“Esperar es una lata. Y, sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el roer del tiempo y sus promesas”.
Así, tal cual, con este atrevimiento comienza El tiempo regalado (Libros del Asteroide), un ensayo de la escritora y periodista alemana Andrea Köhler donde repasa el valor y el significado de la espera en el amor, en la cultura, en los transportes, en la vida cotidiana o en el horizonte siempre presente de la muerte.
El breve libro de Köhler, publicado recientemente en España y con una buena acogida a unas 150 páginas sin desperdicio, no resulta un fenómeno aislado, sino que entronca con una tendencia en auge de reivindicación de la lentitud en la literatura y en el periodismo. Una tarea sin duda a contracorriente en unos tiempos frenéticos, donde millones de personas están hiperconectadas las 24 horas del día a una pantalla.
Desde que Nicholas Carr publicara hace unos años la obra de referencia Superficiales, cómo está cambiando Internet nuestras mentes (Taurus), muchos autores se han ocupado del tema hasta llegar en la actualidad al ensayo citado o a la novela El descubrimiento de la lentitud (Plataforma), de Sten Nadolny; o a la obra Periodismo slow (Fragua), de José María Albalad. Por no recordar la extraordinaria y ya clásica La lentitud (Tusquets), de Milan Kundera, una novela escrita en los años ochenta, pero que puede leerse hoy como un magnífico relato sobre el paso del tiempo y los ritmos vitales.
La insatisfacción de la gratificación inmediata
“Ojalá estemos asistiendo a un movimiento de péndulo frente a la tiranía de lo inmediato y fugaz de las nuevas tecnologías porque el tiempo nos arrastra hoy de un modo intempestivo”. Quien así opina es el filósofo y experto en educación Gregorio Luri, que firma el epílogo español de El tiempo regalado. Como tantos otros colegas, Luri piensa que la madurez se alcanza cuando los individuos saben diferir la gratificación, cuando las personas son capaces de esperar a la recompensa que ha de llegar tras el esfuerzo.
Por ello, de esta carencia surgen hoy sociedades cada día más infantilizadas y más ansiosas porque “la recompensa exige siempre cierto retraso y porque la gratificación inmediata termina por dejarnos insatisfechos”, según sostiene Andrea Köhler en un libro lleno de citas literarias y filosóficas.
Pero más allá de las vivencias individuales, Gregorio Luri señala que el capitalismo está atravesado por dos corrientes opuestas: una moral que invita a que no pienses y te limites a consumir de una forma compulsiva y otra actitud, la moral del trabajo, que apela a las tareas bien hechas y con calma, que enseña a aplazar la gratificación hasta que suena la sirena del final de la jornada o hasta que llega el sueldo a final de mes. “Está claro”, concluye Luri entre risas, “que la moral del consumo está ganando claramente a la moral del trabajo”.
En línea con estas reflexiones y con el horizonte siempre puesto en la felicidad, este filósofo navarro afincado en Cataluña y con una extensa obra a sus espaldas comenta: “Hay que decir que las cosas que añoramos como formas de la vida feliz, desde el sexo a la creación pasando por las drogas, la oración o la carrera, son siempre intentos de gestionar la espera. De hecho, si los humanos somos historia y no sólo naturaleza, es porque hemos tenido parcialmente éxito en esa gestión”.
La espera, convertida en narración
En cualquier caso, la espera guarda una interesante relación con la cultura en todas sus manifestaciones y de ahí que Gregorio Luri indique que “ese tiempo regalado forma el ecosistema en el que la literatura, el arte o la música son posibles”. Y al abordar esa relación entre la espera y la creación aparece inevitablemente en todos los autores que se han ocupado del tema la inmensa figura de la Sherezade de Las mil y una noches. Así pues, en esta obra clásica la espera se convierte en narración, en un relato sin fin donde la hija de un visir logra aplazar cada noche la hora de su ejecución mediante un cuento que compone hábilmente y que interrumpe siempre en el mejor momento.
Otra figura femenina que simboliza esa lentitud, una dilación constante, es Penélope, una “auténtica heroína”, según Luri, “que se convierte en la verdadera dueña de su casa y de su destino y no Ulises, su marido”. En definitiva, los autores que se ocupan y preocupan por la lentitud marcan una inflexión en un mundo donde se identifica falsamente lo nuevo con lo moderno y donde se atribuye a la modernidad unos valores en sí misma que no siempre atesora. “En resumen”, concluye Luri, “nuestras aspiraciones apuntan a dar densidad a nuestro presente, ese presente que permite apreciar el pasado y, a la vez, configurar el futuro”.
Reivindicación de la lentitud, también en el periodismo
Esta reciente y cada día más pujante reivindicación de la lentitud no se reduce a la literatura o a la filosofía, a fenómenos como el slow reading, sino que abarca también al periodismo, donde muchos profesionales defienden un oficio que prime el rigor frente a la cantidad, el análisis sosegado frente al bombardeo informativo o la voluntad de un estilo.
José María Albalad, profesor e investigador en la Universidad San Jorge, afirma que con su libro Periodismo slow ha pretendido “remarcar la importancia de revitalizar un periodismo de producción lenta y consumo reposado, un periodismo donde más allá de los McDonalds de la información quede sitio para proyectos Premium”. En su ensayo, Albalad repasa algunos ejemplos de medios, tanto en España (Frontera D) como en otros países, que “frente a la dictadura del clic y la actualización compulsiva llevan a las autopistas digitales lo mejor del periodismo de siempre”.
Después de subrayar que, en definitiva, el periodismo lento equivale a investigar en profundidad y a narrar con intención estilística, este experto afirma que el periodismo literario o narrativo perdurará, a pesar de todo, y opina: “Lo que hoy conocemos como storytelling no deja de ser una respuesta a la enfermedad del algoritmo”.
De todos modos, Albalad no es el único especialista que se plantea si en el futuro podrá surgir un periodismo literario como el que representó Gabriel García Márquez, por citar el caso más simbólico y famoso. “En la cultura del picoteo digital”, explica este profesor e investigador, “resulta evidente que es más difícil de practicar un periodismo literario. Pero yo soy optimista porque literatura y periodismo siempre han caminado de la mano”.
A modo de recomendación para las nuevas generaciones, Albalad sigue los consejos de grandes del periodismo del siglo XX, como el polaco Ryszard Kapuscinski, cuando animaba a sus jóvenes colegas a mancharse los zapatos de barro. El nuevo periodismo, a juicio de Albalad, pasa por salir de las redacciones y gastar suelas de zapatos. “Se trata”, agrega, “de la única manera de dar respuesta al hambre de realidad en una cultura de pantallas. Como dice el experto Roberto Herrscher, entender el presente es muchísimo más que certificar el día y la hora de los acontecimientos”.
Quizá sea una conclusión que rema a contracorriente en un mundo cada vez más acelerado, pero que se extiende poco a poco por la literatura, la filosofía o el periodismo y que reivindica la lentitud, la espera, incluso el aburrimiento. Porque se trata de un tiempo regalado, el significativo título del libro con el que comienza esta crónica.