La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

“A mi novela le ha venido bien que escribiera puesto”

Una raya por cada campanada. La primera novela de Daniel Jiménez (Madrid, 1981) abre, esparce y alinea al lector con la cotidianeidad de un escritor treinteañero en cuyo cuerpo “todo entra y sale sin dejar huella”. Todo menos la cocaína. Un diario de 365 días -de Nochevieja a Nochevieja- de épicos subidones, frustraciones, arrebatos coléricos (que lo mismo cargan contra la cursilería de Carlos del Amor o vomitan sobre Javier Marías) y mucha mala baba.

Por debajo de toda esa trama, subyace el retrato de una sociedad igualmente compulsiva y enferma que mece en sus brazos a una clase media en proceso de descomposición. También a una generación, como la del protagonista, de jóvenes precarios desahuciados del que les vendieron como el sendero del éxito. Estamos en Madrid, año 2013. Otra raya.

Cada palabra que escribe coloca al protagonista al filo del abismo, le frustra y aún así no deja de hacerlo. ¿No estamos ante el típico victimismo romántico del escritor perdedor?

El personaje está enganchado a la cocaína. No hace un uso lúdico de ella, como los consumidores ocasionales. Se fustiga, está pasando una penitencia casi autoimpuesta y ha encontrado en la cocaína la sustancia que le permite sobrellevar esa frustración, aunque la droga se la recree. Su degradación al final se nos revela como un síntoma de que algo falla, de todo lo que ha fallado en su vida.

Es cierto que así contando sí hay una idea romántica del escritor fracasado y atormentado. Está presente a lo largo del libro, pero he intentado tratarla con más ironía. El personaje tiene sus recesos de sentido del humor exaltado, muy colérico. Al principio, se intenta separar de las grandes víctimas de la historia, pero llega un momento en que empieza a considerarse a sí mismo una víctima más con derecho a exponer sus dramas, sus quejas y sus desvaríos. Con todo, no se encuentra cómodo en esa posición de víctima, no le gusta tratarse de manera complaciente y lleva los juicios sobre sí mismo al extremo.

En los diarios, el escritor vomita sobre todo y todos: la situación social, económica, política, y sobre personas concretas (Arturo Pérez Reverte, Javier Marías, Carlos del Amor...). ¿Por qué decidiste incluir estos nombres?

En la novela aparecen escritores o presentadores de televisión reales, con nombre y apellidos. Me parecía necesario, igual que se menciona que hay guerra en Siria y se secuestra a Marc Marginedas. Si tú estás haciendo una correlación de hechos y datos de la vida real, ¿por qué no traspasar también esos personajes que nos acompañan y hacerlos presentes en una novela para que la realidad del personaje sea mucho más tangible? No tiene sentido enmascararla con nombres ficticios. Me parecía un ejercicio de honestidad de acuerdo con la novela y el personaje nombrar todo lo que le rodea sin pseudónimos, aunque sea algo arriesgado.

El personaje desconfía todo el tiempo de la composición de la cocaína que consume. ¿Es una metáfora de la pérdida de inocencia de cierta generación?

Sí, puede tener una cierta relación con eso. Él no ha podido comprobar lo que es, pero está claro que sabe, como mucha gente, que la cocaína está cortada con otras sustancias, medicamentos y otros tipos de droga. De esa indefinición también subyace la idea de que nos han dado gato por liebre, de que a los jóvenes nos han vendido una moto que ha resultado no ser verdad. Eso creo que se siente en toda la novela. No saber la composición de la sustancia significa descreer de alguna forma lo que te habían prometido.

En ese proceso, se mueve entre dos deseos contradictorios: ser alguien especial y parecerse a todos los demás.

El personaje tiene una evidente incapacidad para elegir qué quiere ser en la vida, en qué grupo quiere encajar, si es que quiere encajar en alguno. Por un lado quiere distinguirse, ser un “jodido copo de nieve único y hermoso”; por otro, necesita encajar en el mundo de los vivos: de las personas sanas, con relaciones bonitas y estables, que tienen hijos, compran casas, hacen viajes...

Su familia, además, está en proceso de descomposición: el suicidio de una hermana, un padre jubilado con una pensión irrisoria, un hogar a punto del desahucio... ¿Quieres representar la agonía de la clase media?

Esto no lo he buscado tan concienzudamente como lo parece. Retrato una familia en declive que ha pasado por épocas mejores. Es un poco un reflejo de un país en el que las cosas se han ido complicando cada vez más. Se ha vuelto cuesta arriba mantener una posición en la que antes era más fácil encajar y aguantar. A raíz del derrumbe económico y social, se fragmenta la posibilidad de seguir gozando de las garantías y seguridades que antes nos parecían eternas.

¿Cómo te tomas que comparen tu novela con Historias del Kronen?Historias del Kronen

Desde el fallo del jurado se mencionó esta novela. Y mal dicho porque creo que no tienen ningún punto en común más allá de que haya personajes que consumen sustancias, lo que por otra parte hay en muchísimas novelas. No creo que sea una comparación positiva. Son novelas de género muy distinto: la suya era una novela mucho más antropológica de personajes envueltos en acciones más estrambóticas, con lenguaje coloquial, más juvenil... y con unas aspiraciones de retratar un verano en la ciudad y un momento social muy particular. Yo puedo compartir esa intención secundaria de retratar la España en la que vivimos, pero el personaje es un individuo depresivo, infeliz, cuyas relaciones sociales son muy reducidas, su nivel de acción está paralizado, no tiene pandilla...

Para hacer un paralelismo con el personaje, ¿crees que inspira escribir bajo los efectos de las drogas?

He probado a escribir bebido, fumado, puesto... y el resultado no me ha satisfecho. Tienes la sensación de que lo estás haciendo es más grande de lo que parece porque estás eufórico y con sensación de omnipotencia. Te crees más bueno, más capaz, pero es cierto que la sobriedad es lo que te da el tono de las cosas. Y al día siguiente lo que parecía una obra maestra se queda en una redacción de instituto.

Pero también diré que a esta novela le ha venido bien que yo escribiera en alguna ocasión puesto. Hay una cierta deriva del pensamiento, cierta fuga de ideas, rapidez y fluidez que se contagia en algunos párrafos y que me servían de ancla para tirar por ahí al día siguiente y con ganas de corregir. Por ejemplo, las enumeraciones o las asociaciones más locas.

¿Se ha puesto de moda la autoficción, eso de hablar de uno mismo con adornos ficticios?

Es cierto que muchos escritores jóvenes han optado por esa vía, por contar su vida de una manera... no sé cómo decirlo para que quede bien. Contar tu vida aunque sea mentira, ¿es un poco por ahí?. Es una forma de expandir el género de la novela, de llevarlo a terrenos donde la verdad y la honestidad estén muy presentes y sean protagonistas de la narración.

Hay ciertos lectores que demandan esa escritura en primera persona, biográfica y ficticia, y hay escritores que se mueven muy bien en ese terreno de contar la especificidad de una sola vida profundizando mucho sobre el lugar que ocupa en el mundo el escritor y tratando de hacer de la experiencia propia una experiencia universal.

Yo creo que es un síntoma de los tiempos, de las ganas que tenemos todos de contar nuestra vida y de mostrarla, ya sea a través de las redes, de los comentarios... Queremos participar en todo lo que pasa y que quede clara nuestra posición en el mundo. Estar en el mundo ahora es participar, mostrarte a ti mismo, a veces incluso demasiado, y exponerte un poco al juicio de los demás.