En 2021, Eduardo Mendoza empezó a amenazar con la jubilación. Acababa de publicar el libro que cierra la trilogía Las tres leyes del movimiento conformada por El rey recibe (2018), El negociado del yin y el yang (2019) y Transbordo en Moscú (2021), un broche final nada desdeñable para una carrera larga y plagada de éxitos. Pero la fama de guasón del escritor no es infundada y este miércoles ha presentado en Barcelona ante los medios su nueva novela con la sonrisa de quien ha gastado una broma y le ha salido bien. Con Tres enigmas para la Organización, publicada como todas por Seix Barral, vuelve de nuevo al género del humor protagonizado por detectives que bien podrían trabajar para la prestigiosa TIA de Ibáñez junto a Mortadelo y Filemón. Un honor tanto para unos como para otros.
Él mismo ha comentado ante los periodistas reunidos en la rueda de prensa que ha ofrecido en la Casa del Libro de la Rambla Catalunya, que las similitudes con esos detectives de tebeo están presentes. “Yo soy un gran admirador de Ibáñez, que ha fallecido hace muy poco y creo que somos más o menos contemporáneos. Los dos hemos bebido de las mismas fuentes que eran los personajes de los cómics de cuando éramos pequeños”, ha sostenido. De esos referentes que la editorial Bruguera ponía en los quioscos, como el Loco Carioco, salieron después el botones Sacarino, Rompetechos y los creados por Mendoza para protagonizar sus novelas.
En esta ocasión, el héroe de la trama no es un profesional solitario como el Ceferino de El misterio de la cripta embrujada (1979) y El secreto de la modelo extraviada (2015) o el Rufo Batalla de su última trilogía sino que son nueve. Trabajan para una organización gubernamental secreta creada en 1944, que el tiempo y la burocracia ha dejado a la deriva en unas oficinas de la calle Valencia de Barcelona pero que sigue muy en activo. Sus agentes se encargan de resolver los casos que otros servicios de seguridad estatales –policía, Guardia Civil, Guardia Urbana, entre otros– no pueden resolver de forma autónoma. Es decir, la Organización se encara a los sucesos desde todas las perspectivas o eso trata de hacer.
Una de las preguntas a las que ha respondido el escritor es si en la realidad tendría cabida una entidad como la que se ha inventado. En un principio lo ha negado, pero después ha reflexionado: “Una característica de la Administración en todas partes, no solamente en España, es duplicar y triplicar las funciones. Cuanta más gente, cuantas más organizaciones y organismos y órganos hay, más huecos y por lo tanto, más posibilidades de que nadie haga nada a la hora de la verdad”. Aún así, la novela no tiene nada que ver con la realidad. “No tiene ni contenido, ni tema ni nada. Está autocontenida, no está basada en hechos reales, no hay que buscarle un sentido fuera”, ha afirmado.
La historia arranca con la incorporación de un nuevo detective –su nombre oficial será Marciano aunque nadie lo llamará así– al cuerpo. Su llegada coincide con tres sucesos que pueden estar relacionados: la desaparición de un millonario propietario de un yate atracado en el puerto de la ciudad, la muerte de un hombre en un hotel pulgoso de Las Ramblas y los precios inamovibles de los productos de Conservas Fernández. A la orden del jefe, el novato y sus compañeros –que tienen apodos como Grassiela, Buscabrega o Pocorrabo– se encargan de visitar los lugares del crimen, asistir a reuniones que se recogen en actas que después se queman y acuden a las citas que se transmiten en clave en el programa radiofónico nocturno Moscones en la noche. La única tecnología que utilizan es el fax porque los hackers son jóvenes y no saben ni qué es ese cacharro.
Estos argumentos y personajes hacen que adjetivos vetustos e inocentes como ‘tronchante’, ‘desopilante’ o ‘descacharrante’ florezcan en críticas y reseñas. Quizá sonarían desfasados respecto a otros trabajos, pero son adecuados para definir la literatura humorística de Mendoza pese a que la candidez se dé solo en la superficie. El barcelonés se sirve de sus personajes estrafalarios para hacer una radiografía de una ciudad comida por el turismo, las diferencias sociales y la precariedad, entre otras realidades que no tienen nada de divertido. Sin embargo, parece ser que ese no era su propósito inicial. “Si escribes una novela que pasa en la Barcelona de ahora, al final es inevitable que en la foto salga el retratado y todo lo que pasa detrás del retratado. En ningún momento tuve intención de decir hay que ver cómo está esto, cuántos turistas. Pero claro, si hablas de Barcelona y la gente anda por la calle, se encuentra con estas cosas”, ha declarado.
Escribir por escribir
Aunque ahora parezca una chanza, cuando Mendoza declaró que iba a dejar de escribir novelas iba en serio. Después de la trilogía del detective Rufo Batalla consideró que había cerrado un ciclo narrativo que sería el definitivo. Pero cuando se vio sin nada que hacer, lo único que le apeteció fue empezar un título nuevo. “Sé hacer otras cosas [además de escribir], pocas y mal, pero lo que me gusta es esto. Y entonces pensé: 'Bueno, pues voy a empezar a escribir una novela así de cualquier manera. Ya veremos qué sale'”, ha explicado. El autor tomó como modelo las series y novelas policíacas, un género al que es muy aficionado. Esto ha influido en que Tres enigmas para la Organización sea una historia coral en lugar de tener a un único protagonista ya que, en la actualidad, las obras policíacas y detectivescas han pasado a tener esa estructura. Pero, por supuesto, el humor tenía que estar presente.
“Una cosa que me molesta de estas series y de estas novelas es que se toman en serio lo que están diciendo cuando es evidente que son una tontería para entretener. Decidí hacer esa misma tontería pero sin disimular, que se viera que era una burrada”, ha comentado. Mendoza se interesó por el género negro desde pequeño, cuando leía las novelas de Sherlock Holmes y Agatha Christie, aunque esta última no tuviese muy buena reputación literaria. Pero con el paso del tiempo, tanto ella como gran parte de autores dedicados al crimen y al misterio, han ganado prestigio y actualmente copan gran parte de la producción de ficción tanto en la literatura como en el ámbito audiovisual.
La bibliografía de Mendoza se divide en dos estilos. Por un lado están los títulos considerados como serios en donde encajaría La verdad sobre el caso Savolta (1975). Y, por otro, los conocidos como ligeros que serían los policiacos como El misterio de la cripta embrujada (1979) y el que acaba de publicar. Muchas de esas novelas detectivescas del ganador del Premio Cervantes 2016 surgieron de la necesidad de desestresar la mente y de separarse un poco de algún texto especialmente difícil; y acabaron siendo un éxito precisamente por la libertad que otorga la falta de pretensiones.
“Por ejemplo, empecé a escribir La cripta embrujada un poquito para quitarme de la cabeza una novela que me estaba dando mucho trabajo y se me estaba complicando mucho. Entonces pensé: 'Bueno, pues escribiré una tontería y ya veremos si se publica o no'. La mandé y les dije que hicieran lo que quisieran. Publicarla o, si no, que fueran ellos mismos quienes la tiraran a la papelera”, ha relatado. Este terminó siendo uno de sus títulos más recordados, así como Sin noticias de Gurb (1991), que en su origen fue una publicación diaria en un periódico durante el mes de agosto. Una especie de folletín veraniego que se ha traducido a una decena de idiomas.
Su intención de jubilarse de la narrativa parece haber quedado atrás, pero tampoco ha prometido nuevos trabajos. “Demasiadas veces he dicho cosas que no tendría que haber dicho”, ha reconocido al respecto. De momento, está con la presentación de su nueva novela y necesita tiempo de descanso porque si no, “acabas haciendo un poquito más de lo mismo”. Además, para escribir comedia hay que estar preparado porque, como ha explicado: “Hacer humor es exigente porque has de hacer reír o sonreír, has de ser eficaz y tiene que funcionar de una manera muy precisa. Has de controlar los tiempos. Pero me lo paso muy bien, es una tarea que me gusta”.
Por el momento, no sabe lo que pasará dentro de doce meses o dentro de una semana porque según consideró: “Hay una edad en la que ya planes a tan largo plazo no se hacen. Si dentro de un año nos encontramos aquí todos [en la presentación de un nuevo libro], yo seré el más feliz y estaré encantado de que nos volvamos a ver”.