentale Jugend. El 1983 participó en la película Decoder, basada en textos de William S. Burroughs, que también actúa en ella junto a Genesis P-Orridge. Los servicios sociales le arrebataron la tuición de su único hijo.
En sus recientes memorias, Vera cuenta que, tras la publicación del libro y el estreno de la película, pasó de la estación del Zoo a viajar en primera clase a Los Ángeles, donde fue recibida como una estrella del rock. Recuerda irse de marcha con Van Halen a una fiesta privada de los AC/DC donde la cocaína corría como el agua. Tenía 20 años.