Cuando, por azar, llegó a sus manos un artículo sobre la etarra Idoia López Riaño, más conocida como la Tigresa, la escritora Clara Usón decidió que era el personaje perfecto para escribir sobre una de sus obsesiones: el nacionalismo extremo. Era una tema que ya había tratado en La hija del Este (2012) pero las circunstancias, la vida y los ideales de la terrorista de Rentería la catapultaron de nuevo a la reflexión sobre los estados del dogma. Así nació Las fieras, una novela sobre las contradicciones del ser humano en el escenario del conflicto armado vasco, que ahora publica en Seix Barral, su editorial de cabecera.
La historia de Idoia López podría dar para una novela en sí misma. Guapa a rabiar, con una autoestima insólita y un espíritu insurgente que la llevaba a romper las normas vinieran de donde vinieran, se llevó por delante a 23 personas en su trayectoria como terrorista. Aunque su alias dentro de la organización era Margarita, ella hubiese querido ser Tania, como la compañera del Che Guevara, porque se consideraba a sí misma una activista de izquierdas.
En 1994, la detuvieron en Aix-en-Provence y ya era todo un mito, una ‘femme fatale’ a la que no solo señalaban por sanguinaria sino también por libertina. “Los periodistas iban a la cárcel a preguntarles a los funcionarios qué comía y con quién hablaba. Cuando salió a hacer prácticas de conducir, la televisión vasca puso cámaras en la carretera para captarlo todo. Es todo muy novelesco”, dice Usón a elDiario.es en Barcelona.
¿Qué le llama tanto la atención de La Tigresa como para que dé lugar a una novela?
Más allá de todas las circunstancias llamativas de su personalidad y de su conducta, me interesaba el hecho de que a los 23 años ya hubiera matado a 23 personas. ¿Cómo una persona que en otras circunstancias jamás hubiera hecho daño a nadie se ve engullida en el dogma que viven como una fe que no admite cuestión? Una persona que tiene una autoestima, literalmente, a prueba de bombas, que se considera esencialmente como alguien empático, generoso, amante de la paz y del servicio a los demás ¿cómo puede ser capaz de matar? Para mí, como lectora y como autora, me parece muy interesante abordar todas esas contradicciones que son un semillero de conflictos
Pero, en realidad, el personaje más importante de Las fieras no es ella sino Miren.
Idoia es un personaje real que yo incorporo a la ficción y que trato como personaje ficticio. Y Miren es un personaje ficticio que trato como real porque, de alguna manera, resume en su persona esa violencia desmedida de ETA que padecieron los vascos y el resto de españoles. Y también la otra violencia, la de los GAL y la de represión policial.
Es el personaje más rico, el que más me interesa. Además, hay un paralelismo entre Miren e Idoia: ambas son casi de la misma edad y vienen de familias inmigrantes. Miren vivía en Barakaldo, una ciudad dormitorio pegadita al gran Bilbao, e Idoia en Rentería, su réplica en la zona de Guipúzcoa. Pero Idoia se adhiere al nacionalismo más fanático, el étnico, porque el inmigrante lo que más desea es dejar de serlo, quiere ser uno más. Miren, sin embargo, es una desarraigada que ha vivido en muchos sitios y no tiene ninguna sensación de arraigo en ningún lado
Hasta el apodo que le dieron, La Tigresa, tiene connotaciones peyorativas. En cambio, un tigre solo tiene cosas buenas. Dentro de ETA había mucho machismo
En aquel momento de la famosa reconversión industrial estaba desapareciendo el empleo en los Altos Hornos y era un caldo de cultivo tremendo, porque más allá de la desazón y la ansiedad que creaba la violencia, estaba el hecho de que la gente se estaba quedando sin trabajo. En esas circunstancias está Miren, que es hija de un policía de ultraderecha y cercano al GAL y encima se enamora de un joven de la izquierda abertzale, que le parece el hombre perfecto y además pertenece a otra clase social. El microcosmos y el macrocosmos.
¿Cómo fue el proceso de documentación sobre la trayectoria de La Tigresa?
Ella escribió mucho en la cárcel porque tenía mucho tiempo libre. Mientras era militante, entre atentado y atentado, no estaba ella como para ponerse a eso. Luego hubo una época en la que sí estuvo escribiendo cartas, porque también hizo de espía para la cúpula de ETA aunque lo niega. Pero es desde la cárcel cuando se queja de que la marginaban e intenta presentar esa visión que tiene ella de sí misma inmaculada, con una autoestima a prueba de todo. Es un personaje muy complejo.
Hay unos hechos que, aunque ella los niegue, están probados y condenados. Pero más allá de esos hechos, todo lo demás forma parte de su leyenda. Idoia se convirtió en un mito porque la mujer que mata provoca mucho más horror y más incredulidad que el hombre que mata. Parece que el 98% de la violencia la protagonizan los hombres, así que cuando una mujer hace lo mismo nos parece un contrasentido y un pecado contra la naturaleza. ¿Cómo puede ser que la mujer que da a luz, que cría, que cuida, quite vidas? Y si encima es guapa ya nos parece indignante.
Usted también pone la mirada en el machismo con el que la trataron, más allá de sus actos criminales.
Si hubiese sido un tío el que hacía esas cosas, habría recibido una admiración absoluta. Esa Idoia que supuestamente se acostaba con muchos hombres era una puta, pero cuando lo hace un hombre es un machote. Hasta el apodo que le dieron, La Tigresa, tiene connotaciones peyorativas. En cambio, un tigre solo tiene cosas buenas. Dentro de ETA había mucho machismo aunque supuestamente esa revolución tenía que ser una revolución socialista feminista.
También hablo de Yoyes, que es como el opuesto de Idoia. Idoia es la comehombres, la frívola, la presumida. Yoyes es la mártir porque a la pobrecita la mataron. Yo digo que Yoyes se llevó una decepción y por ahí empezó su duda. Fue la primera que llegó a la cúpula de ETA y lo hizo pensando que lo había hecho en nombre de la liberación femenina. Pero ahí se da cuenta de que, en realidad, solo ha trabajado para mí misma y se ha convertido en una especie de hombre honorario.
Además, mete el dedo en la llaga del GAL, un tema que se ha tratado mucho menos que el de ETA.
Los GAL fueron un absoluto despropósito y yo creo que legitimaron a ETA. Eso lo ha dicho el propio Belloch, que fue ministro de Justicia e Interior con Felipe González. Es la gran tacha que le pongo a Felipe González y a la Transición, porque yo creo que la Transición se jodió con los GAL, más allá de que ETA hizo cuanto pudo para boicotear la democracia. El gobierno de Felipe González, que venía con las intenciones de modernizar España, se encontró con que estaba en un callejón sin salida porque ETA no le dio respiro. Esa democratización de la policía y de la justicia que querían hacer, la tuvieron que dejar por el terrorismo. Y esos policías franquistas como Amadeo, el personaje de mi novela, que a lo mejor hubieran sido depurados, eran los que tenían experiencia.
Es absolutamente inaceptable que un gobierno haga eso. Y estamos pidiendo, con razón, a los miembros de ETA o a los de la izquierda abertzale que digan que el terrorismo no tuvo justificación, pero del gobierno no se ha arrepentido ninguno. Hace poco, el señor Barrionuevo dio una entrevista en la que se jactaba de que en sus manos estuvo liberar a Segundo Marey. No negaba nada y no se arrepentía. Yo creo que la memoria histórica es para todos y que este gobierno, si tuviera el valor de decir que eso fue terrorismo de Estado, que no se debe repetir y que las víctimas de los GAL también son víctimas del terrorismo, daría un gran paso. Además, eso puede propiciar que Bildu haga lo que se le está pidiendo y que determinados partidos políticos dejen de utilizar a ETA para enlodar el discurso.
ETA aún es un arma arrojadiza en la guerra cultural. ¿Teme que su novela indigne a ciertos sectores como ocurrió con el documental No me llame Ternera de Jordi Évole y Màrius Sánchez?
Me parece preocupante que intelectuales que en su día lucharon contra la censura ahora están pidiendo que se reinstaure. Además, el documental es espléndido y en ningún momento reivindica, por el contrario, expone. Para mí es muy importante cómo queda retratado el señor Ternera: como un funcionario mediocre, como un dogmático, como un pobre hombre en el peor de los sentidos y que, como a Idoia, los actos que ha cometido le quedan muy grandes por su ferocidad.
El resurgir de la extrema derecha siempre es al amparo del nacionalismo
¿Se ha tenido que esforzar por no empatizar más con unos personajes que con otros?
Yo busco evitar el maniqueísmo, que es muy fácil. En las novelas de buenos y malos, los malos tienen cuernos y rabo y además están colorados y se tiran pedos. Entonces es muy fácil no identificarte con ellos y muy tranquilizador, porque tú estás con los buenos, que son guapos y tienen alas. Lo que puedes hacer en las novelas es mostrar la complejidad de la naturaleza humana. Yo no sé cuál es la verdad porque hay muchas, así que las pongo y tú eliges. Nos gustaría imaginarnos que no tenemos absolutamente nada que ver con alguien que ha matado a 23 hombres, porque eso es una distancia sanitaria. Pero es que, de pronto, te puedes encontrar estando de acuerdo con las reflexiones de Idoia, por más que te desasosiegue. Y lo mismo con el policía franquista que está en los GAL cuando te dice que los mataban todos los días, que no se podía vivir así y que a los hijos de los policías muertos los acosaban. Siempre hay que indagar de dónde viene todo aunque produzca cierto escozor.
Lo que sí queda claro es que a usted no le gusta el nacionalismo.
Entiendo que hay gente que tiene ese apego y eso no es malo. Lo es cuando llega a ese punto de fanatismo en el que sobre el afecto o el amor a lo propio predomina el odio al otro, al que se percibe como enemigo, como amenaza y al que se reviste de todos los defectos del mundo y que se deshumaniza.
Como catalana no nacionalista ¿Cómo vivió el procés?
Fue muy incómodo porque estábamos polarizados. Ese momento en que te obligan a elegir o eres esto o eres lo otro. Yo hago mía esa cita de Hannah Arendt, quien también tuvo muchas críticas por no ponerse del lado de nadie: “Nunca he amado a ningún pueblo, ni colectivo, ni al pueblo alemán, ni al pueblo americano, ni al pueblo judío. Yo quiero a mis amigos y soy incapaz de ningún otro amor”. No tengo orgullo geográfico, ¿Cómo voy a estar orgullosa de haber nacido aquí y no allá? Es un azar, pero hay gente que lo siente.
Yo leo las afirmaciones de Pujol, del señor Aznar o del señor Arana, que dicen que ser español, ser vasco, ser catalán es algo que se siente, que es una parte integral de ti que nunca hay que olvidar y me pierdo, soy insensible, por eso intento entenderlo. Pero me da mucho miedo que esas grandes ideas de grandes palabras puedan amparar después esos actos tremendos, porque las colocan tan arriba que justifican los medios para llegar al fin y los medios se acaban convirtiendo en el fin.
Los nacionalismos, más allá de lo que pasó con el procés, gozan de un buen momento. Las pasadas elecciones vascas son una prueba.
Bildu ahora mismo no está hablando de independencia porque viven muy bien, nunca se había vivido mejor en el País Vasco que ahora. Como están tan a gusto ya se están olvidando de la independencia, porque eso polariza mucho y no quieren.
Y, por ejemplo, ahora hay un nacionalismo madrileño que a mí me asombra. Es la reivindicación del centralismo, para la señora Ayuso Madrid es España y Madrid manda. El nacionalismo está en todas partes y goza, por desgracia, de muy buena salud. No es solo aquí, el resurgir de la extrema derecha siempre es al amparo del nacionalismo y en pro de recuperar ese supuesto pasado glorioso que nunca existió porque ya nadie ofrece un futuro. Cuando hay tanta desigualdad, tanta insatisfacción, tanta desazón por el futuro, no hay nada como una idea que te permite quitar responsabilidad a los políticos o a los ricos diciendo que “nosotros estamos todos unidos” con la causa común de acabar con aquel. Y cuando acabemos con aquel, todo irá de maravilla. Es una ficción que funciona, por desgracia.
¿Cree que Idoia López leerá Las fieras?
Idoia es una persona que tiene una gran opinión de sí misma, que se ha reinventado de alguna manera. Es cierto que ha cumplido la pena que le fue impuesta y, en ese sentido, yo soy partidaria de que la cárcel tiene que tener la misión de la reinserción. Y lo que sucede con el terrorista, con el asesino dogmático, es que cuando ese dogma desaparece, deja de matar. Ella reniega de ese pasado, no quiere saber nada. Y como no quiere saber nada, supongo que la novela le recordaría todo aquello de lo que abjura, de lo que ya ni siquiera admite.