Roald Dahl leyó setecientas cuarenta y nueve historias de fantasmas en 1958. El fin de esta hazaña era escoger veinticuatro para convertirlas en un capítulo de una serie de televisión basado en ellas. Una idea en principio estupenda que nunca llegó más allá del capítulo piloto por las posibles ofensas que podrían provocar en el público (sorprendentemente Chicho Ibáñez Serrador sí consiguió emitir sus Historias para no dormir en 1966, cuando España no brillaba por su libertad de expresión).
Las historias seleccionadas por el escritor se publicaron recogidas en un solo volumen en 1983, que ahora vuelve a las librerías con el título Los fantasmas favoritos de Roald Dahl. Una antología de cuentos (Blackie Books, 2018).
Además de por las propias historias, el libro despierta un interés que tiene algo de cotilleo ¿A qué autores leyó? ¿Quiénes no pasaron la criba? En el índice aparecen nombres como los de Edith Wharton, Joseph Thomas Sheridan Le Fanu (leído y reconocido por Henry James y Bram Stoker, nada menos), Leslie Poles Hartley o Mary Treadgold.
Y, sin embargo, faltan grandes escritores a los que Dahl descartó sin piedad como Dickens, George Eliot, Henry James, Mark Twain, Thomas Hardy o Poe. Leyó todas sus páginas.
La curiosidad por saber qué piensan, comen, beben o leen los personajes públicos no es ninguna rareza, sólo hay que ver el éxito de las entrevistas de preguntas cortas sobre estos temas. Y los escritores también la despiertan. Por ejemplo, The Guardian hizo hace casi una década una -estupenda- serie de piezas sobre las habitaciones donde escriben, con foto y descripción del espacio. Un vistazo a la cotidianidad del autor y pequeños detalles sobre su personalidad: quién ha recogido la habitación para la foto, quién vive en una casa acomodada o quién no cuida su espalda (Richard Sennet necesita cambiar de silla y Alexander Masters tiene problemas con el orden).
Ernest Hemingway se adelantó a la popularidad de las listas en Internet con su famosa enumeración de títulos referidos que publicó en la revista Esquire en 1935.
En el artículo titulado Remembering Shooting-Flying: A Key West Letter, el norteamericano afirma que le encantaría volver a leer por primera vez Far Away & Long Ago: A Childhood in Argentina de W. H. Hudson, Anna Karenina de León Tolstói, Buddenbrooks de Thomas Mann, Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Guerra y paz de León Tolstói, Memorias de un cazador de Ivan Turgenev, Los hermanos Karamazov de Fiódor Dostoyevski, Hail and Farewell de George Moore, Huckleberry Finn de Mark Twain, Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson, La reina Margot de Alejandro Dumas, La casa Tellier de Guy de Maupassant, Rojo y negro y La cartuja de Parma de Stendhal, Dublineses de James Joyce y Autobiografías de W. B. Yeats.
Las novelas góticas de carácter romántico y la poesía fueron dos de los géneros en boga durante la juventud de Jane Austen. Según notas autobiográficas y su correspondencia, la escritora fue una ávida lectora y accedía a los libros a través de las colecciones familiares, los amigos y bibliotecas ambulantes. Los libros eran caros y ella provenía de una casa humilde pero se buscó la forma de acceder a ellos.
Entre sus escritoras favoritas estaban Ann Radcliffe, Maria Edgeworth, Charlotte Lennox y Frances Burney, especialmente por su novela Cecilia. En su lista de escritores aparecen Samuel Richardson, George Crabbe, Walter Scott, Robert Burns o Henry Fielding. También leyó historia política firmada por Thomas Clarkson o Charles Pasley y poemas de Milton, Byron y Wordsworth.
Para que no quedase duda alguna acerca de sus preferencias en materia de literatura Henry Miller escribió Los libros en mi vida, una zambullida profunda en la historia de sus lecturas. “El otro día, a petición del editor francés Gallimard, hice una lista de los cien libros que, según creo, ejercieron mayor influencia en mí. La lista es realmente extraña porque comprende títulos incongruentes como Peck's Bad Boy de George Wilbur Peck, Letters from of the Mahatmas y La Isla de Pitcairn de Charles Nordhoff y James Norman Hall”, explica en el texto.
A estos se les unen Memorias de Casanova, Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, Los misterios de París de Eugène Sue, La Historia de mi vida de Helen Keller, Viaje al fin de la noche de Céline, Los miserables de Victor Hugo, Cartas a mi hermano Theo de Vincent Van Gogh o Siddharta de Herman Hesse. Y noventa más.
En Lecciones de un Pigmalion. La historia de cómo F. Scott Fitzgerald educó a la mujer que amaba de Sheila Graham, la última pareja de Scott Fitzgerald (se enamoraron y vivieron juntos mientras su esposa Zelda ya estaba internada en el psiquiátrico) ofrece sus lecturas. Él elaboró un plan de estudios con el que completar los conocimientos de la reportera de Hollywood y que, además, sirve como ejemplo del bagaje cultural y preferencia del escritor. Amante de las listas, elaboró diversas sobre música, arte, historia y, por supuesto, literatura. Flaubert, Anatole France, Shakespeare, Keats, Conrad, Homero, Dickens y Proust aparecen en la enumeración.
En la web Openculture también publicaron una lista de 22 libros que supuestamente Fitzgerald le dio a su enfermera Dorothy Richardson durante su convalecencia en un hotel de Asheville. Casa de muñecas de Henrik Ibsen, las obras de teatro de Oscar Wilde, Fiesta en el jardín de Katherine Mansfield y El halcón maltés de Dashiell Hammett son algunos de ellos.
Los autores contemporáneos también tienen sus preferencias y muchas de ellas están recogidas en librerías online que generan sus propios contenidos para atraer a los clientes. Uno de los mejores ejemplos es One Grand, que pregunta a artistas, cocineros, actores, políticos, diseñadores y, evidentemente, escritores cuáles son sus diez libros preferidos. Por ejemplo, Caitlin Moran tiene gusto eclécticos: desde las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis a Retratos del artista adolescente de James Joyce pasando por Jane Eyre de Charlotte Brönte y El Diccionario.
La publicación The Week también tiene una sección dedicada a los “seis libros preferidos de”. Por ejemplo, los de Maya Angelou son Historia de dos ciudades de Charles Dickens, La Biblia, El ángel que nos mira de Thomas Wolfe, Poesía completa de Paul Laurence Dunbar, Mujercitas de Louisa May Alcott y El hombre invisible de Ralph Ellison.
Naomi Klein se decanta por The Fire Next Time de James Baldwin, Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, El atlas de las nubes de David Mitchell, Los desposeídos de Ursula K. Le Guin, Primavera silenciosa de Rachel Carson y Frankenstein de Mary Shelley. Quizás más interesante sería saber qué títulos componen las listas de placeres culpables literarios, pero esos suelen estar bien camuflados en las estanterías.